domingo, 21 de agosto de 2011

De vírgenes y castas

San Atanasio - Patrón del blog
Ortodoxia Católica 
Andábamos una vez mi madre y yo viajando en autobús, cuando a ella, aprovechando la ocasión, se le ocurrió hablarme de llegar virgen al matrimonio.
- ¿Porqué? le respondió su inocente e inmaculada criatura.
- Porque es bonito.
- ¿Porqué es bonito?.
- Porque un hombre te va a querer más si te sabe virgen.
- Pero mamá, yo nunca querría a un hombre que por no ser virgen me quisiera menos.
Ahí termino la conversación sobre el tema.
Ella dijo, un día que recordábamos la anécdota, que a partir de ese intento nunca más se metió en la vida de sus hijos, aunque yo creo que tampoco lo había hecho antes. Mi madre es una mujer inteligente, ese fue un lapsus autobusero.
Sin embargo, quién sabe, a lo mejor ahora sería monja si me hubiese adoctrinado bien.
Si es que no hay más que aplicar la razón para darse cuenta de lo buena que resulta la castidad.
Yo, para que no se diga y por si mis futuros nietos llegaran a leerme, voy a colocar a continuación un texto  a meditar sacado de Internet.

     TRES MOTIVOS PARA AMAR LA CASTIDAD
  1. Para amar a Dios perfectamente, no hay estado más ventajoso que el de la castidad. Busca tu esposo semejante a Jesucristo; si encuentras uno, ámalo, adhiérete a él, si no, no te alejes de Jesús.
  2. Testimonio de mucho amor por Jesucristo es sufrir mucho por Él y privarse, para agradarle, de los gozos terrenales; pues bien, eso es lo que hace un cristiano mediante la castidad: es preciso que se mortifique, que renuncie a todos los placeres de los sentidos, que se haga continua violencia. Se vio a muchos exponerse a sufrimientos, a la muerte misma, para agradar a una criatura cuya belleza los había seducido; ¡Y para agradar a Dios nada se quiere hacer! Si tanto se estima una perla falsa, ¡cuánto no habrá de estimarse una perla preciosa! (Tertuliano).
  3. El sacrificio es el mayor honor que podemos tributar a Dios. Ahora bien, el hombre casto sacrifica su cuerpo como hostia viva. El amor divino es el fuego que consume esta inocente víctima; el sacrificador y la víctima son el corazón y el cuerpo del cristiano. Este holocausto dura lo que dura la vida; por esto la castidad es un martirio, aparentemente menos cruel que el que los tiranos hicieron sufrir a los primeros cristianos, pero en realidad más penoso a causa de su larga duración. La castidad conservada implica también su martirio. (San Jerónimo).

sábado, 20 de agosto de 2011

¡Pobre martir!

Santa Susana
Lucinda Rubí, de Mataderos, provincia de Buenos Aires, Argentina, a través de una página web de amistad y acercamiento felicita  con amor a todas las Susanas en el día de su santo con un relato recreado por ella de la vida de la mártir que por su salero a continuación reproduzco:
Susana fue una mártir de los primeros siglos del cristianismo. Era tan bella y tan sabia -dice la leyenda- que Diocleciano quiso casarla con su heredero Maximino (+310).
Envió a dos oficiales para que consintiera con los deseos del emperador. Ella, con su gracia y sus bellas palabras les dijo: "Soy cristiana y he hecho a Dios voto de virginidad".
Los tres emisarios, al ver la reacción de la chica, se quedaron alucinados. Le rogaron que los bautizase en nombre del Señor Jesucristo. Y los tres fueron decapitados juntamente con ella.
Susana era sobrina del Papa Cayo e hija de un sacerdote llamado Gabino.
El deseo del emperador de que fuera la esposa de su heredero se quedó en agua de borrajas.
Hubiera consentido -todo lo más- si se hubiera convertido al cristianismo el que le prometían como su marido.          
No la mataron de golpe. Le dieron un tiempo para que reflexionara en su actitud antiimperial.
El emperador envió a muchos halagadores para que la convencieran. Ella, sin embargo, se mantuvo imperturbable.
La misma emperatriz llegó a tomarle mucho cariño. Por eso, cuando se enteró de que su marido la había mandado decapitar, fue a recoger su cuerpo, lo embalsamó y le dio sepultura. En una gruta que llamaban de los mártires.
El mismo Papa convirtió su casa en una bella basílica para recuerdo de la valiente joven y también como lugar para que le diesen culto a su virtud.

lunes, 15 de agosto de 2011

Costa Brava Catalana

Óleo de Antonio López
Tengo apoyado el portátil sobre la gran mesa de la casa en la que llevo veraneando desde el día en que nací. No hay conexión a Internet. Es de noche. Por milagro estoy sola. Dentro de poco escucharé a los demás llegando de tomarse un refresco. 
Cuando era niña esta casa estaba llena de Cristos, Vírgenes y Santos; tenía camas altísimas, cortinas de terciopelo, palanganas, escupideras y una capilla en la segunda planta. Si al anochecer me mandaban arriba a por alguna prenda, pasaba rápido por delante de esa salita oratorio porque a solas no le quería ver mover los ojos a ninguna estatua.
En realidad nunca vi que se moviese nada porque los objetos de esa casa a la altura de mi infancia ya andaban todos con las baterías casi agotadas.
Yo todavía alcancé a cazar escenas para el  recuerdo de esa otra vida en la que esas cosas de verdad que sí habrían gozado de auténtica animación.
Con mi bisabuela a la cabeza vaya si formaban todos. Por nada de este mundo se podía saltar el rezo del rosario. Los recuerdo en la penumbra sentados respaldados contra los azulejos de esta misma sala. Entonces si que la vida iba en serio.
Sin mi bisabuela hasta el fraile capuchino que venía a postular parecía más bien un cómico de opereta. El hombre aparecía cada agosto. Con su panza se instalaba en su habitación, se agenciaba de la mecedora, dictaba para la cocina su especial menú de lujo y por tres noches lo teníamos roncando a cambio de una peladilla para cada crío.
¿Algo sobrevivió de todo aquello? 
Por supuesto que sí, ¡el desayuno del once de agosto para celebrar Santa Susanna!.
Si la pobre mártir se levantara ahora podría sentarse casi en bikini a nuestra mesa festiva y contarnos de su último ligue en tanto que fuera mojando sus bollos en el mismo chocolate de siempre.

domingo, 7 de agosto de 2011

Muñecas japonesas

Óleo de George Grosz
Las novelas del futuro se escribirán para ser leídas, vistas, escuchadas, olidas y sentidas.
Podría existir un banco de sensaciones al que el novelista acudiera en busca de las más precisas para su narración, o crearlas el mismo si se diera maña.
A saber lo que nos aguarda.
Hablando de adelantos tecnológicos tengo que decir que mi marido está prendado de esas muñecas tan reales y tan hermosas que están fabricando los japoneses y que han venido a reemplazar a las antiguas hinchables, tan desgraciaditas las pobres frente a estas actuales competidoras. De tener mucho dinero nosotros nos compraríamos una, o dos, o tres, aunque hay algo que me tiene un poco preocupada.
¿No será que moriremos asfixiados bajo una montaña de entes corpóreos en caso de que se cumplan todos nuestros sueños y predicciones?. No es que esté pensando en todo un stock japonés, pero menuda pila de trastos juntaríamos entre lo nuevo y lo que ya tenemos.
Por eso yo le digo a mi marido. ¿No crees tu, cariño, que el futuro quedaría aligerado si lo nuevo que se generase tendiese a ser todo virtual? Para que íbamos a tener tres muñecas pudiendo contar con unos simples cablecitos bien implantados en nuestros cerebros que nos iban a proporcionar los mismos placeres e incluso más variados sin necesidad de que ningún robot tuviera luego que afanarse en dejarlas a ellas bien limpitas.
Los objetos materiales se estropean, se rompen, se llenan de polvo. Los robots puede que lleguen incluso a pelearse entre ellos, o que la tomen con nosotros, o a saber si a alguno no le da por enamorarse de una muñeca. Me agobio solo de pensarlo. En lo virtual, en cambio, apagas la luz y se acabó. 

sábado, 6 de agosto de 2011

Tableta gráfica

Jardín de nuestra casa
Mi marido me ha dicho que a lo mejor es bueno de verdad lo que estoy escribiendo.
Pues claro, como no lo va a ser, he pensado, sin embargo le he contestado que no sé si lo será o no, pero que en todo caso me resulta un bálsamo increíble.
Tanta afición por tan largo período le ha hecho entrar en la duda.
Él cree que lo mio es la pintura; me dice siempre que debería volver a pintar, pero eso ahora mismo me suena igual de exótico que si me estuviese diciendo que debería volver a ser astronauta. Exótico y complicado. Vaya lío el de ir  plegando y desplegando la lanzadera, el cohete o el traje espacial en el jardín cada vez que tuviese un rato. 
Mi marido me dice que algún día me va a regalar una tableta gráfica para que dibuje en el ordenador. Eso sí que me gustaría probarlo cuando termine lo que estoy haciendo.
Yo no pretendo ser escritora, eso no va conmigo. Ni siquiera he pretendido contar lo que estoy contando. Solo que me puse ante el teclado y las cosas  empezaron a  surgir y seguirán haciéndolo hasta que se agoten.

viernes, 5 de agosto de 2011

La piscina

Fire in the Evening - Paul Klee
Voy a la piscina. Esto me sucedió el otro día. Era domingo. Entro. Una recepcionista pasa el código de barras de mi tarjeta por el lector y me provee de la banda de papel que según que días, no siempre, hay que colocarse en la muñeca. ¡Oh! de color azul, no está mal, aunque contra el agua prefiero mi habitual naranja fosforito.
Llevo tres cuartos de hora nadando. Hay poca gente y dispongo como casi nunca de un carril para mi sola. El cuerpo me responde muy bien. Así da gusto. Voy a un crowl muy lanzado. Estoy llegando a un borde cuando escucho una voz que me detiene. Pareciera que me estuvieran llamando a mi y así es. Un socorrista me está conminando a salir del agua.
-¿Porqué? le pregunto.
-Porque lleva usted la banda de color azul y todos los que tienen ese color deben abandonar la piscina.
-Pero si no llevo ni una hora en la instalación.
- Nada, nada, tiene que irse.
  Ni me escucha.  No atiende a razones. 
-Pues yo de aquí no me muevo.
-Pues llamaremos a alguien.
-Pues llamen a quien quieran.
-El vigilante se pone a hablar por el walkie-talkie. Llega el gerente de la piscina.
-Media hora de discusión. En el agua ya estoy empezando a tener frío. 
- Aquí hay unas normas y la gente las obedece, me dice, nunca me había encontrado con una situación así.
-Yo tampoco y trato de seguir explicándome.
-Ni caso, tengo que largarme. Quiero maldecir y no sé cómo. Me siento impotente con el idioma. ¡Rubbish, rubbish, this is rubbish!, no se me ocurre otra cosa peor que decir mientras voy saliendo: ¡Basura, basura, esto es una basura!.

Colgado por todo el recinto hay un cartel con la foto de una  pareja feliz y sus tres hijos en el agua, evocando el maravilloso sábado o domingo del que se puede disfrutar chapoteando todos por el precio reducido que se anuncia.
Echo cuentas. El tiempo máximo de estancia en la instalación en las supuestas horas punta es de hora y cuarto. Casi todas las horas del fin de semana están consideradas como de máxima afluencia. Ahora me imagino a una familia llegando al recinto. Entre cambiarse y todo lo que de normal pueda suceder,  cuando lleguen al agua habrá pasado media hora. No habrán tenido tiempo de aplicarse en la cara las gafitas y las sonrisas que lucen los del anuncio que ya tendrán que marcharse. ¡Que raro!, ¿cómo es que no he visto todavía a una familia cabreada?.
Esta piscina es la mar de sorprendente.
Una semana antes me habían interrumpido a las bravas el ejercicio por no llevar puesto el brazalete que no me habían dado; me daban dos opciones: irme vestida a la recepción a por él o irme a la puta calle.
A continuación actualizo otra más:
Tras nadar recojo de mi taquilla champú y toalla y me voy a duchar, de regreso ya no puedo pasar al vestuario de mujeres, han acordonado la entrada. ¿Se puede saber dónde me cambio ahora?, no veo a nadie a quién preguntar. Por fin una chica de la limpieza que desaparece al instante me señala el vestuario de hombres. ¿Cómo me voy a vestir allí con la ropa que está allá?, le digo a la que ya se ha ido. Salto el cordón y me cambio donde me corresponde pero a la mitad recibo por los bajos de la puerta un potente chorro de agua que empapa la mitad de mis pertenencias.

¿Lo harán adrede? No, seguro que no, eso es lo peor.
A mi me da que aquí no hay nada personal.
Quizá sean los efluvios del cloro. Puede que ellos le hayan visto el negocio a esta hermosa nave de techo en onda y se las hayan ingeniado para atraer a flotar aquí a  sus congéneres los vapores de la desidia y la estupidez. Esto está comprobado, si estos se meten en un ambiente el personal tiene poco que hacer, en cuanto las normas los aspiran se embriagan de mala manera y no hay quién les devuelva la compostura.

jueves, 4 de agosto de 2011

Espíritus marchosos

Óleo de Francis Bacon

EI viernes pasado íbamos  pedaleando en fila  en la oscuridad de la noche un chinito joven y yo por una ancha acera del extrarradio cuando un ciclista que venía en sentido contrario desmontado de su bicicleta nos alertó al pasar junto a nosotros: ¡Policía, policía!. Ni el chino ni yo sabíamos muy bien que pasaba. Los dos llevábamos las luces puestas; eso no debía de ser. Por si acaso nos apeamos también. Gracias que lo hicimos. Me hubiera suicidado si el dinero de las trece horas trabajadas en esa jornada hubiesen tenido que ir a parar al pago de una estúpida multa. Al pasar con sigilo por donde estaba parada la policía vimos que le estaban rellenando un papel  a una chica con menor suerte que nosotros en ese día.
Parece que hay unas normas, pero a tenor de lo que tengo observado estas no deben de regir durante las horas de claridad. ¿A qué peatones estarían ellos  tratando de proteger a la luz de las farolas?.
Ahora caigo en cuenta; entiendo que estarían velando por la integridad física de ciertos espíritus marchosos del cercano cementerio de Chesterton que, según se rumorea, en cuanto huelen el fin de semana abandonan sus lápidas de piedra para irse a dar un garbeo por esa acera tan animada.
Con todo lo que pueda encontrarme ahí, yo en viernes por la noche seguiré pedaleando por donde no se debe; prefiero elegir la manera de morir a que sea un loco desaprensivo en su cacharro el que me aplaste en la calzada como a una cucaracha doméstica.