martes, 17 de febrero de 2015

Feria

Dibujito con ratón den Photoshop
Susanna Morell
Viajé a la Feria Internacional de Turismo en Madrid, con la encomienda de ofrecer el servicio de la empresa para la cual me muevo por el momento a las cadenas hoteleras presentes en los pabellones con sus stands. Accedía al recinto con pase de prensa, que me hice homologar el primer día y me permitía entrada sin tique. Igual tuvimos que hacer cola de hora y media en la primera mañana todos los allí presentes, así fueran aparentes locales empresarias de alcurnia en el sector, como extranjeros expositores de alta gama con sus largos abrigos y liviano equipaje de recién llegados, para dar paso a sus majestades los Reyes de España y evitar cualquier problema que les supusiera un atentado.

Cinco días pasé, como reina tratada por mis hijos, de las soberanas que viajan sueltas por la capital, presurosa cual hormiga residente por los laberintos de las subterraneidad, ataviada de ejecutiva sin demostrar peso, kilos como las del agujero con su masa a acarrear, arriba y abajo por las escaleras, distancias lineales por terrenos de la institución ferial; aires de ir ligera, que por amparo estoy en forma, pues arduo me hubiera resultado de lo contrario mantener el porte, tren superior molido a cuestas con los lastrantes y por propio auxiliares folletos a la mañana de la segunda oportunidad. Los resultados comerciales se han de notar después, según sapiencia de mi papá. Por inefable destino es que estaré haciendo parecido a él, recorriendo stands sin el propio, y sin cenarme desde luego uno de esos entrecots de su predilección en la brasserie de su costumbre, cuando iba a la de París. A él le encantaban las ferias, sobre todo esa de Francia, la que comienza en cuatro días, Salon International de l'Agriculture en su edición dos mil quince.

Del divino tren de alta velocidad que me condujo a la capital vino a recogerme mi hijo Simón en la estación de Atocha para  llevarme en su reciente coche adquirido hasta la casa de mi otro hijo, en un barrio que a la noche me pareció sombrío y a la mañana reluciente de sol, pues claro, este había salido. Más luminoso aún lo encontré en el segundo despertar, cuando Lucas me invitó a un café sabroso en un café precioso, en la esquina cercana. De vivir en Madrid, esa zona me gustarían para habitarla. La descubrí y sobre mapa até que en otra época la había frecuentado, al menos su parte más transitada. Puro engranaje de la repetición sin saberse, que Lucas esté yendo a un gimnasio puerta tocando del ahora inexistente al que en bus concurrían sus padres periodo atrás en el tiempo antes de su nacimiento.

Me dejó Simón con su auto en la puerta de Lucas, y allí me alojé, en un cuarto sin ventana en un piso donde alquila habitación. Muy agradable el dormitorio y la estadía, nada maloliente por cierto. Amplia pieza y armario de pared a pared, incluida ropa de cama gustosa a la vista y tacto. De la indumentaria de Lucas, cada prenda en su lugar; el vive al tanto de las tendencias y trabajando de modelo. Sofá desplegable tamaño para tres, caro de compra en su momento habrá sido, de descanso ultracómodo. Mi hijo en su cama, cuando no en la de su novia. Limpieza, orden, parquet y calorcito de hogar por toda la vivienda, y un director de cine, dueño y habitante a compartir, con quien Lucas se fue en el segundo atardecer a rodar un plano que lo incluye en la película que el hombre está en proceso de filmar. Di con ese casero el fin de semana en la cocina, de largas tertulias para desayunar, televisión pequeñita cantándonos las noticias, quieres fruta, azúcar moreno, jarabe de caña me ofreció, ataviados de recién levantados, cual pareja de inmemoriales amigos apuntando al día.

Fui a primera hora de la primera mañana al estudio donde estaba Simón a por mis tarjetas y los folletos; era un hervidero; encontré el material que habían mandado imprimir y salí a la disparada, pues allí no había quién te atendiera por más de un saludo de paso. Tan guapo, tan amable, tan cariñoso mi hijo, alcanzó a darme un beso y un adiós, sacado de lo que estuviera haciendo. Encanta yo de verlo en su labor tan concentrado y orgullosa, ha de saberse, de que lleve al cargo tres estudios. Los Bolsos de Uno de Cincuenta, la marca distintiva por sacar al mercado esa máxima cantidad por cada diseño, se llevaban el protagonismo en la planta de abajo. En la de arriba, ordenadores en marcha junto a más ordenadores encendidos, Simón pegado a uno de ellos, y una máquina de café, que fue lo que me tomé antes de desearles buena jornada y partir en metro hacia mi destino en Campo de las Naciones*.

Tras la fauna diurna de la feria tuve ocasión de observar la de la moda en la noche del tercer día. Lucas desfiló y nos invitó a su novia y a mí a presenciarlo. Sobre la pasarela ni rastro en su figura de la presión del día, corrido en solucionar los contratiempos de última hora para entregar en plazo un poderoso pedido de fotos, reto por el tempo requerido, realizado por varios equipos de la productora en puntos de la península, gol de encargo por él conseguido, laborado y coordinado. Iban raudos los modelos, sin tiempo a observarles la ropa. Estará estudiado que sea así; captar el aroma sin el trabajo. Así en el ilusionismo como en el arte, no debe notarse bajo las luces más que la magia que crea, supongo. Lucas el más apuesto, el más gallardo al caminar, en valoración objetiva de su propia madre. Queda el registro de las cámaras, lo que importa al fin, imagino. En la primera fila el torero, el diseñador, el futbolista con su llamativa mujer, las dos chicas que serían alguien, igual que el actor de la película, del cual me quedó claro era un conocido en pico de su fama  a la que varios de entre ese público especial se le acercaron a saludar con contacto efusivo y sacarse foto con él; el de El Niño, me dijo Daría que era. Daría se llama la novia de mi hijo. Al terminar, música en vivo, bebidas combinadas y cerveza de buena marca servida  en su directa botella escarchada. Apeado Lucas y vestido de normal, nos reunimos los tres en la sala de la party. Desaparecidos los célebres para difusión, fue tiempo de mirar el mundillo alrededor; mi hijo dándonos cuenta de quienes eran algunos.

Andaba el sábado cuarto día recorriendo media ciudad a la búsqueda contra reloj de unos albornoces antes de cerrar las tiendas, autoadjudicados de hallar en auxilio de Simón, que los precisaba a primera hora de la nueva semana para el atrezo en un plató. Podría haber mandado mi hijo el lunes a un becario a por ellos, o escaparse el mismo a la vuelta de la esquina, más quizá no llegarían a tiempo me temía, y una madre con ganas de hacerse la maratón, es siempre una madre dispuesta en favor de la causa de su retoño, aunque este no le haya pedido solidarizarse. Ante la cargante experiencia de andar con abrigo en brazo la mayor parte del tiempo desde que llegué, salí esa mañana de día radiante y sin feria con menos capas de género encima, gozando de ir ligera, de la luminosidad por el transcurso de calles y gentes, del encuentro con mi vástago mayor, hasta que al caer el sol, con el agradable seco aire fresco mutado a percuciente viento congelador, cogí en la carrera un resfriado que requirió de una noche sumida en el letargo, alejada del mundo y de mi misma, envuelta en cuatro edredones de asfixiante nivel térmico cada uno de ellos en condición normal, hasta levantarme restablecida.

Sucedía que Simón, que vive con su novia en un barrio allende río Manzanares, tenía una moto Yamaha bastante poderosa que se había comprado de segunda mano bien nueva. La fue a buscar a Cáceres y se la robaron en el barrio de Carabanchel, a los ocho meses de disfrutarla, cuando la dejó allí aparcada, tras acudir a tomar plaza en el coche de un particular acordado por BlaBlaCar* para venirse por un puente a Barcelona. Nada que hacer, le dijo la policía. Se sentía orgulloso Simón con su máquina. La montaron los cacos en una furgoneta y desapareció; despiezada lo más probable. Captado el hurto por la cámara frente a la que la dejó, en suposición medio protegida. Dolerá tener que seguir pagando. Yo no quería sustraerle demasiado tiempo a la pareja, ocupada ese fin de semana en recaudar, montando un catering por encargo, el primero de lo que aspiran a convertir en una empresa que les funcione, sobre todo para ella, ramo de negocio en el que estuvo mi hijo trabajando por largo en Barcelona. Llegué, me comí una exquisitez de bola de patata rellena, tomamos en su saloncito unas cervezas y me trajo, como me había llevado a su casa Simón, de vuelta a lo de Lucas. Entonces, es de comprende, creo, con lo atareado que esta mi niño, que quisiera ayudarlo en lo del lunes.

Es un fantasma mio y no el de ellos, el pensar que en la ruta por la cual siguiendo a mi voluntad tomé camino, avoqué a mis hijos a tener que arreglárselas desde los dieciséis absolutamente por si mismos en lo económico. Aunque, reconozco, esa circunstancia puede venir fantástica para espabilar, es desasosegante, en los momentos de desasosiego, para una madre como yo, pensar que ni en situación extrema les podría echar una mano monetaria, o prestarles cuando lo precisen el respaldo que los ayudara a auparse. Es un fantasma que a veces me habita. 

Procedente de la feria salí en la boca de Metro Gran Vía el segundo día para entrar en la maxitienda Stradivarius de Inditex, Zara, a aprovechar en algo las últimas rebajas, con preferencia en un jersey grueso, pero me fui directa al calzado, dando con unas botas planas de suela elevada  que me enamoraron de inmediato y calzaron a la perfección, tipo Dr.Martens estilizadas, por diecinueve coma noventa y nueve euros. A continuación me senté en el Pans and Company de al lado, a almorzar un bocadillo a las seis de la tarde y a pegarme el cambiazo en los pies. Entré lo uno y lo otro, pasé de derrotada a salir  hacia el estudio donde se encontraban mis hijos en La Latina en una sensación ingrávida, cual si me hubieran brotado almohadillas de propulsión hidráulica, hasta darme un rodeo para conocer. En verdad, por motivo de esas botas de las siete leguas fue que se me ocurrió al cabo prestarle ayuda a Simón.

Ilustración de L.L.Brooke para
Tom Thumb - Pulgarcito
La última noche no la dormí, la pasé con Lucas en el estudio transfiriendo una enorme cantidad de fotos que había que colgar en una página especial del cliente para almacenarlas, cropeadas en diferentes tamaños, labor de muchísimas horas que no estaba contemplada, para la cual recurrió Lucas a becarios pagados, que por inacabable no le terminaron de hacer el trabajo en el fin de semana que era el plazo, por lo cual nos pusimos nosotros, taza humeante en ayuda, hasta completarlo, felices al alba en que me llevó en moto hasta su casa a recoger el equipaje, acompañándome a pie por las calles aún desiertas hasta la boca de metro que me llevaría al tren.

Es esta ocasión fue Lucas quien más pudo estar conmigo, y lo pasé genial, de lo bien y sostenido que me atendió. Recuerdo otra mágica vez con Simón de jovencito, antes de Inglaterra, cuando fui vía exprés a visitarlo, a aconsejarlo, y se deshizo por tres días en contemplarme. A los padres nos gusta así, que se desarrolle sobre nuestros vástagos la equivalencia. Ambos me llevaron a comer el bocadillo de calamares con pimientos verdes y una caña, que me es de rigor en cada viaje a los madriles. A El Brillante en Atocha en esta oportunidad, a La Campana en la anterior, junto a la Plaza Mayor. Por suerte tengo unos hijos maravillosos que saben cumplir con su mami. 

* IFEMA -  Institución ferial de Madrid
* Parada que desemboca junto al recinto del IFEMA
* Me acabo de enterar y comienzo a descreer en la casualidad de las prodigiosas azarosas uniones, insignificantes puede, a simple vista, pues se me antoja que lo más inconexo, por nimio que pareciere, termina cuadrando siempre en la mente de quién lo elabora.
* Lugar en la red para compartir coche que conecta conductores con plazas disponibles con pasajeros que quieren hacer el mismo viaje.