lunes, 19 de noviembre de 2012

Proporción aurea


Si las flechas del amor restaron en la aljaba de cupido la primera vez que mis padres coincidieron habrá sido entre otras razones porque mi madre solo tuvo vista para observar a la hermana de él, esa prima de la que tanto  le habían hablado los anfitriones, de belleza y arreglo admirados en toda la comarca; así que ella se quedó abstraída mirándole el escote a mi futura tía, los grandes pendientes, los párpados abriendo y cerrando, acentuado su movimiento por el color de la sombra de ojos y el vaivén de unas onduladas pestañas cargadas de rimmel.
Mi padre si reparó en ella; por deformación profesional habrá avistado que se trataba de una buena yegua capaz de alumbrar hijos sanos y fuertes. Su figura o su finura le habrán atraído tanto como el hecho de saber que era hija de una familia con propiedades agrícolas. No le habrá hecho abrir la boca por el riesgo de quedar en la cuneta, pero me juego que ganas no le faltarían de revisarle hasta las muelas. El dato es que pronto pasó a cortejarla, con flores y cajas de bombones, logrando más una nota de carácter que se le escapó que todo su melifluo arte de seducción. 
Por contra a mi poco romanticismo en la visión anterior, tengo que decir que el hombre se quedó la mar de satisfecho el día que ella cambió sus faldas de vuelo por unas tubo, revelándosele que encima había elegido a una futura esposa de buenas ancas.
Lo cierto es que mi padre se llevó una joya en todos los sentidos y siempre lo reconoció así, aunque a la postre ante notario se esmerara nulamente en demostrárselo.
Siguiendo con la historia ellos llegaron a casarse y mi padre a convencer al padre de la novia de escriturar a nombre del marido la finca que estaba por cederle a la hija, un simple y práctico corrimiento favorecedor dentro de la misma e indestructible unidad marital, y así también funcionó que mi padre dispuso a lo largo de los años de los terrenos heredados por ella en la costa, decrecientes en proporción inversa a los chorros de liquidez apaga fuegos volcados sobre sus empresas.
Así que no se porque a mi padre se le ocurrió narrar en el testamento para algunos de sus hijos que gracias al esfuerzo inicial de sus antepasados, fue que llegó hasta ellos, no lo olvidaran,  todo cuanto les había legado.
Aunque en realidad si lo sé. Fue a causa de la casa que construyo y el efecto raro que esta causó en su cabeza.

Mi padre murió de golpe a los ochenta y seis años, en plena forma y en el mejor escenario posible, mis hermanos lo dijeron, tuvo  el final que hubiera deseado, en el caso de imaginarse muriendo algún día, en la fábrica, rodeado por todos los trabajadores, con su hijo, con su nieto, en afanosa preparación para el stand, a punto de iniciarse la feria de Zaragoza, la que tanto le gustaba, y a un paso de la gran crisis que se libró de ver.
Ayudaba y desayudaba por esa época en los negocios que había delegado, a la vez que se dedicaba a reconstruir con sus propias manos y con la asistencia de un peón marroquí los habitáculos semi derruidos de una antigua casa para masoveros en una pequeña hacienda legada por su abuelo tratante. Mi padre iba recogiendo para su proyecto materiales de construcción y deshecho, de aquí y de allá, usando como furgón y carretilla su Mercedes de última gama.
Se gastó una pequeña fortuna en la obra, más que si se la hubiera dado a levantar a un contratista, aunque entonces no hubiera sido lo mismo y a él le estaba saliendo algo muy original, una especie de patchwork de cemento bastante cutre y poco armonizado, que lo representaba en algún sentido y en el que se encontraba plenamente a gusto. Allí se tumbaba en los descansos a dormir la siesta. De hecho esa era su idea, crear un ámbito dónde recluirse del mundo, a ensoñar, a reencontrarse con el abuelo, a pensar en el futuro, a reconstruir la historia.
Así le salió de fantástica, en ese lugar raro, sobre un camastro desvencijado, en la única habitación de techo confiable. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Viejo Oeste



Espero que la crisis no devuelva al pueblo de mi infancia a la posada y cuatro casas del principio, ahora que incluso he visto florecer allí los panes de semillas, de posible estilo centroeuropeo,  y es que hasta la llegada del riego y el ferrocarril el lugar pintaba como en las películas del lejano oeste americano, todo polvoriento y a carreta, aunque sin río que cruzar. 
Tan de flamante creación es mi pueblo natal, según baremo del viejo mundo, que considerándose mi familia de las antiguas del lugar, recién mi bisabuelo fue quién vino a establecerse a esa nueva tierra prometida con su negocio de trata caballar. 
Ya lo dejó escrito mi padre en su testamento: "Recordad hijos míos que todo lo que os he dejado proviene del esfuerzo de lo que iniciaron en estas tierras mis mayores", refiriéndose por supuesto a ese venerado abuelo suyo tipo cowboy, que acabó vigoroso a los noventa y tantos años atropellado por la rueda de un carro enganchado a una mula que no se dejaba dominar.
Potencia desde luego no le faltaría al bisabuelo para dejar tan hondamente implantada en su nieto la semilla de la leyenda que habría de crecer y multiplicarse en el imaginario de mi padre adulto.
Por otro lado mi madre recuerda su infancia absolutamente feliz y salvaje, trepando por los árboles, buceando en el mar y lanzándose en bicicleta picada por las pendientes de su pueblo de la costa, aunque también se acuerde de estar a resguardo, entre labores de bordado, cuentas, dictados  y lecciones de piano, como una flor educada en casa, hasta que se vino abajo la empresa familiar de corcho y al faltar el objeto que justificara la presencia permanente de mi abuelo en el lugar, mi abuela tomó la iniciativa de mudarse con su núcleo de familia a la ciudad a fin de que los hijos continuaran la formación en buenos y prestigiosos colegios. También ella le daba vueltas a la idea de abrir una tienda de ropa infantil por el barrio de la Bonanova donde vivían, atendida por una mujer de su confianza que ya tenía avistada; pero fuera de sus planes esa madre de mi madre fue a morir en el parto de su quinto hijo al año de llegar a Barcelona.
Proveniendo de regiones separadas entre sí y bastante mal comunicadas en ese tiempo, mis padres deberían darle las gracias o echarle la culpa de que se encontraran a un tío lejano de la rama de ella que osó irse mucho más lejos, a Cuba, en los tempranos años del siglo diecinueve, a probar fortuna y la consiguió, haciéndose comprar unas buenas haciendas en su Catalunya natal, sin importarle desde la otra orilla en que parte de su abarcable territorio patrio estuvieran situadas.
Así que tanto antes como después de trasladar su residencia invernal a Barcelona, indefectiblemente en el mes de Septiembre la familia de mi madre tomaba rumbo desde el pueblo de la costa  hacia sus tierras del interior, tan lejanas y primordiales, visto desde este lado, que hasta vacunarles les hacía el doctor antes de emprender camino. Eran los señores que llegaban a sus fincas, las heredades del pariente americano que murió sin haber dejado descendencia. 
Mi madre y sus hermanas eran apodadas "las negritas" por llegar a esos predios bronceadas como pastor de alta montaña después de todo un verano pasado en la playa, cuando allá las niñas de posibles se figuraban níveas, preservadas al fresco y a la sombra de las inclemencias solariegas que solo debían afectar al campesinado. 
El caso es que blancas o morenas cada año eran invitadas por una familia amiga a la fiesta mayor de su pueblo cercano, en donde a edades ya de festejar coincidieron en la casa de esa gente con unos primos de ellos, es decir, mi padre y sus hermanos.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Poppy seeds

Kalács húngaros
En uno de los dos Kalács de diferente relleno que la mamá de Betty le mandó por Navidad se encontraban las semillas de amapola que le daban su color negro al de esa modalidad. Betty dividió ambos bizcochos arrollados para que pudiéramos probarlos. Estaban buenísimos, se adivinaba que la madre había corrido de su horno a la compañía de transportes para que se los hicieran llegar vía aérea todavía tibios a su hija.
Descubrí días después dos rodajas envueltas y olvidadas en un rincón.  Qué lástima; serían las "de la vergüenza", que así se nombra en España, al porción o unidad de algo comestible apetecido por todos pero que nadie se atreve a tomar el último; estaban algo menos esponjosas pero para nada despreciables. Gallo o gallina, me dije, cogí un trozo sin mirar y me lo metí en la boca a ver si ganaba. 
Al parecer las semillas de amapola son utilizadas como ingrediente en variadas recetas del mundo mundial. Yo no lo sabía, pero es posible que incluso en zonas del sur de Europa tengan aplicación. Ahora que lo pienso, puede que lo sean esos granitos negros adheridos a la superficie de alguno de esos panes que compró aquí  en la costa, en panaderías catalanas de amplio surtido.

De niña me preocupaba la cuestión de que en mi lugar de residencia fueran imposibles de encontrar algunos de los ingredientes que leía en las recetas de libros y revistas; eso me daba cuenta de que estaba viviendo en un punto del planeta un tanto alejado del centro cosmopolita, aunque los de mi familia circulaban bastante, y si se requería algo, pues se iban a otro lado a buscarlo y ya estaba; como las reproducciones en postal de pinturas célebres que mi madre me traía cada semana de Barcelona; algo nunca visto en mi pueblo; el solo hecho de tocarlas, atesorarlas y saber que mi proveedora era de ciudad y conocedora de las artes y tiendas me hacía sentir privilegiada. Eso y otras muchas cosas.
Pero el pueblo corrió rápido a ponerse al día. De hecho ya estaría en buena marcha cuando yo nací. En ese momento el grueso de la gente ni imaginaba la posibilidad a darse un chapuzón al agua bajo el sol del verano sin moverse de la plaza y pocos sabían nadar. Para entonces yo me zambullía en una de las dos piscinas particulares del pueblo, hasta que a mis siete años surgieron las gloriosas municipales, a las que siguieron los clubes deportivos, las escuelas de danza, de música, las discotecas, las bibliotecas. Los colegios, institutos y academias se multiplicaron, y para atender las necesidades específicas se crearon residencias de ancianos, de discapacitados físicos, de minusválidos psíquicos y unos reconocidos y económicamente rentables talleres de trabajo que les proporcionan ocupación.
Los habitantes comenzaron a moverse; las familias a irse de vacaciones, a la playa, a la montaña; los jubilados a salir de marcha, al club social, al baile, de excursión, a darse amores entre ellos que ni los hijos podían parar; los matrimonios que andaban a mal a separarse; los jóvenes a irse a vivir por su cuenta, con sus novios o novias, sin que a los padres les diera un ataque, o solos, algo más costoso de ver dentro de la misma población, por el apego de los jóvenes al cariño hogareño y al eficiente y gratuito servicio de habitación hotelera, lavandería y restaurant que normalmente presta  el nido familiar, o quizá porque por un arrastre cultural no esté todavía montada en el país la infraestructura que facilite la independencia de los hijos una vez superada la adolescencia.
Los nuevos emigrantes empezaron a llegar, de mucho más lejos y diferente lugar; para entonces la oleada proveniente en los años cincuenta y sesenta de las regiones del sur del propio país estaba más que arraigada, catalanes ellos y sus hijos, como lo son y serán, espero que lo sientan también de ánimo, los hijos nacidos de los más recientes migrados a mi pueblo natal.
Los ligues y adulterios proliferaron, así me han contado, en un pueblo que se precia de no ser chismoso, aunque siempre cabrá la duda de que estén en lo cierto, porque ya se sabe que esos asuntos escapan por naturaleza de ser contabilizado. Aunque es imaginable que así sea, con todos lanzados a la calle y más adelante con las enseñanzas aprendidas de las liberadas series realistas de la televisión catalana y reality s hows entrados en las casas a través de las ondas nacionales. La llegada de Internet habrá acelerado el proceso en ese aspecto en mi pueblo, igual que en todos los demás en todos los pueblos conectados del mundo. Ni en veinte años recorriéndose los bailes de la comarca hubiese conseguido antes alguien con interés tener enfrente lo que cualquiera ahora puede obtener en un click, a elegir además si de la zona o de más allá. Presentándose unos a otros, guapos y guapas,  raudos y perfectamente ataviados, gracias al  low cost y las buenas comunicaciones.
Y así es como con tanto avance y tanto va y ven de personas acabaron llenos de más productos los estantes de los supermercados de mi pueblo.
Hasta ahora, con la gran crisis, que está por ver a dónde nos va a llevar todo esto.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Poppy

Gente con conciencia social, esos son los que se colocan la flor, y eso es lo que a mi me haría falta, conciencia social y un tejido de relaciones dónde poder lucir la amapola si viniera al caso. La amapola de fieltro o de papel que cada otoño veía rebrotan en las pecheras de los presentadores y demás invitados de la televisión británica, también de uso para la gente de a pie, aunque a mi no me fuera dado verla, salvo en el día señalado en el ojal de la directora del hostel.
Poppy la llaman; me gusta cómo suena en inglés el nombre de la silvestre flor encarnada que cubría los campos de Flandes en mil novecientos quince, según la inspiración del poema que ligó la flor al memorial de los caídos del bando occidental procedentes de los países integrantes del antiguo imperio británico durante la Gran Guerra y con el tiempo al de todos los muertos en combate al servicio de la defensa de las distintas patrias y sus valores comunes, la misma flor atada de un modo menos trágico los campos de mi infancia.
¿Gallo o gallina?, nos decían, adivina primero y luego abre el capullo; rojo es gallo, rosa gallina; si aciertas, ganas. Cuando más me gustaba el paisaje, peor era para la cosecha; puros campos de niña feliz, moteados de un rojo sin trágica connotación.

Canadá era dominio del Imperio Británico cuando en el año mil novecientos catorce, tras la invasión de Bélgica y Luxemburgo por Alemania, Gran Bretaña y Francia entraron como aliados en el conflicto de la Primera Guerra Mundial. Por tal John McCrae, médico, poeta y teniente coronel canadiense, fue designado al frente europeo como cirujano de la artillería de su país. En la segunda batalla de Ipres, librada en los campos de la bélgica flamenca, John McCrae perdió a un compañero amigo, y según lo que se cuenta, tras el funeral del mismo se retiró a escribir, unas líneas que él mismo desechó. Se dice que otro compañero recogió el escrito y lo mandó a un semanario inglés, que poco después lo publicara en sus páginas para de allí pasar rápido a difundirse y a popularizarse.
Hoy en día tanto el poema como la amapola permanecen en el ámbito de los países de la Commonwealth como símbolo y recordatorio de todos los caídos en defensa de sus valores democráticos y de libertad.

In Flanders Fields                                            En los campos de Flandes

In Flanders fields the poppies blow           En los campos de Flandes las amapolas oscilan al viento
Between the crosses, row on row             Entre las cruces, hilera a hilera
That mark our place; and in the sky           Esto señala nuestro lugar; y en el cielo
The larks, still bravely singing, fly               Las alondras, aún con valentía cantando, vuelan
Scarce heard amid the guns below            Sin que nadie oiga abajo entre las armas
We are the dead. Short days ago              Nosotros somos los muertos. Escasos días atrás
We lived, felt dawn, saw sunset glow,       Vivíamos, sentíamos el alba, veíamos el arrebol del ocaso
Loved, and were loved, and now we lie    Amamos, y fuimos amados, y ahora yacemos
In Flanders fields                                      En los campos de Flandes
Take up our quarrel with the foe:               Recoged nuestra lucha con el enemigo:
To you from failing hands we throw           Hacia vosotros desde nuestras manos caídas os pasamos
The torch; be yours to hold it high.            La antorcha; que sea vuestra para sujetarla bien alto.
If ye break faith with us who die                Si nos faltarais a nosotros que morimos
We shall not sleep, though poppies grow   Nosotros no podríamos descansar, aunque las amapolas
In Flanders fields.                                      Continuaran creciendo en los campos de Flandes.

Me da por pensar que si yo hubiese nacido británica concienciada igual no hubiera podido lucir la flor en el trabajo que allí realizaba por miedo a que esa amapola tan emblemática terminara mal parada adentro de un jarro de leche o atropellada en los suelos de un pasillo, aunque mejor no me preocupe, seguro que de partir de entrada de esa manera, las cotas alcanzadas me hubiesen valido para preservar la salud del símbolo.                                                  

sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Determinismo?

En invierno, en mi picoteo por los vídeos colgados en la red me detuve a escuchar a una mujer entrevistada en un programa de televisión con motivo de la salida al mercado de un libro suyo. Yo no sabía quién era ella, simplemente me paré a coger oído para mi inglés. Luego pasé a verla en el campus de una universidad estadounidense, dando una charla bajo un entoldado; casi todas a su alrededor eran mujeres; aparte de la agudeza o el humor que pudiera tener, tanta risa y sonrisa por parte de la concurrencia al dictado de sus palabras y movimientos me dieron la pista de que esa mujer debía de ser una celebridad.
Me sorprendió descubrir que se trataba de Nora Ephron, guionista y directora de la película Julie & Julia, por tanto una influencia en mi vida, como también autora de Tienes un e-mail, otra película de género dulce protagonizada por Meg Ryan y Tom Hanks, que casualmente también quedó bastante bien grabada en mis circuitos neuronales.
Nora Ephron falleció de leucemia este verano. Otra noticia sorpresiva y de la que me enteré por casualidad; Cómo es posible que alguien se muera siendo que lo acabas de conocer. Ella en un momento de la entrevista hizo alusión a su edad avanzada. Me pregunté cuántos años tendría. No era una cría, pero lucía juvenil. Delgada, casi flaca, llevaba un buen corte de melena y engarzada en la solapa  izquierda de su americana gris de diseño la amapola que cada año veo rebrotar en las pecheras anglosajonas ofrecidas a los medios. Se la veía en plena forma creativa y sin embargo murió; de forma inesperada a los setenta y un años. 

De las películas que he visto, de los libros que he leído, de lo que he estudiado, de las vivencias que me han acontecido, al final me queda poco, poquísimo, a veces incluso me asusto de pensarlo, la menudencia que retengo; ¿y lo otro, dónde ha ido a parar? me pregunto. Entonces me respondo que no tengo de qué preocuparme, le pasa a todo el mundo, se da un descarte a la carta, aunque no te enteres de que hayas elegido.
La memoria es selectiva, ya se sabe, y lo que nos va a influir también lo escogemos sin saber. Algo hace que elija para recordar aquello que me va a influir, o dicho de otro modo, me influye aquello que al margen de mi voluntad he seleccionado para el recuerdo. Nada es en sí mismo más o menos importante en orden a ser capturado, todo vale y toma precio en nuestra vida según el collage que nos sea dado realizar.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Perro callejero


La segunda vez que se escapó pensé que, de encontrarlo, quedaría escarmentado, porque al rato de ausentarse se largó una tormenta colosal, con rayos, truenos y unas descargas de agua impresionantes que se fueron repitiendo a intervalos durante todo el día sin noticias del chucho.
Mi hijo estaba trabajando, así que no le dijimos nada. 
A la policía tampoco, hasta la tarde, porque preferí buscarlo por nuestra cuenta antes que dar aviso por lo mismo que había pasado cuatro días atrás.
Sucedió que lo recogió bajo el chaparrón una mujer, la cual le abrió la puerta de su coche, en el que entró raudo a acomodarse de copiloto, tras encontrarlo zigzagueando en mitad de la carretera comarcal, sorteado al paso por otros vehículos.
Resultó que su salvadora era una amante de los animales que se lo llevó al trabajo y allí lo mantuvo siendo la atracción a su alrededor, que hasta le fueron a comprar un hueso de cuero de vaca para que se entretuviera. Al finalizar su jornada, como ya había avisado la mujer, lo llevó a comisaría, dónde mi hijo lo recogió. 

Intuimos que había disfrutado de la salida, pero lo supimos del cierto cuando lo volvió a intentar. Quedó claro que era imposible tenerlo suelto en el jardín, ni siquiera por unos segundos sin controlar, hasta que Simón acabase de solucionar lo de la valla.
Simón se trajo al cachorro hará unos seis meses. Al principio era verano, mi hijo tenía tiempo para estar con él, y, obviando los desastres que causara, se lo podía mantener a la espera en cualquier cuarto cerrado. 
Se estaban evaporando las anteriores condiciones cuando aparecimos nosotros.
Mi marido y yo dimos por finalizada  nuestra etapa de animales hace ya mucho, para quedarnos libres de viajar  o de cambiar de país si se daba el caso.
Antes de ir a Inglaterra, yo le decía a mi marido que si era por las salidas que habíamos hecho casi nos hubiera dado tiempo a criar a otro perro, o a tener uno de esos pequeños, que llegada la oportunidad te metes en un bolso y queda tan mono; pero el cálculo no venía a propósito de la añoranza por tener algún otro bicho, sino como observación al tipo de vida que habíamos llevado desde la última perra que se nos fue.  

martes, 6 de noviembre de 2012

Negra y Chufo



El primer día me levanté y ya tenía enfrente a Chufo, el perro de Simón mirándome a los ojos. Me dio lástima y lo saqué a pasear. Al día siguiente repetimos. Al tercero ya lo había tomado como un hábito y en cuanto me vio con la taza final del desayuno en la mano empezó a mover cuerpo y cola reclamando la salida.

Antes de ayer estuvo en casa Julián, un amigo de Simón con su perra labrador retriever, como la anterior que tuvo, Negra, la que andaba siempre por casa, muy querida de mi hijo, la que murió en la carretera hace hoy exactamente un año.
Estábamos mirando el espectáculo de los dos crecidos cachorros desplegando una energía colosal mientras se revolcaban en la escasa hierba como dos croquetas una encima de la otra chocándose los dientes sin romperse en un juego frenético de mordidas juguetonas.
Con razón me veía impulsada a sacar a Chufo a desfogarse, pensé.
-Estás muy guapo Julián, cómo te encuentras.
-Muy bien, gracias.
-Ya hará un año ¿verdad?.
-Si, pasado mañana.

En el día de hoy del año pasado llamó otro amigo a mi hijo avisando del accidente. A Julián se lo habían llevado en ambulancia, la perra había quedado tendida al borde de la calzada, había que ir a buscarla.
Entre varios la llevaron hasta El Mirador, un lugar elevado al borde de un camino secundario desde donde se contempla una de las mejores vistas de la comarca. El terreno es tan pedregoso en esas montañas que le dieron sepultura bajo unas rocas, sin excavar un hoyo.
Julián había sufrido rotura craneo-encefálica y no sé cuantas cosas más. Los padres tuvieron que pasar varios meses en el hospital con el hijo bajo coma inducido esperando el momento del despertar para saber que tipo de daños cerebrales o de columna vertebral podía haber sufrido, aparte los órganos internos que se habían visto afectados; los padres, la familia y los amigos.

Yo antes me preguntaba cómo podía andar Julián con su perra siempre en la moto de aquí para allá.
Por la perra seguro que no habrá sido el accidente, ella se quedaba inmóvil, clavada, más que cualquier otra chica que hubiera transportado con él. Lo que me intrigaba es cómo salvaba los controles, porque aquí todos andan con el casco, pero a los guardias de tráfico puedes encontrártelos en cualquier rotonda guardando que los muchos motoristas que hay por la zona circulen con todas las de la ley.
O a lo mejor es que no hay leyes para perros circulando en scooter.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Mi familia y otros animales

Estudio de la gata
Daniel y Lucas, nuestros hijos en Madrid, tienen una gata en el estudio, que es la niña mimada de cuanto personal pasa por ahí. Era la gata de Lucía, la hija de Daniel, y de Linda, su ex mujer. Vivió con ellas hasta que se trasladaron a Londres. Entonces pasó a manos de Simón sin cambiar de apartamento, dado que mi hijo se mudó a hacerle compañía, hasta que se vino a Cambridge y la gata quedó acomodada en el plató de fotografía.
Todos coinciden en que es amable, cariñosa y fácil de tener, además de saberse mover en ese espacio de producción publicitaria cual celebridad acostumbrada a los focos; a veces también, cual plumero pasado por la pantalla, podemos verla garbeando en primer plano mientras hablamos vía Skipe con los madrileños, como se paseaba de hombros a teclado de Lucas el día que a él le dio por hacerme de orientador personalizado.

-Tú, mami, todavía estás bien, podrías trabajar en alguna recepción de hotel o de consulta médica, aunque haya mucho paro, también hay mucho incompetente, yo lo veo, y gente que se queja, pero no se pone con todas sus ganas a encontrar una salida, por eso tu, que eres lista, si te pones con fuerza y te sabes vender, podrías conseguirlo.
-Lucas, cariño, te recuerdo que no eres mi padre.
-Yo te lo digo, después haces lo que quieras, ¿cómo está tu nivel de inglés?, porque esa puede ser una buena baza tuya.
-Si en la otra vida naces padre mío, podrás aconsejarme, aunque ni eso, acuérdate el dicho: "Padre que da consejo, más que padre es un boludo".
-Preferiría nacer cíborg que padre tuyo, pero bueno, yo solo te lo digo porque sé que a ti te gusta estar activa y antes en  la inmobiliaria estabas bien...
-Te agradezco tu preocupación, hijo, y te haré caso. 
-Piensa que aquí la mayoría de los que están buscando trabajo tiene un dominio muy elemental del inglés, y si tu has estado dos años... 
-Tú quédate tranquilo. Deja que me tome un respiro y ya verás. Podrías ser las dos cosas, un padre cíborg.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Paraíso animalístico

The parent trap
Los ratones reconocen y esquivan el cebo por más que lo coloque con guantes y recubra de queso gruyere. Mi hijo Simón opina que deberíamos ponerles trampas, para salvaguardar la salud del perro, que según le dijo la veterinaria si hallaran tieso a algún ratón menos listo, eso también podría resultar fatal para él.
-¿Trampas?, ¿todavía existen?, ¡que grima encontrármelos ahí metidos?.
-Pues habría que preguntarles a ellos, igual les resulta más rápido y menos doloroso.
-¡Ay!, calla hijo.
Entre tanto ellos rondando a sus anchas por la propiedad.

El perro es muy simpático, la verdad, pero está visto que el nuestro no es el paraíso de la placidez animalística.
Simón pretendía que sostuviéramos una charla acerca de su joven compañero, un tema en el que yo no quería entrar, pero como forzó la conversación le dije lo que pensaba, que era muy bonito tener un animal y seguro a él le había venido de maravilla, pero que pensando en nuestra vida práctica a futuro suponía un quebradero de cabeza. ¿Acaso pensaba el quedarse instalado en el nido paterno en los sucesivos quince años?, ¿acaso no estaba ya casi todo el tiempo afuera?, ¿quién se lo iba a cuidar?, porque si, como era de desear, la empresa en la que ahora estaba metido tiraba hacia adelante, iba a estar cada vez más ocupado si cabe, y si al acabar se iba a practicar deporte, pues todos encantados, pero ¿y el perro?, y siguiendo con la versión más favorable, ¿qué pasaría si en algún momento se nos diera a todos por poder viajar?..
-Me lo llevaré, el otro día vi a uno viajando en el tren metido en una especie de caja-jaula.
-Ha crecido ¿eh?, tiene más pinta de pastor alemán que de la pequeña especie de labrador que decías.
-Simón me salió entonces con el planteo de que con el nivel de desarrollo que yo hubiese podido alcanzar de no haberlos tenido a ellos, a mis dos varones, estaría ahora en una situación mucho más favorable. Imagínatelo, me dijo, en veintitrés años, y sin embargo, aún sabiéndolo, ¿hubieras dejado de tenernos?.
- Yo lo único que te digo hijo es que no entraba en mis planes estar todo el día pendiente de tu amado chucho.

Entre tanto el aludido nos miraba desde una esquina con la cara y pose que adopta cuando sabe que algo ha hecho mal. Estábamos todos un tanto alterados porque ya iba la tercera vez que el señor se escapaba de casa. 
-¿Tu crees Simón que es de mi agrado volver a verle la cara a la policía local?.
-Pero si he ido yo a recogerlo.
-Da lo mismo, yo llamé, yo tuve que ocuparme,  bastante tuve con ese tipo de historias. Además, tu te vas, lo dejas, y ya nos tienes a tu padre y a mí todo el santo día dominados por el tema del perro, ¿tengo o no tengo razón, hijo?.