lunes, 3 de diciembre de 2012

Conversación in crescendo


Mi padre era hombre de pocas palabras en casa, no recuerdo haber cruzado cuatro seguidas con él en toda la infancia, como tampoco en la adolescencia, aunque lo acompañé entonces en dos viajes que hicimos solos; pero en fin, son cosas que pasan, nada para quedar traumatizada.
En mi época de estudiante y viviendo en residencia universitaria, cuando mis padres venían a Barcelona y nos encontrábamos, solían llevarme a un restaurante parrilla que a él le gustaba, donde se pedía y me hacía pedir un buen pedazo de carne, sendos considerables chuletones de Ávila. Mientras comíamos yo conversaba con mi madre, en tanto él permanecía entre la vianda y sus pensamientos. Luego me depositaban en la residencia y hasta la siguiente ocasión. Tan pronto veía alejarse su coche por la Diagonal, me asaltaba una honda pena. Era absurdo, lo reconocía, pero no podía evitarlo, justo seguido de acabar de demostrarme su preocupación por mí. Que tonta. Era claro el hombre me quería, por lo menos bien alimentada.
De bien mayor quise solucionarlo.
Empecé por la primera conversación que tuvimos al teléfono. Fue casi un monólogo por mi parte, pero por algo se comenzaba.
Le dije que repensara lo de no acudir a mi boda, que se celebraba al día siguiente, porque de seguir con la idea se quedaría sin ver crecer a los niños que yo ya tenía, y eso sería irrecuperable, porque por más que luego suavizara su parecer y yo pudiera empezar a visitarlo, para mis hijos habría pasado la etapa, y lo desconocerían como abuelo. Tomé aliento. Y si por el contrario aparecía, entonces podríamos comenzar a ir a su casa y ellos a tratarlo. Al colgar me quedé encantada de haber hilado tantas frases seguidas con él al otro lado de la línea.
Poco a poco conseguí estar sentada a su lado sin temerle al vacío linguístico, valorando entre los dos la tortilla de espinacas, la situación política o cualquier otro tema corto de tratar y no comprometido.
Ya con mis hijos crecidos y levantados de la mesa mi padre se desahogaba cuando iba y estábamos sentados con mi madre, explicándome hacia el fin de la comida los líos de los negocios familiares, porque a ella ya la tenía un poco agotada de tanto repetirle cada día lo mismo, así que como cara diferente la mía le valía
A fin de últimas me quedé satisfecha, en el sentido de haber logrado un avance con él. Lo único que a veces he pensado es si pensaría que mi acercamiento era interesado.
Hace pocas semanas mi tía Elvira, la hermana de él, me contó una anécdota sobre su abuelo que me hizo acordar del asunto. Resulta que una hija de ese hombre tan idolatrado por mi padre le dijo al suyo que  hacía mucho que no iba a visitarla, ella estaba casada en un pueblo de los alrededores y lo invitó a que fuera más a menudo  a su casa, deseosa como estaba de atenderlo con todo su amor y cariño, a lo que el padre le respondió que perfecto y comprendido, pero que recordara que él ya lo tenía todo arreglado.
Mi tía contaba la anécdota sin mueca de diversión u espanto. A mi me hizo pensar en el dicho popular, que "de tal palo tal astilla", pero mi bisabuelo murió contento y mi padre también; ambos hubieran suscrito de seguro lo que dice la canción, "I did it my way"- "Lo hice a mi manera", y se acabó.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Lluvia de otoño


En los primeros días de mi llegada a España quedé con mi amiga Carlota y su amiga Isabel a tomar algo, ellas habían venido en tren desde Barcelona por ver alguna película en el festival de cine y pasar el día junto al mar en mi pueblo tan apetecible. "Llovían gatos y perros", según expresión inglesa, es decir, caía un tormentón, el doble de copioso que el más  fuerte visto en Cambridge en dos años, el que para mi sorpresa dejó inundados multitud de bajos y a la biblioteca municipal obligada a una movida de libros dentro de su espectacular edificio de relativamente reciente inauguración. Sin embargo mi pequeña ciudad mediterránea resistía bastante bien mientras caminaba hacia el lugar de la cita sin escuchar ululares de sirenas o ver coches en la riera arrastrados por la corriente.
Nos sentamos en una terraza a pocos metros de donde rompían las olas. Apenas se diferenciaba el color del mar del del cielo o el de la arena en tanto la lluvia batía contra el acristalamiento, Carlota iba ataviada con un chubasquero naranja que rompía la monotonía cromática y le confería aspecto de navegante, aunque nos mantuvimos al seco, cual reinas del confort tomando unas cervezas. Encima ellas pidieron unas sardinitas y unos calamarcitos, que por algo estaban en la costa. Era fin de semana y  había bastante gente resguardada allí, aunque por fortuna encontramos una mesa libre.

Carlota me dijo que algún día deberíamos encontrar el  medio de contar juntas lo que acontece con las mujeres en temas de herencia en esta sociedad nuestra catalana, tan avanzada como se cree, pero en la que siguen vigentes al respecto costumbres trogloditas que nos discriminan y sobre las que se cierne un manto de silencio que las hace parecer inexistentes.
Entonces me di cuenta de que algo les había contado a mi pesar, en esa u en otras ocasiones, en tanto les explicaba que no me interesaba para abordarlo personalmente el tono de denuncia, a parte de que el  tema, merecedor sin duda de ser puesto en evidencia por alguien que lo sienta, no iba demasiado en la línea de mis intereses. 
Sea por nuestra ligazón de infancia o por nuestra manera de relacionarnos en el presente, cada vez que nos juntamos Carlota termina soltando lágrima. Luego me llama para disculparse, para decirme que no suele ser así, pero ni falta hace que me lo comente, entiendo que es hasta gustoso dejarse ganar a veces por la sensibilidad.
Nuestras madres siguen viéndose, como mínimo una vez a la semana cuando se juntan las amigas del grupo en la institución del té que llevan tomando desde hace más de cuarenta años. Nuestros padres también se frecuentaban; el suyo todavía vive; Carlota me dijo que con él apenas había hablado en la vida, cosa que me sorprendió, pero claro, no era de extrañar, a pesar de sus modales burgueses su padre y el mío habían mamado de la  misma recóndita tierra. 
Carlota hace ya bastante que visita a sus padres acompañada por Isabel. Su padre se preocupa de que la amiga esté bien servida, que se sienta cómoda, su madre también, pero evitan meterse por caminos de palabras descubridoras. A mi madre le encantaría que la madre de Carlota le contara, que se sacara un peso de encima, por ella y por la hija, pero parece que todavía el dominio está inmaduro.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Proporción aurea


Si las flechas del amor restaron en la aljaba de cupido la primera vez que mis padres coincidieron habrá sido entre otras razones porque mi madre solo tuvo vista para observar a la hermana de él, esa prima de la que tanto  le habían hablado los anfitriones, de belleza y arreglo admirados en toda la comarca; así que ella se quedó abstraída mirándole el escote a mi futura tía, los grandes pendientes, los párpados abriendo y cerrando, acentuado su movimiento por el color de la sombra de ojos y el vaivén de unas onduladas pestañas cargadas de rimmel.
Mi padre si reparó en ella; por deformación profesional habrá avistado que se trataba de una buena yegua capaz de alumbrar hijos sanos y fuertes. Su figura o su finura le habrán atraído tanto como el hecho de saber que era hija de una familia con propiedades agrícolas. No le habrá hecho abrir la boca por el riesgo de quedar en la cuneta, pero me juego que ganas no le faltarían de revisarle hasta las muelas. El dato es que pronto pasó a cortejarla, con flores y cajas de bombones, logrando más una nota de carácter que se le escapó que todo su melifluo arte de seducción. 
Por contra a mi poco romanticismo en la visión anterior, tengo que decir que el hombre se quedó la mar de satisfecho el día que ella cambió sus faldas de vuelo por unas tubo, revelándosele que encima había elegido a una futura esposa de buenas ancas.
Lo cierto es que mi padre se llevó una joya en todos los sentidos y siempre lo reconoció así, aunque a la postre ante notario se esmerara nulamente en demostrárselo.
Siguiendo con la historia ellos llegaron a casarse y mi padre a convencer al padre de la novia de escriturar a nombre del marido la finca que estaba por cederle a la hija, un simple y práctico corrimiento favorecedor dentro de la misma e indestructible unidad marital, y así también funcionó que mi padre dispuso a lo largo de los años de los terrenos heredados por ella en la costa, decrecientes en proporción inversa a los chorros de liquidez apaga fuegos volcados sobre sus empresas.
Así que no se porque a mi padre se le ocurrió narrar en el testamento para algunos de sus hijos que gracias al esfuerzo inicial de sus antepasados, fue que llegó hasta ellos, no lo olvidaran,  todo cuanto les había legado.
Aunque en realidad si lo sé. Fue a causa de la casa que construyo y el efecto raro que esta causó en su cabeza.

Mi padre murió de golpe a los ochenta y seis años, en plena forma y en el mejor escenario posible, mis hermanos lo dijeron, tuvo  el final que hubiera deseado, en el caso de imaginarse muriendo algún día, en la fábrica, rodeado por todos los trabajadores, con su hijo, con su nieto, en afanosa preparación para el stand, a punto de iniciarse la feria de Zaragoza, la que tanto le gustaba, y a un paso de la gran crisis que se libró de ver.
Ayudaba y desayudaba por esa época en los negocios que había delegado, a la vez que se dedicaba a reconstruir con sus propias manos y con la asistencia de un peón marroquí los habitáculos semi derruidos de una antigua casa para masoveros en una pequeña hacienda legada por su abuelo tratante. Mi padre iba recogiendo para su proyecto materiales de construcción y deshecho, de aquí y de allá, usando como furgón y carretilla su Mercedes de última gama.
Se gastó una pequeña fortuna en la obra, más que si se la hubiera dado a levantar a un contratista, aunque entonces no hubiera sido lo mismo y a él le estaba saliendo algo muy original, una especie de patchwork de cemento bastante cutre y poco armonizado, que lo representaba en algún sentido y en el que se encontraba plenamente a gusto. Allí se tumbaba en los descansos a dormir la siesta. De hecho esa era su idea, crear un ámbito dónde recluirse del mundo, a ensoñar, a reencontrarse con el abuelo, a pensar en el futuro, a reconstruir la historia.
Así le salió de fantástica, en ese lugar raro, sobre un camastro desvencijado, en la única habitación de techo confiable. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Viejo Oeste



Espero que la crisis no devuelva al pueblo de mi infancia a la posada y cuatro casas del principio, ahora que incluso he visto florecer allí los panes de semillas, de posible estilo centroeuropeo,  y es que hasta la llegada del riego y el ferrocarril el lugar pintaba como en las películas del lejano oeste americano, todo polvoriento y a carreta, aunque sin río que cruzar. 
Tan de flamante creación es mi pueblo natal, según baremo del viejo mundo, que considerándose mi familia de las antiguas del lugar, recién mi bisabuelo fue quién vino a establecerse a esa nueva tierra prometida con su negocio de trata caballar. 
Ya lo dejó escrito mi padre en su testamento: "Recordad hijos míos que todo lo que os he dejado proviene del esfuerzo de lo que iniciaron en estas tierras mis mayores", refiriéndose por supuesto a ese venerado abuelo suyo tipo cowboy, que acabó vigoroso a los noventa y tantos años atropellado por la rueda de un carro enganchado a una mula que no se dejaba dominar.
Potencia desde luego no le faltaría al bisabuelo para dejar tan hondamente implantada en su nieto la semilla de la leyenda que habría de crecer y multiplicarse en el imaginario de mi padre adulto.
Por otro lado mi madre recuerda su infancia absolutamente feliz y salvaje, trepando por los árboles, buceando en el mar y lanzándose en bicicleta picada por las pendientes de su pueblo de la costa, aunque también se acuerde de estar a resguardo, entre labores de bordado, cuentas, dictados  y lecciones de piano, como una flor educada en casa, hasta que se vino abajo la empresa familiar de corcho y al faltar el objeto que justificara la presencia permanente de mi abuelo en el lugar, mi abuela tomó la iniciativa de mudarse con su núcleo de familia a la ciudad a fin de que los hijos continuaran la formación en buenos y prestigiosos colegios. También ella le daba vueltas a la idea de abrir una tienda de ropa infantil por el barrio de la Bonanova donde vivían, atendida por una mujer de su confianza que ya tenía avistada; pero fuera de sus planes esa madre de mi madre fue a morir en el parto de su quinto hijo al año de llegar a Barcelona.
Proveniendo de regiones separadas entre sí y bastante mal comunicadas en ese tiempo, mis padres deberían darle las gracias o echarle la culpa de que se encontraran a un tío lejano de la rama de ella que osó irse mucho más lejos, a Cuba, en los tempranos años del siglo diecinueve, a probar fortuna y la consiguió, haciéndose comprar unas buenas haciendas en su Catalunya natal, sin importarle desde la otra orilla en que parte de su abarcable territorio patrio estuvieran situadas.
Así que tanto antes como después de trasladar su residencia invernal a Barcelona, indefectiblemente en el mes de Septiembre la familia de mi madre tomaba rumbo desde el pueblo de la costa  hacia sus tierras del interior, tan lejanas y primordiales, visto desde este lado, que hasta vacunarles les hacía el doctor antes de emprender camino. Eran los señores que llegaban a sus fincas, las heredades del pariente americano que murió sin haber dejado descendencia. 
Mi madre y sus hermanas eran apodadas "las negritas" por llegar a esos predios bronceadas como pastor de alta montaña después de todo un verano pasado en la playa, cuando allá las niñas de posibles se figuraban níveas, preservadas al fresco y a la sombra de las inclemencias solariegas que solo debían afectar al campesinado. 
El caso es que blancas o morenas cada año eran invitadas por una familia amiga a la fiesta mayor de su pueblo cercano, en donde a edades ya de festejar coincidieron en la casa de esa gente con unos primos de ellos, es decir, mi padre y sus hermanos.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Poppy seeds

Kalács húngaros
En uno de los dos Kalács de diferente relleno que la mamá de Betty le mandó por Navidad se encontraban las semillas de amapola que le daban su color negro al de esa modalidad. Betty dividió ambos bizcochos arrollados para que pudiéramos probarlos. Estaban buenísimos, se adivinaba que la madre había corrido de su horno a la compañía de transportes para que se los hicieran llegar vía aérea todavía tibios a su hija.
Descubrí días después dos rodajas envueltas y olvidadas en un rincón.  Qué lástima; serían las "de la vergüenza", que así se nombra en España, al porción o unidad de algo comestible apetecido por todos pero que nadie se atreve a tomar el último; estaban algo menos esponjosas pero para nada despreciables. Gallo o gallina, me dije, cogí un trozo sin mirar y me lo metí en la boca a ver si ganaba. 
Al parecer las semillas de amapola son utilizadas como ingrediente en variadas recetas del mundo mundial. Yo no lo sabía, pero es posible que incluso en zonas del sur de Europa tengan aplicación. Ahora que lo pienso, puede que lo sean esos granitos negros adheridos a la superficie de alguno de esos panes que compró aquí  en la costa, en panaderías catalanas de amplio surtido.

De niña me preocupaba la cuestión de que en mi lugar de residencia fueran imposibles de encontrar algunos de los ingredientes que leía en las recetas de libros y revistas; eso me daba cuenta de que estaba viviendo en un punto del planeta un tanto alejado del centro cosmopolita, aunque los de mi familia circulaban bastante, y si se requería algo, pues se iban a otro lado a buscarlo y ya estaba; como las reproducciones en postal de pinturas célebres que mi madre me traía cada semana de Barcelona; algo nunca visto en mi pueblo; el solo hecho de tocarlas, atesorarlas y saber que mi proveedora era de ciudad y conocedora de las artes y tiendas me hacía sentir privilegiada. Eso y otras muchas cosas.
Pero el pueblo corrió rápido a ponerse al día. De hecho ya estaría en buena marcha cuando yo nací. En ese momento el grueso de la gente ni imaginaba la posibilidad a darse un chapuzón al agua bajo el sol del verano sin moverse de la plaza y pocos sabían nadar. Para entonces yo me zambullía en una de las dos piscinas particulares del pueblo, hasta que a mis siete años surgieron las gloriosas municipales, a las que siguieron los clubes deportivos, las escuelas de danza, de música, las discotecas, las bibliotecas. Los colegios, institutos y academias se multiplicaron, y para atender las necesidades específicas se crearon residencias de ancianos, de discapacitados físicos, de minusválidos psíquicos y unos reconocidos y económicamente rentables talleres de trabajo que les proporcionan ocupación.
Los habitantes comenzaron a moverse; las familias a irse de vacaciones, a la playa, a la montaña; los jubilados a salir de marcha, al club social, al baile, de excursión, a darse amores entre ellos que ni los hijos podían parar; los matrimonios que andaban a mal a separarse; los jóvenes a irse a vivir por su cuenta, con sus novios o novias, sin que a los padres les diera un ataque, o solos, algo más costoso de ver dentro de la misma población, por el apego de los jóvenes al cariño hogareño y al eficiente y gratuito servicio de habitación hotelera, lavandería y restaurant que normalmente presta  el nido familiar, o quizá porque por un arrastre cultural no esté todavía montada en el país la infraestructura que facilite la independencia de los hijos una vez superada la adolescencia.
Los nuevos emigrantes empezaron a llegar, de mucho más lejos y diferente lugar; para entonces la oleada proveniente en los años cincuenta y sesenta de las regiones del sur del propio país estaba más que arraigada, catalanes ellos y sus hijos, como lo son y serán, espero que lo sientan también de ánimo, los hijos nacidos de los más recientes migrados a mi pueblo natal.
Los ligues y adulterios proliferaron, así me han contado, en un pueblo que se precia de no ser chismoso, aunque siempre cabrá la duda de que estén en lo cierto, porque ya se sabe que esos asuntos escapan por naturaleza de ser contabilizado. Aunque es imaginable que así sea, con todos lanzados a la calle y más adelante con las enseñanzas aprendidas de las liberadas series realistas de la televisión catalana y reality s hows entrados en las casas a través de las ondas nacionales. La llegada de Internet habrá acelerado el proceso en ese aspecto en mi pueblo, igual que en todos los demás en todos los pueblos conectados del mundo. Ni en veinte años recorriéndose los bailes de la comarca hubiese conseguido antes alguien con interés tener enfrente lo que cualquiera ahora puede obtener en un click, a elegir además si de la zona o de más allá. Presentándose unos a otros, guapos y guapas,  raudos y perfectamente ataviados, gracias al  low cost y las buenas comunicaciones.
Y así es como con tanto avance y tanto va y ven de personas acabaron llenos de más productos los estantes de los supermercados de mi pueblo.
Hasta ahora, con la gran crisis, que está por ver a dónde nos va a llevar todo esto.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Poppy

Gente con conciencia social, esos son los que se colocan la flor, y eso es lo que a mi me haría falta, conciencia social y un tejido de relaciones dónde poder lucir la amapola si viniera al caso. La amapola de fieltro o de papel que cada otoño veía rebrotan en las pecheras de los presentadores y demás invitados de la televisión británica, también de uso para la gente de a pie, aunque a mi no me fuera dado verla, salvo en el día señalado en el ojal de la directora del hostel.
Poppy la llaman; me gusta cómo suena en inglés el nombre de la silvestre flor encarnada que cubría los campos de Flandes en mil novecientos quince, según la inspiración del poema que ligó la flor al memorial de los caídos del bando occidental procedentes de los países integrantes del antiguo imperio británico durante la Gran Guerra y con el tiempo al de todos los muertos en combate al servicio de la defensa de las distintas patrias y sus valores comunes, la misma flor atada de un modo menos trágico los campos de mi infancia.
¿Gallo o gallina?, nos decían, adivina primero y luego abre el capullo; rojo es gallo, rosa gallina; si aciertas, ganas. Cuando más me gustaba el paisaje, peor era para la cosecha; puros campos de niña feliz, moteados de un rojo sin trágica connotación.

Canadá era dominio del Imperio Británico cuando en el año mil novecientos catorce, tras la invasión de Bélgica y Luxemburgo por Alemania, Gran Bretaña y Francia entraron como aliados en el conflicto de la Primera Guerra Mundial. Por tal John McCrae, médico, poeta y teniente coronel canadiense, fue designado al frente europeo como cirujano de la artillería de su país. En la segunda batalla de Ipres, librada en los campos de la bélgica flamenca, John McCrae perdió a un compañero amigo, y según lo que se cuenta, tras el funeral del mismo se retiró a escribir, unas líneas que él mismo desechó. Se dice que otro compañero recogió el escrito y lo mandó a un semanario inglés, que poco después lo publicara en sus páginas para de allí pasar rápido a difundirse y a popularizarse.
Hoy en día tanto el poema como la amapola permanecen en el ámbito de los países de la Commonwealth como símbolo y recordatorio de todos los caídos en defensa de sus valores democráticos y de libertad.

In Flanders Fields                                            En los campos de Flandes

In Flanders fields the poppies blow           En los campos de Flandes las amapolas oscilan al viento
Between the crosses, row on row             Entre las cruces, hilera a hilera
That mark our place; and in the sky           Esto señala nuestro lugar; y en el cielo
The larks, still bravely singing, fly               Las alondras, aún con valentía cantando, vuelan
Scarce heard amid the guns below            Sin que nadie oiga abajo entre las armas
We are the dead. Short days ago              Nosotros somos los muertos. Escasos días atrás
We lived, felt dawn, saw sunset glow,       Vivíamos, sentíamos el alba, veíamos el arrebol del ocaso
Loved, and were loved, and now we lie    Amamos, y fuimos amados, y ahora yacemos
In Flanders fields                                      En los campos de Flandes
Take up our quarrel with the foe:               Recoged nuestra lucha con el enemigo:
To you from failing hands we throw           Hacia vosotros desde nuestras manos caídas os pasamos
The torch; be yours to hold it high.            La antorcha; que sea vuestra para sujetarla bien alto.
If ye break faith with us who die                Si nos faltarais a nosotros que morimos
We shall not sleep, though poppies grow   Nosotros no podríamos descansar, aunque las amapolas
In Flanders fields.                                      Continuaran creciendo en los campos de Flandes.

Me da por pensar que si yo hubiese nacido británica concienciada igual no hubiera podido lucir la flor en el trabajo que allí realizaba por miedo a que esa amapola tan emblemática terminara mal parada adentro de un jarro de leche o atropellada en los suelos de un pasillo, aunque mejor no me preocupe, seguro que de partir de entrada de esa manera, las cotas alcanzadas me hubiesen valido para preservar la salud del símbolo.                                                  

sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Determinismo?

En invierno, en mi picoteo por los vídeos colgados en la red me detuve a escuchar a una mujer entrevistada en un programa de televisión con motivo de la salida al mercado de un libro suyo. Yo no sabía quién era ella, simplemente me paré a coger oído para mi inglés. Luego pasé a verla en el campus de una universidad estadounidense, dando una charla bajo un entoldado; casi todas a su alrededor eran mujeres; aparte de la agudeza o el humor que pudiera tener, tanta risa y sonrisa por parte de la concurrencia al dictado de sus palabras y movimientos me dieron la pista de que esa mujer debía de ser una celebridad.
Me sorprendió descubrir que se trataba de Nora Ephron, guionista y directora de la película Julie & Julia, por tanto una influencia en mi vida, como también autora de Tienes un e-mail, otra película de género dulce protagonizada por Meg Ryan y Tom Hanks, que casualmente también quedó bastante bien grabada en mis circuitos neuronales.
Nora Ephron falleció de leucemia este verano. Otra noticia sorpresiva y de la que me enteré por casualidad; Cómo es posible que alguien se muera siendo que lo acabas de conocer. Ella en un momento de la entrevista hizo alusión a su edad avanzada. Me pregunté cuántos años tendría. No era una cría, pero lucía juvenil. Delgada, casi flaca, llevaba un buen corte de melena y engarzada en la solapa  izquierda de su americana gris de diseño la amapola que cada año veo rebrotar en las pecheras anglosajonas ofrecidas a los medios. Se la veía en plena forma creativa y sin embargo murió; de forma inesperada a los setenta y un años. 

De las películas que he visto, de los libros que he leído, de lo que he estudiado, de las vivencias que me han acontecido, al final me queda poco, poquísimo, a veces incluso me asusto de pensarlo, la menudencia que retengo; ¿y lo otro, dónde ha ido a parar? me pregunto. Entonces me respondo que no tengo de qué preocuparme, le pasa a todo el mundo, se da un descarte a la carta, aunque no te enteres de que hayas elegido.
La memoria es selectiva, ya se sabe, y lo que nos va a influir también lo escogemos sin saber. Algo hace que elija para recordar aquello que me va a influir, o dicho de otro modo, me influye aquello que al margen de mi voluntad he seleccionado para el recuerdo. Nada es en sí mismo más o menos importante en orden a ser capturado, todo vale y toma precio en nuestra vida según el collage que nos sea dado realizar.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Perro callejero


La segunda vez que se escapó pensé que, de encontrarlo, quedaría escarmentado, porque al rato de ausentarse se largó una tormenta colosal, con rayos, truenos y unas descargas de agua impresionantes que se fueron repitiendo a intervalos durante todo el día sin noticias del chucho.
Mi hijo estaba trabajando, así que no le dijimos nada. 
A la policía tampoco, hasta la tarde, porque preferí buscarlo por nuestra cuenta antes que dar aviso por lo mismo que había pasado cuatro días atrás.
Sucedió que lo recogió bajo el chaparrón una mujer, la cual le abrió la puerta de su coche, en el que entró raudo a acomodarse de copiloto, tras encontrarlo zigzagueando en mitad de la carretera comarcal, sorteado al paso por otros vehículos.
Resultó que su salvadora era una amante de los animales que se lo llevó al trabajo y allí lo mantuvo siendo la atracción a su alrededor, que hasta le fueron a comprar un hueso de cuero de vaca para que se entretuviera. Al finalizar su jornada, como ya había avisado la mujer, lo llevó a comisaría, dónde mi hijo lo recogió. 

Intuimos que había disfrutado de la salida, pero lo supimos del cierto cuando lo volvió a intentar. Quedó claro que era imposible tenerlo suelto en el jardín, ni siquiera por unos segundos sin controlar, hasta que Simón acabase de solucionar lo de la valla.
Simón se trajo al cachorro hará unos seis meses. Al principio era verano, mi hijo tenía tiempo para estar con él, y, obviando los desastres que causara, se lo podía mantener a la espera en cualquier cuarto cerrado. 
Se estaban evaporando las anteriores condiciones cuando aparecimos nosotros.
Mi marido y yo dimos por finalizada  nuestra etapa de animales hace ya mucho, para quedarnos libres de viajar  o de cambiar de país si se daba el caso.
Antes de ir a Inglaterra, yo le decía a mi marido que si era por las salidas que habíamos hecho casi nos hubiera dado tiempo a criar a otro perro, o a tener uno de esos pequeños, que llegada la oportunidad te metes en un bolso y queda tan mono; pero el cálculo no venía a propósito de la añoranza por tener algún otro bicho, sino como observación al tipo de vida que habíamos llevado desde la última perra que se nos fue.  

martes, 6 de noviembre de 2012

Negra y Chufo



El primer día me levanté y ya tenía enfrente a Chufo, el perro de Simón mirándome a los ojos. Me dio lástima y lo saqué a pasear. Al día siguiente repetimos. Al tercero ya lo había tomado como un hábito y en cuanto me vio con la taza final del desayuno en la mano empezó a mover cuerpo y cola reclamando la salida.

Antes de ayer estuvo en casa Julián, un amigo de Simón con su perra labrador retriever, como la anterior que tuvo, Negra, la que andaba siempre por casa, muy querida de mi hijo, la que murió en la carretera hace hoy exactamente un año.
Estábamos mirando el espectáculo de los dos crecidos cachorros desplegando una energía colosal mientras se revolcaban en la escasa hierba como dos croquetas una encima de la otra chocándose los dientes sin romperse en un juego frenético de mordidas juguetonas.
Con razón me veía impulsada a sacar a Chufo a desfogarse, pensé.
-Estás muy guapo Julián, cómo te encuentras.
-Muy bien, gracias.
-Ya hará un año ¿verdad?.
-Si, pasado mañana.

En el día de hoy del año pasado llamó otro amigo a mi hijo avisando del accidente. A Julián se lo habían llevado en ambulancia, la perra había quedado tendida al borde de la calzada, había que ir a buscarla.
Entre varios la llevaron hasta El Mirador, un lugar elevado al borde de un camino secundario desde donde se contempla una de las mejores vistas de la comarca. El terreno es tan pedregoso en esas montañas que le dieron sepultura bajo unas rocas, sin excavar un hoyo.
Julián había sufrido rotura craneo-encefálica y no sé cuantas cosas más. Los padres tuvieron que pasar varios meses en el hospital con el hijo bajo coma inducido esperando el momento del despertar para saber que tipo de daños cerebrales o de columna vertebral podía haber sufrido, aparte los órganos internos que se habían visto afectados; los padres, la familia y los amigos.

Yo antes me preguntaba cómo podía andar Julián con su perra siempre en la moto de aquí para allá.
Por la perra seguro que no habrá sido el accidente, ella se quedaba inmóvil, clavada, más que cualquier otra chica que hubiera transportado con él. Lo que me intrigaba es cómo salvaba los controles, porque aquí todos andan con el casco, pero a los guardias de tráfico puedes encontrártelos en cualquier rotonda guardando que los muchos motoristas que hay por la zona circulen con todas las de la ley.
O a lo mejor es que no hay leyes para perros circulando en scooter.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Mi familia y otros animales

Estudio de la gata
Daniel y Lucas, nuestros hijos en Madrid, tienen una gata en el estudio, que es la niña mimada de cuanto personal pasa por ahí. Era la gata de Lucía, la hija de Daniel, y de Linda, su ex mujer. Vivió con ellas hasta que se trasladaron a Londres. Entonces pasó a manos de Simón sin cambiar de apartamento, dado que mi hijo se mudó a hacerle compañía, hasta que se vino a Cambridge y la gata quedó acomodada en el plató de fotografía.
Todos coinciden en que es amable, cariñosa y fácil de tener, además de saberse mover en ese espacio de producción publicitaria cual celebridad acostumbrada a los focos; a veces también, cual plumero pasado por la pantalla, podemos verla garbeando en primer plano mientras hablamos vía Skipe con los madrileños, como se paseaba de hombros a teclado de Lucas el día que a él le dio por hacerme de orientador personalizado.

-Tú, mami, todavía estás bien, podrías trabajar en alguna recepción de hotel o de consulta médica, aunque haya mucho paro, también hay mucho incompetente, yo lo veo, y gente que se queja, pero no se pone con todas sus ganas a encontrar una salida, por eso tu, que eres lista, si te pones con fuerza y te sabes vender, podrías conseguirlo.
-Lucas, cariño, te recuerdo que no eres mi padre.
-Yo te lo digo, después haces lo que quieras, ¿cómo está tu nivel de inglés?, porque esa puede ser una buena baza tuya.
-Si en la otra vida naces padre mío, podrás aconsejarme, aunque ni eso, acuérdate el dicho: "Padre que da consejo, más que padre es un boludo".
-Preferiría nacer cíborg que padre tuyo, pero bueno, yo solo te lo digo porque sé que a ti te gusta estar activa y antes en  la inmobiliaria estabas bien...
-Te agradezco tu preocupación, hijo, y te haré caso. 
-Piensa que aquí la mayoría de los que están buscando trabajo tiene un dominio muy elemental del inglés, y si tu has estado dos años... 
-Tú quédate tranquilo. Deja que me tome un respiro y ya verás. Podrías ser las dos cosas, un padre cíborg.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Paraíso animalístico

The parent trap
Los ratones reconocen y esquivan el cebo por más que lo coloque con guantes y recubra de queso gruyere. Mi hijo Simón opina que deberíamos ponerles trampas, para salvaguardar la salud del perro, que según le dijo la veterinaria si hallaran tieso a algún ratón menos listo, eso también podría resultar fatal para él.
-¿Trampas?, ¿todavía existen?, ¡que grima encontrármelos ahí metidos?.
-Pues habría que preguntarles a ellos, igual les resulta más rápido y menos doloroso.
-¡Ay!, calla hijo.
Entre tanto ellos rondando a sus anchas por la propiedad.

El perro es muy simpático, la verdad, pero está visto que el nuestro no es el paraíso de la placidez animalística.
Simón pretendía que sostuviéramos una charla acerca de su joven compañero, un tema en el que yo no quería entrar, pero como forzó la conversación le dije lo que pensaba, que era muy bonito tener un animal y seguro a él le había venido de maravilla, pero que pensando en nuestra vida práctica a futuro suponía un quebradero de cabeza. ¿Acaso pensaba el quedarse instalado en el nido paterno en los sucesivos quince años?, ¿acaso no estaba ya casi todo el tiempo afuera?, ¿quién se lo iba a cuidar?, porque si, como era de desear, la empresa en la que ahora estaba metido tiraba hacia adelante, iba a estar cada vez más ocupado si cabe, y si al acabar se iba a practicar deporte, pues todos encantados, pero ¿y el perro?, y siguiendo con la versión más favorable, ¿qué pasaría si en algún momento se nos diera a todos por poder viajar?..
-Me lo llevaré, el otro día vi a uno viajando en el tren metido en una especie de caja-jaula.
-Ha crecido ¿eh?, tiene más pinta de pastor alemán que de la pequeña especie de labrador que decías.
-Simón me salió entonces con el planteo de que con el nivel de desarrollo que yo hubiese podido alcanzar de no haberlos tenido a ellos, a mis dos varones, estaría ahora en una situación mucho más favorable. Imagínatelo, me dijo, en veintitrés años, y sin embargo, aún sabiéndolo, ¿hubieras dejado de tenernos?.
- Yo lo único que te digo hijo es que no entraba en mis planes estar todo el día pendiente de tu amado chucho.

Entre tanto el aludido nos miraba desde una esquina con la cara y pose que adopta cuando sabe que algo ha hecho mal. Estábamos todos un tanto alterados porque ya iba la tercera vez que el señor se escapaba de casa. 
-¿Tu crees Simón que es de mi agrado volver a verle la cara a la policía local?.
-Pero si he ido yo a recogerlo.
-Da lo mismo, yo llamé, yo tuve que ocuparme,  bastante tuve con ese tipo de historias. Además, tu te vas, lo dejas, y ya nos tienes a tu padre y a mí todo el santo día dominados por el tema del perro, ¿tengo o no tengo razón, hijo?.

domingo, 28 de octubre de 2012

Actualización

Chicle de globo
Veintiseis días después del regreso ni siquiera había respondido en Facebook a los mensajes de Betty & Katie. 
Por fin lo hice, la semana pasada. 
A este paso de escritura no voy a ponerme al día ni para navidad. Así que voy a hacer un refrito de lo que a ellas les conté para adelantar rápido.
"Querida Katie,
Me ha hecho mucha ilusión encontrar tu nota y estoy releyendo también la de Betty...
Estuve en casa mi madre, viendo a la familia, lejos de Internet. Cuando llegué a la mía comenzaron las historias de siempre. Un fallo técnico nos había dejado desconectados de la red, de hecho hacía meses que pagando sin dilación funcionaba fatal, vinieron de la compañía, en cada país es lo mismo, hay cruzar los dedos y esperar que lo resuelvan. Si no funciona el sortilegio, un consejo Katie, hay que llamar y decir que uno se borra del servicio, tajante, como hizo mi hijo. Entonces vienen y te cambian rápido el router de los problemas, que ya se lo venía diciendo Simón, "es el router, es el router", y ellos ni caso hasta ponernos serios.
Qué cosas te cuento Kattie. Mientras tanto aprovecho para limpiar y poner orden al grueso de los costados.
Como te dije, mi vida llena de sorpresas domésticas ha regresado. Mi hijo Simón tiene ahora un perro. También me encontré con visitantes roedores. A la media hora de haber colocado cebos mortales en lugares totalmente inaccesibles para un mamífero grandecito tuve que correr con el chucho hacia el veterinario, histérica con el coche queriendo alejar de mi la responsabilidad de convertirme nada más llegar en la asesina del amor mascotero de mi hijo. Espero que todo termine bien, en el vómito provocado por el veterinario a fuerza de jeringazos de agua oxigenada inyectados en la boca no se apreciaron rastros del chicle colorado que parecía el veneno. 
Katie, me gustaría saber cómo fue tu viaje a los Estados Unidos y como siguen las cosas por el hostel. Cúentame anécdotas, son mis favoritas, ya sabes, para ti es fácil con el inglés..."
Ciclo indoor
"Querida Betty,
Me encantó recibir tu mensaje tan pronto y tan cariñoso... 
Estoy empezando mentalmente a ajustarme a mi nueva vieja vida. También he comenzado a ir al gimnasio y a hacer algunas sesiones de cycling indoor, para no olvidarme de nuestro deporte favorito, pero el monitor ya me advirtió: "esto es diferente, tómatelo con calma", sin embargo no le hice caso, y aquí estoy, llena de agujetas.
Aquí veo mucha gente en buena forma física, también bronceada por el sol del verano que acaba de pasar y  todavía continua.
Voy en shorts y sandalias todo el día. Se me hace extraño, pero realmente agradable, ¡en octubre!, regresar del gimnasio (quince minutos caminando) a las nueve de la noche en camiseta de tirantes sin sentir fresco alguno.
También oliendo a pino y a polvo. No imagines Betty una polvareda, no estoy en el far west y ando por senderos asfaltado, pero sí que noto en el aire unas ligeras partículas que antes me pasaban desapercibidas. Me siento como una extranjera descubriendo el aire mediterráneo.
Betty, otro día te cuento más cosas y espero que tu también lo hagas, así que estaremos en contacto, y algún día vendrás a verme ¿eh?..."

lunes, 22 de octubre de 2012

Al descubierto


Estando todavía en Inglaterra haciendo camas una mañana me entró la inquietud de que si mi marido publicaba la novela con el título que le había buscado no habría quién la eligiera entre el montón de obras expuestas a la venta, y se me ocurrió otro.
-¡"Pies peludos"!, ¡cómo se te ocurre!, si parece un titular para El Jueves*, me dijo mi marido cuando le fui con la idea.
-Es llamativo.
-Es horrible. Piensa cariño que se trata de un texto literario y el título tiene que estar acorde...
-Vale, pero todo depende, si Tarantino lo hubiese elegido para una película suya podría haber pasado por cool, ¿no te parece?, a ver, ¿cómo se llama esa con Uma Thurman y John Travolta?...
-...el título tiene que tener cierta sonoridad, el oído importa mucho...
-...¡ah! ya me acuerdo, no, Pulp Fiction, suena refinado..., y Kill Bill también, en fin, pero vamos a ver, Carne trémula, de Almodóvar, ¿no parece un titular de revista burlesca?. ... Y Carne, a secas, ¿te acuerdas que me contaste de una película de los años sesenta o por ahí, argentina, que te gustaría volver a ver?, se llamaba así, ¿verdad?, "caaarne", ¿te suena bien?. 

Igualmente, para evitar el mal fario, mi marido modificó el título que había mandado como provisional; ahora le ha puesto uno que suena poético (sin guasa), el nombre de una península lejana, que en todo caso no es Kamchatka.
Para evitar malentendidos tengo que decir que mi  influencia sobre mi marido es nula, literaria me refiero, si hubiese estado convencido lo quedaba como estaba, que por algo lo tenía puesto como no definitivo.
Lo cierto es que con el nombre de Pies peludos sucedió algo raro, me vino como una inspiración, a mi, que jamás me he metido en el trabajo de mi marido, y el calor de su encuentro me duró hasta que lo solté, quedando convertido afuera en un charco de hielo derretido. 
Espero que no todo me funcione de la misma manera.

*Semanario español de humor satírico

sábado, 20 de octubre de 2012

Veinticinco días después

"Bichito, bichito, tu que eres tan tontito, podrías de una vez subirte al algodón para que te pueda transportar en esta nube hasta la ventana y arrojarte al aire libre del jardín", le decía yo a un insecto parado en la pila del lavabo en una de nuestras primeras noche en España.
El tío no levantaba pata ni a la de tres para auparse a la montaña que yo le ponía por delante.

Mi marido me preguntó noches después si había puesto en el blog lo del bicho que le había contado.
-¿Acaso me has visto sentada al ordenador en algún momento desde que llegamos?, cómo quieres que lo haya escrito, si no he parado.
-Ya empezamos, ¡yo no quiero nada!, solo te preguntaba.

El chorro de agua se lo hubiese llevado sin remedio cañería abajo, de hecho ya estaba dando tumbos en el remolino que se forma en la pila y estuve tentada a dejarlo ir, pero mira, esa noche estaba inspirada y cerré el grifo de golpe.
Estaba tan aturdido que aún sin la corriente tuve que ayudarle con el dedo a salvar el temporal.
Cayó mal. Quedó boca arriba pataleando como un poseso. Pasaba el rato y seguía sin dar la media vuelta sobre el caparazón para salir caminando.
Con este desgaste energético, si no ha girado no lo hará, pensé, menuda ayuda le he prestado.
Si lo dejo como está habré intervenido para mandado de una muerte rápida, a una de asfixia lenta por agotamiento.
Algo tenía que hacer para librarlo de dicha tortura.
Lo coloqué boca abajo.
Parecía que había quedado manco de una pata, estuve observando y al rato esta asomó por debajo del cuerpo, hasta quedar desembarazada del todo de una pesada gota que la obstaculizaba bajo el vientre; por fin pude contarle ocho extremidades.
Juraría que todas eran patas, cuatro atrás y cuatro adelante, aunque siendo que no era una araña ni un escarabajo, quizá lo observé mal y dos fueran antenas.

Es conocido que con los cambios se producen transformaciones, transitorias o permanentes, pues bien, en mi caso, con el ajetreo de los últimos tiempos, fuera de mi costumbre habitual de retirarme los cosméticos con jabón y agua de ducha, esa noche lo estaba haciendo con desmaquillador y discos de algodón. Así que disponía del medio.
Me costó hacerlo subir a la nube, mi marido me llamaba desde el dormitorio, ¿vas a venir pronto o apago la luz?.
Espera un poco, ya voy, le contestaba.

Se me agotaba la paciencia. Al animal le dio por paladear el afeite. Llegados a la ventana resistía a soltarse de la superficie embadurnada. Gracias que tenía yo el día contemplativo, porque sino le digo adiós muy buenas y lo estampo contra el alféizar.
¡Que tanto cuanto!, el algodón con él a la basura y a dormir todos tranquilos.

viernes, 12 de octubre de 2012

Despedida acuática

Endorfinas
Estoy cansada, muy cansada.En la piscina los cuencos de las gafas se me iban llenando de líquido no tratado en tanto emitía lamentos hacia el fondo que de no ser absorbidos por la masa acuática bien pudieran tomarse por espiraciones profundas. Muy dramático y casi agradable.
No es que me suceda algo así a menudo, pero es que ahora estoy cansada, muy cansada.

Sigo acudiendo a la piscina de mis amores que lleva tiempo sin atacarme y no a la otra, la de Abbey Pools, llena de bebés, padres y abuelos de familias no espeluznantes, confortable y nada agresiva, según mi experiencia, pero cuando reabrieron Parkside Swimming Pool tras la reforma, allí regresé, a encontrarme con una ducha de agua congelada, por una avería, porque es la mía, por su hechura de principal, su graderío y sus nadadores olímpicos, que no por sus monstruítos, que también abundan.
Ayer todo eso únicamente me estimulaba las lágrimas que no me permitía ver tras las gafas mientras avanzaba por el carril pegando brazadas al agua  y soltando bramidos hacia el fondo.
Por suerte no cada día tengo que nadar de ese modo, aunque tampoco es desagradable, sobre todo si hacia el final te alcanzan los efectos de las endorfinas, cosa que a medias me sucedió en esta mi sesión de despedida.


Llevo tal agotamiento moral que en la sesión de ayer en la piscina, la de despedida se supone, solo a medias me alcanzaron los efectos de las endorfinas.
Sigo acudiendo a la piscina de mis amores que lleva tiempo sin atacarme y no a la otra, la de Abbey Pools, llena de bebés, padres y abuelos de familias normales, que me resultó acogedora, confortable y nada agresiva, pero a la de Parkside Pools  he regresado, a reencontrarme el primer día tras la reforma con una ducha de agua congelada. 
Pero en serio que se está portando bien conmigo, a lo mejor es que le han cambiado al director. Me inspira aquí el graderío, su hechura amplia y los nadadores de talla olímpica que a mi vera pasan volando. 
Supongo que por ser la grande y contar con parque acuático abundan en ella también los monstruítos, que los hay bastantes en esta ciudad, o al menos yo los veo por donde circulo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Princesa húngara


Caspar David Friedrich (1818)
Hoy, a dos días de acabar con el trabajo, he ido a topar en el hostel con  el alma rusa del romanticismo en la piel de un natural de Odessa.
Estaba ordenando la autococina-comedor de los huéspedes, cuando la  única persona que había en la sala, un hombre sentado leyendo vestido con camisa y pantalón de safari, levantó la cabeza de sus papeles y me dijo que yo era como una supermodelo, una princesa, un ente de calidad superior aparecido ante sus ojos.
-Es que "soy" una princesa, le respondí.
-¿Es usted húngara?, continuó.
-Soy española, ¿porqué ha pensado que pueda ser húngara?.
-Como he visto dos húngaros más por aquí, pensé que a lo mejor usted también lo era, me dijo en perfecto español.
-¡Oh!, ¿dónde has aprendido a hablar tan fluido el castellano?
-En Zaragoza*, viví doce años allí.
-Con razón. Pero vaya, te felicito, ojalá consiga algún día hablar inglés la mitad de bien que tu español.
-Creo que podría adivinar de dónde es usted, siguió.
-A ver...
-¿Vasca?.
-No.
-¿Catalana?.
-Muy bien, de Barcelona, pero puedes tutearme.
-No, no puedo, me resultaría imposible, debería primero tratarla un tiempo más. Son las formas aprendidas, que nos gobiernan.
Entonces se acercó, y lo vi tan dispuesto que tuve que sacarme los guantes para ofrecerle una mano a fin de que la tomara e inclinándose depositara un amago de beso en su dorso.

Me contó que tuvo una novia en Zaragoza clavadita a mi, es decir, de alta gama y acusada sensibilidad. 
Lo sucedido es que la pobre, que se llamaba Pilar, sufría de los nervios y tenía que tomarse pastillas para calmarlos. Como el deseo de él era el de tener descendencia, le planteó a la mujer dicha posibilidad y le sugirió que rebajara la cantidad de píldoras para que, en el caso de quedar embarazada, no llegara a salirles una criatura tonta. 
Entonces sucedió que al reducir las dosis le empezaron a acometer a la novia ataques de agresividad. Tanto que terminó ingresada en un psiquiátrico, al que acudían a visitarla él y la madre de ella,  hasta que mejoró lo suficiente
Entonces la señora se la llevó al pueblo, a la espera de que con la calma de los prados y las vacas su hija alcanzara la serenidad total.

De haber acudido al encuentro del ruso en King's Parade ahora tendría hecha una caricatura para colocar en casa junto a la gallina de Grantchester y al lobo del retrato de Richard Vaughan.
Me mostró una carpeta con sus trabajos. 
Si me hubiese entusiasmado su obra, habría ido a que me dibujara, pero creo que con ella el buscaba más que nada buscarse la vida, empresa loable dónde las haya, de país en país allende su patria, todavía más interesante, pero no por eso iba yo a desviarme de mi ruta habitual para estacionar mi cara frente a su caballete.
Ya que estábamos le dije que escribía un blog.
-Pues mire, si necesita alguna ilustración, puede contar conmigo.
-Sí, gracias, lo tendré en cuenta, le contesté.

Que desilusión. Ni siquiera me preguntó de que iba.
¿Estaría yo en lo cierto pensando que el hombre había pasado rápido del arrobo al negocio?, ¿o a parte de verme como posible madre me estuviera viendo desde el principio como posible clienta?
En fin, para que voy a querer una respuesta que puede que ni exista.
Lo importante es que repente me vi metida en un sketch, y la caricatura seguro que me la hubiera hecho gratis.

*Ciudad española de la comunidad autónoma de Aragón

domingo, 16 de septiembre de 2012

Veintiséis mil empleados

Distritos del Gran Londres
con la City of London en rojo
Will tiene veinte años y en sus primeros días de trabajo en el hostel lucía un aspecto luminoso.
Dijo que era emocionante iniciarse en una plaza dónde poder aprender y ver que en ella se le ofrecía auténtica comida a la clientela.
-¿Comida fresca?, ¿dónde estuviste tú trabajando antes?, le pregunté sin pizca de asombro a la vista.
-En Wetherspoon, ¿conoces esa compañía?, me contestó.
-Vaya si la conozco,  estuve por entrar ahí.
-¿A comer?
-No, a trabajar, en el pub Tivoli, ¿lo conoces?.
-Yo estaba normalmente en The Regal de St.Andrews Street, en el centro, pero sí, lo conozco, alguna vez me mandaban para allá.
-Es bastante reciente ese pub,¿no?, el Tivoli, en Chesterton, al menos para esa cadena.
-Hará unos dos años que lo tomaron. 
-Con razón no podía encontrarlo, semejaba un local fantasma, colocaba el muñeco de Google Maps sobre la dirección exacta y allí no aparecía por mucho que me paseara acera arriba acera abajo con el cursor.
-Wetherspoon lo tomó y lo remodeló.
-Claro, el coche de las fotos habrá pasado antes inmortalizando la calle sin el pub.
-El local estaría. 
-Sí, y grande. Pensé que sería una iglesia o un teatro. Deberían haberse apurado los de la cuchara* a colgar el rótulo.
-Eso.
-Allí podrías comer, ¿no?, Will.
-Igual que aquí.
-Cómo que igual que aquí.
-Pues nada.
-No me digas.
-Si pagabas podías, solo que allí ni siquiera me apetecía.


¡Dios de la Virgen Santísima!, pensar que me morí de ganas por entrar en ese paraíso.
Mi ilusión cobró volumen a raíz de la segunda llamada telefónica recibida de un empleador en dos años, esta vez en respuesta a una solicitud kilométrica que había rellenado online. 
Allí empecé a informarme sobre la empresa donde iba a trabajar.

Resulta que había picado en mi anzuelo un pez gordo, el gigante de la industria del pub británico; como su dueño a la cabeza, Tim Martin, que con su altura cercana a los dos metros había conseguido colocar su logo y  timbre  en más de ochocientos pubs por todo el Reino Unido. Partiendo de su primero en Haringey, montado en el setenta y nueve de la anterior centuria en ese distrito del segundo anillo del Gran Londres, en una década logró llenar de pubs de su compañía ese y los treinta y un otros distritos que rodean la City of London; sumando hasta el día de hoy a su proeza empresarial una cadena de hoteles y demás negocios adyacentes.
Lo gracioso es que Tim Martin era un desastre en el colegio y le puso a su compañía, Wetherspoon, el apellido de un profesor que tuvo en Nueva Zelanda que ante la exposición infantil de sus pretensiones a futuro le auguró que jamás iba a triunfar como hombre de negocios.
Por más que quede decorativa la indisciplina en el mito originario de un triunfador, tan desaplicado no debía de ser el crío si a pesar de ser expulsado de no se cuantísimos colegios británicos y de la otra parte del globo terminara la carrera de derecho, según biografía, antes de empezar a foguearse en los negocios como comercial para The Times y otras artes mercantiles buscavidas.

Si el número de pub con el distintivo Wetherspoon crece en el Reino Unido como la espuma de sus cervezas, algo de bueno y bien llevado debe de haber ahí, conjeturaba yo, igual va a ser el lugar donde me reconozcan y termine catapultada hacia las alturas del negocio.
Tanto sueño y no pasé de la puerta.
Me citaron para una entrevista y allí acudí. Tras esperar media hora ojeando la revista mensual de la compañía, un muchacho negro de la edad de mis hijos vino a mi encuentro para acompañarme por amplias escaleras alfombradas hasta un segundo piso y hacerme sentar en una mesa del restaurant vacío dónde yo supuse que debía aguardar a su mayor, que resultó ser él mismo, sin gana alguna de gastar su tiempo conmigo.
De entrada me pidió la tarjeta del Insurance Number que no llevaba encima,  por estar escrito que es mejor guardarla en casa que sacarla a pasear; y con eso acabamos.
Sin la tarjeta no hay entrevista, me dijo el muchacho, no me vale su hoja oficial con ese mismo número impreso, ni la posibilidad de que me la alcance luego, mañana o pasado; mi tiempo con usted acabó en cuanto la vi y el resto pasa de la ralla, me siguió diciendo con su actitud y algunas palabras, y no hubo arte mio que valiera para demolerle la primera impresión y convencerlo de que era perfectamente apropiada para el puesto.
Así que de la puerta pasé, pero solo hasta el segundo piso, eso sí, con vistas al río, sentados los dos en las sillas de un grandioso comedor con enormes superficies de su suelo despejado, mullido y estampado para confort y distracción óptica del cliente.
Pub de la cadena Wetherspoon
Eso debe de ser, el fuerte de la cadena estará del otro lado, acertando con el cliente en el gusto de la mayoría.
Locales bien puesto, cerveza de barril en dosis de gran trago si se desea, comida a buen precio, sin humo desde antes de la ley, sin música y abierto desde la mañana temprana hasta el toque de las once.
Y a los veintiséis mil empleados que tienen habría que preguntarles,  que en esa gran masa puede darse de todo, y hasta es posible que a algunos alcancen a permitirles el acceso al black pudding* sobrante a la hora de desayunar.

*Cuchara = Spoon
*Morcilla = Black pudding, blood pudding or blood sausage

sábado, 15 de septiembre de 2012

Will y Jane

Le pregunté a Will, el chico nuevo en la cocina, por dónde vivía y me dijo que cerca de Parker's Peace, por atrás de Hills Road a la altura de la  iglesia de torre puntiaguda que queda en la esquina.
Le dije que era afortunado por vivir en tan buen lugar.
Me contestó que por más que Hills Road tuviera aspecto de calle de cierto nivel, el vivía del otro lado, en la  zona de bloques del ayuntamiento, donde de noche se hartaba a escuchar ruidos, de golpes, de broncas, de televisores que nunca se apagaban, de ululares de sirenas, de policía, de ambulancia en dirección a Addenbrooke's Hospital; donde abundaban borrachos y drogados que incluso se los podía encontrar yacentes en el suelo del ascensor de su propia escalera.
Le pregunté cuantos hermanos tenía.
Levantó el mentón y se puso a contar con los dedos; cinco hermanas y tres hermanos, contestó.
Will comparte piso con su padre, uno de los cuatro hombres con los que su madre tuvo a todos los hijos que él calculó. 
A Will se le iluminó la cara cuando le dije dónde vivía yo. Ese era su barrio de pequeño, por dónde andaba libre como mariposa de casa en casa en bicicleta, como veo que lo siguen haciendo por ahí tantos niños de apariencia suelta y feliz.

Si  Jane hubiese esperado, se habrían podido conocer, aunque a saber si hubieran congeniado. 
Que lástima. 
Me da que con una mano de apoyo esa chica de ojos grandes hubiese podido funcionar. 
Chris se la brindaba, pero de entrada ligó mal con la directora, y por lo visto, de salida también. 
Quizá no hablaría un inglés muy refinado, eso ya me dijo ella misma, "no hablo propio inglés", como poniéndose a parte del sector que dominara el correcto, pero yo con ella me entendía y algo aprendí de su lengua, que me sonaba bien propia, común y normal.
De todos modos es impredecible el camino que lleva a la mejor suerte y si dije lástima es porque Jane me había dicho que le gustaría llegar a ser chef; aunque quizá lo dijo por decir; a parte de la posibilidad, siempre tentadora en Gran Bretaña,  de que llegue a su pueblo y se haga embarazar.
Parque Parker's Peace - Verano 2010
Porque por más que Jane la vaya de semidura, con pantalones caidos y sexualidad ambigua, se maquilla en tonos pastel, usa complementos heavy blandos y gusta de los cuarenta principales como género musical.
Siempre que escuche a la banda norteamericana Maroon 5 me acordaré de ella y también cuando relea en inglés la novela de Charlotte Brontë, Jane Eyre, que le sonaba.
El temor me viene de verla acaramelada en Facebook sujetando en brazos a los bebés de su entorno juvenil, propios bebés, nada figurados, que probablemente le hagan latir la parte más blandengue de su corazón.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Ensueños

Le pregunté a Dave cuál era su sueño.

Algo así no se me ocurre preguntárselo a cualquiera, pero a él, que enseguida entramos en la confidencia de tomarnos todo a chirigota,  le dije que simplemente pretendía conocer a grosso modo hacia dónde apuntaban sus aspiraciones.

Dave, que debe de tener la edad de mi hijo mayor, nació inglés en la parte griega de la isla de Chipre, en la que vivió hasta los ocho y a la que sigue regresando. También vivió en Francia y pasó tres años en Hong Kong, ahí ya sin la familia, y tras las chinas, según me contó, que le resultaron, sin poderlo generalizar, de un temperamento más duro del que había imaginado.
Pues el sueño de Dave es volver a la península del sur de China y montar un bar de copas en la ciudad de la antigua colonia.

Creo que conocí un poco mejor a Chris el día que me dijo que no me preocupara por mi futuro, que él ya lo tenía pensado. En cuanto le fuera mejor montaría una panadería y nos emplearía a Victoria y a mi. El se daba cuenta de lo mucho que nosotras valíamos y de cómo podríamos llevar su negocio adelante.
Hasta entonces todavía lo creía con un pasado aventurero, cabalgando cual Laurence de Arabia por los desiertos, pero eso era casi al principio, porque recuerdo que cuando me lo dijo, yo ni siquiera sabía de su relación de pareja con Victoria.
El último día que lo vi me lo volvió a repetir.
-Susanna, te lo digo en serio, si quieres quedarte en Inglaterra, cuenta por el momento con la habitación de invitados de nuestra casa, y si vuelve a España, estate  tranquila, que cuando monte la panadería te voy a llamar.

A Betty sin embargo nunca le pregunté.
Lo máximo que ella me dijo es que algunas veces temía que las aspiraciones que bullían en su cabeza nunca llegaran a habitar más allá de sus sueños.
Ahí quedó el misterio; aunque puede que algún día me entere.

Hacerse con un dinerillo extra debe de ser un ensueño compartido casi al cien por cien por la amplia masa de humanidad planetaria; la diferencia estribará en el cuánto, para qué, cómo y demás cuestiones de matiz.
Así nos compramos un billete de lotería y ¡ala!, a soñar. Un dinero, del que tenemos, que nos abre la puerta.  Mirándolo desde ese ángulo, quizá sea el mejor gastado, aún sin que toque.
¿Cómo iba a soñar sino, a lo grande o a lo pequeño, el empleado electricista que no se las vio con ánimos de ponerse por cuenta propia o espera justamente a que la suerte económica lo auxilie para iniciarse en su empresa?, ¿cómo iba a soñar el funcionario, que sabe a ciencia cierta lo máximo que cobra o cobrará?, ¿ y el taxista que si no compra el boleto deberá estar mirando en el asiento trasero a la búsqueda del tesoro olvidado para empezar a divagar?, en fin, así siguiendo...
En mi caso, con un marido escritor, eso que me ahorro. Llevo esperando toda la vida a que sus libros se vendan bien.
De todos modos, voy a hacer una confesión personal aquí, por más que a veces lo parezca, el económico no es ni mucho menos el núcleo de mi ensueño, será en todo caso una parte importante, no niego que ande por ahí flotando, grande como una mitocondria en su plasma celular, pero el motor, motor, ese quizá ni yo misma lo reconozca.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

De historieta


Un día, como acostumbra con todos en la cocina, el atento de Chris se acercó hasta mi puesto de lavado  para preguntarme que tal me encontraba en esa mañana.

-All right Chris, le contesté, contenta , contenta, como siempre, aunque ¿sabes, Chris?...
-¿Sí?...
-... en cuanto termine el verano me iré, no voy a esperar a tener otro trabajo, lo tengo absolutamente decidido, dejaré este hostel en septiembre.

Sorprendentemente mis palabras obraron un efecto mágico; ni que hubiera proferido el "ábrete Sésamo".
A los cinco minutos ya tenía adjudicado empaquetar los sesenta y cuatro sandwiches para el lunch de unos clientes, cuando ocho minutos atrás el acceso a tamaña tarea fina me estaba por completo vedado.
También de inmediato florecieron por boca de Chris un montón de palabras contándoles a los demás los recuerdos que guardaba de mi maravillosa manera de cortar vegetales y frutas, que si desde la memoria de los primeros tiempos los trajo era justamente porque hacía tantísimo que no pasaban por mi mano ensaladas y macedonias.
Y volví a salir a la superficie del restaurant, no solo con las prisas a recoger platos sucios, sino con la detención suficiente de verle la cara a la gente en el autoservicio, pudiéndoles sonreír y observar mientras les ponían la comida caliente en el plato.

Pero ahí no se detuvo la progresión.
Ahora que le he hecho saber a Chris que regreso a España, casi me entrona como reina de la restauración, tanto que Will, un chico que acaba de empezar, se habrá creído que yo pintaba bastante y me vino a pedir el visto bueno para la presentación  de fuentes frías que había colocado en el aparador. Así que fui a mirar y le dije: "Beauuutiful", "hermoooso", cuando ¡válgame Dios!, vi asomar la cara de Chris por detrás de las hojas de lechuga preguntando con nariz enrojecida y sonrisa abierta y desdentada si el piropo iba dirigido a él.
De historieta cómica, vaya, igual que cuando aparatosamente me colocó delante, sobre la mesa central de acero, una tabla, su propio cuchillo supersónico cortador y un montón de kiwis para que le hiciera la demostración a Will de como cortarlos con  arte y maestría.
Chris no cesa de repetirle al aire ahora que hizo cuanto estuvo en sus manos para conseguirme trabajo en la cocina  a tiempo completo; tanto es así que pareciera estar tratando de convencerse a sí mismo.

¿Cómo es posible que estos ingleses no se arreglen la dentadura?, debería constar en sus reglas; regla número uno, no andarás sin un diente, así mejoraría la atención y la imagen hacia el cliente que tanto les preocupa; dónde se ha visto que un país próspero que un jefe de cocina ande tan tranquilo durante meses sin una de las dos piezas de adelante?; ¿tan caro resulta?; ¿no verá él que queda un tanto impresentable?.

A lo mejor se le fue el diente pegándole mordisco a un queso manchego de larga curación, porque a juzgar por lo que me fue diciendo debe de tener la despensa de su casa atiborrada de productos hispánicos.
Los compra en plazas especiales, según él, para la barbacoa que nos va a organizar en su jardín y que nunca llega, o se anula, o algo pasa que no se hace.
Esta vez Victoria y él me han invitado en exclusiva a su casa en Waterbeach por motivo de mi despedida.
-Tendré que preguntarle a mi marido, le dije a Chris.
-¿A tu marido?..., ¡kill him!, ¡mátalo!, me respondió tan ocurrente.
Entonces claro, cómo íbamos a cenar a su casa con esas gracias. Mira si le tiene preparada una bomba lapa adherida al asiento; y desde luego sola no pensaba ir. Así que por mi parte, decidido.
Lo más liviano que nos hubiera podido tocado es tener que embucharnos una buena ración de chorizo, quizá como guarnición de una quiche lorraine abonada en mantequilla.
Porque lo del chorizo era a diario.
- Chris, "yo - no - como - chorizo", le tenía que repetir.
- ¿Pero cómo no vas a comer chorizo, Susanna, si tu eres española?.

martes, 11 de septiembre de 2012

Harakiri

Carlos Gorriarena
Jane, la chiquita de Nottingham, también se había ido.
Llegué un día y ya no estaba.
¿Qué pasó?, pregunté.
A mi me caía bien.

Parece que Jane le dijo a la directora que le recordaba a una profesora que tuvo de niña en el colegio y la calificó con unas palabras muy, muy gordas, según Dave; a la profesora o a la directora, ahora veo que no me quedó claro, pero para el caso da lo mismo. 
La cuestión es que directora la despidió; Jane amenazó con denunciarla; entonces la directora se lo pensó y la suspendió por una semana. Al regresar sostuvieron una reunión, la directora, la subdirectora y ella; por gestos y caras a través del cristal se veía que transcurría tensa. Al finalizar Jane salió disparada, recogió sus pertenencias de la casa del hostel dónde se hospedaba y regresó a su ciudad.

Mientras Dave contaba lo anterior y yo no podía disimular mi regocijo.
-Venga, Dave, por favor, dime qué palabra.
-No te la puedo decir Susanna, es demasiado fuerte.
-Va, hombre, ¡qué puede ser!, no ves que yo no me asusto de nada.
- Tu te pones contenta, pero esto es porque desconoces el sentido exacto que algunas palabras pueden tener.
- Cómo voy a captar el sentido de cualquier tipo si ni me la has dicho.
-Sólo te digo que si mi madre me llega a escuchar soltando eso, me mata con unas tijeras.
-Vaya.
-Créeme Susanna, uso unos términos  inaceptables, bajo ningún concepto se le puede proferir algo así  a un superior; y Betty, que se encontraba presente, coincidía de pleno con él.

Pollitos, pollitos, me decepcionáis, pensé, ¿queréis quedaros toda la vida como estáis?.
En fin.
De todos modos algo se rieron ellos con el asunto, y menos mal,  porque sino hubiera sido como para coger las tijeras de la madre y hacerme con ellas el harakiri .