martes, 10 de noviembre de 2015

Lo que importa

Simón - Óleo de Susanna Morell
Seguir haciendo es la única manera de continuar sin concederme el espacio de tiempo y mente para considerarme una inepta en el arte de adquirir una coartada que explique a mi juicio de manera glamourosa para que  maldita obra he venido yo a nacer. Me concentro en los hoteles, trabajo que me gusta en la medida que funciona como el blog, siempre pendiente del azar, luego de hacer cuanto se puede, con los mecanismos de la posible variante activados, en busca de lo mejor que salga, a la espera del resultado que habrá de llegar, en forma de sustanciosos contratos, o simplemente será el premio que se trasvase esa energía conseguida en el hacer con entusiasmo, de una actividad a la que le sigue, como sostenido motor para permanecer ilusionada, que por mucho que pueda decir que para mí buscar clientes de foto y video pasa por ser un mero trabajo alimenticio, en el fondo considero que importa lo suyo en la esencial construcción y constato que el conjunto de mis quehaceres funcionan como máquina integral, ninguno menos imprescindible dentro del engranaje, aun los que me enervan al realizarlos, por su constante repetición, a través de un transcurso interminable, y la sensación de no aprender nada al hacerlos; ¿acaso estuvo desperdiciando su tiempo Nelson Mandela, veinticinco años picando piedra?.

He de decir en verdad que me ha costado lo suyo asimilar el fin de este blog. Por más que me encantó escribir y recuerdo de maravilla la época en Inglaterra, esperaba a la postre resultados palpables, posibilidades que se me abrieran, acontecimientos que me vinieran dados, prácticamente regalados y que me engarzaran en una trepidante acción.

Al permanecer como eterna soñadora, de fantasías que permanecen sin cobrar presencia, se puede llegar al punto en que una empieza a elucubrar en qué estribará la diferencia, si la hay, entre el cuerdo y el loco, ahí, en ese tenue margen en que se juntan sus cabos. Incluso los hijos pueden en el fondo achacarte la raíz de los problemas que los atenace. Qué gracia tiene, me digo, que hayan contado los míos con una madre cariñosa, entendedora, presente. Igual o mejor les hubiese estado otra señora con menos horas a su lado, ocupada con éxito en el terreno de la practicidad, proveedora si se quiere de cierta dosis de congoja, más capaz de apoyarlos en sentido menos íntimo. Aunque de ellos no he recibido indicio de queja.

Tengo la suerte de que mis chicos solo se aparecen para contar sobre lo bueno que les pasa. Lo mido en comparación con mi hermano Mateu y a mi cuñada Maite. Mi sobrina, por ejemplo, corre al teléfono o acude a su presencia con el grifo de las lágrimas a chorro, cada vez que la invaden los disturbios del amor, y ellos sufren con la niña, al verla tan desesperada; por otro lado a mi sobrina, a sus veinticinco años sin cumplir, la reciben  en el aeropuerto de New York con limusina, para trasladarla al hotel donde se aloja en la  Quinta Avenida, habitación doble con camas tamaño king size para ella solita. Acude desde su filial en Barcelona, donde al poco de empezar en una asesoría de empresas destacó como una crack y empezaron a mandarla por el mundo en nombre de esa compañía estadounidense. Recién licenciada de ingeniería fue contratada para trabajar en Francia, donde hizo sus prácticas internacionales. Allí entró directa a ser apreciada como profesional y persona por la cúpula de una renombrada cadena de supermercados; experiencia que tras dos años y medio decidió dejar, en busca del sol barcelonés y nuevo estímulo, ese que ahora la ha llevado a tener que cruzar con asiduidad el atlántico. Entonces mi sobrina llama a sus padres llorando, ahh, ahh, ahh, ese novio mio, ahh, ahh, ahh, que nos encontramos en Amsterdam, Londres, París, ahh, ahh, ahh, que me besa en público en la cancha, para cotilleo del graderío completo, en el campeonato de las campeonas del privado club del pueblo, ahh, ahh, ahh, que me tiene atormentada esa relación, ahh, ahh, ahh, que me siento incapaz de abandonar.

Simón debe de estar bien; ¿cómo estás, hijo?, le pregunto, bien, me responde; pero lo noto medio abatido. Se marchó de Madrid y vino a vivir a casa. Dejó el trabajo y la novia allá para emprender el proyecto que se le desvaneció al poco de llegar. Tenía múltiples opciones que se le ofrecían, según su criterio al principio, que igual se le esfumaron, y ahora se encuentra sin dirección, creo adivinar, pues como dije, si no es para notificar alegrías prefiere mantenerse con la boca cerrada. Tenía inclusive un plan que dependía únicamente de si mismo, sin embargo, lo veo atrancado en la inacción. Ojalá encuentre la vía por dónde arrancar, o más factible, se ponga en marcha y la encuentre. Tiene una cierta idea de irse a Bélgica, si le sale, a hacer de currante en una instalación de cables por seis meses, a fin de cobrar el buen sueldo que ofrecen y ahorrar, así  a la vuelta podría dedicarse, con la tranquilidad de los gastos cubiertos, a lo que quiera hacer... y ahí está por ver qué será eso. Mi apoyo en estos momentos consiste en tenerle alimento en la nevera y plato en la mesa, para que recupere de la extrema delgadez, pues vino de Madrid literalmente, como se dice, en los huesos; en eso sí va ganando y luce ahora más lustroso. Es increíble, igual que de recién nacido. Ahora se ha ido por unos días a verse con la novia, ojalá ella le obre maravillas. Por esto estoy en su dormitorio, tecleando en el portátil sobre su mesa, que es la mía cuando el cuarto queda libre, y gozo del otoñal sol, que entra por los ventanales y caldea hasta la tarde.

A mi marido le va perfecto en su constante acto de creación literaria. Son los asuntos editoriales los que están pendientes de darnos las buenas noticias que necesitamos para poder andar descorchando ampollas de cava*, en un sentido figurado, pues de paladar, la verdad, preferimos los excelentes vinos que ya nos tomamos, gracias a Dioniso, provenientes de las bodegas familiares, cajas enteras, mi embriagadora única herencia.

Los impagos se acumulan. Ahora mismo estoy rabiosa por haber tenido que hacer una transferencia, dejando nuestro saldo arrasado, a la cuenta de una piscina comunitaria en la que llevamos años sin dar brazada ni tender la toalla, solo para pagar las costas de letrado y procurador que de un plumazo se embolsaran por unos minutitos de gestión lo que a mi me lleva semanas conseguir y taño campanas cuando resulta. Diezmo al que le seguirá el auténtico pago, que a saber de dónde vamos a sacar para liquidar.

Rabia, la anterior, sobre el bienestar de espíritu provisto por lo siguiente. 

A las doce de la noche del jueves pasado suena el teléfono en casa y es la novia de mi hijo Lucas, ellos que viven en la urbanización vecina, preguntándonos si sabíamos algo de él, pues desde las ocho y media de la tarde en que se comunicó con ella desde el coche, camino de regreso al hogar, sugiriéndole salida al cine luego de cena rápida que ella tendría a punto, pues no había vuelto a saber de él, y se encontraba extrañada e inquieta. Venía mi hijo desde Barcelona, a trentainueve kilómetros de distancia.

- Sí, realmente es raro, menuda retención de tráfico debería de haber habido... y sin comunicación en el móvil... es un tanto alarmante, le digo.
- El dice que por las costas lleva vistos muchos accidentes, y claro...
-¿Quieres que llame a la guardia urbana?, le pregunto,.. ya con un cierto desasosiego.
-Sí, por favor,  y dime algo.

Lucas - Óleo de Susanna Morell
Llamé y pregunté si estaban enterados de algún incidente o accidente que hubiera habido en esa ruta por la que él venía.  El policía al teléfono dijo que no tenían reporte de ello dentro de los términos del municipio, que abarca los kilómetros de carretera bordeando la montaña junto al  mar. Luego el hombre se ocupó de extender las oportunas averiguaciones fuera de su zona y llamó de vuelta, causándonos sobresalto antes de descolgar el auricular. Era para informar de que no había habido accidentes o ingresos hospitalarios en el área de Barcelona bajo el nombre que le había dicho. Llamé a los Mossos de Escuadra, policía autonómica catalana, y lo mismo. El mosso de Barcelona que me atendió al otro lado de la línea dijo que lo más probable es que  algún amigo lo hubiera llamado y se hubiesen ido de copas; lo dijo con confianza, ¡vaya el hombre!, en lugar de pensar en alguna mafia asesina o secuestro express, como si supiera del cierto lo que al fin resultó. A las cuatro de la madrugada se presentó mi hijo en su casa, y la novia nos avisó. Yo ya dormitaba, pues cuando ella me dijo que si no había habido accidentes, entonces es que estaría por ahí, dando también casi por segura la presunción del poli, y que se iba a descansar, pues yo hice lo mismo, meterme en la cama. Mi marido se quedó al tanto, por alarmado y por entrar en su hora natural de estar despierto. A las cuatro de la mañana llamó ella a mi marido. Me entró un relax estupendo al saber, puro sosiego celestial que me dura hasta este instante, al margen de la momentánea crispación. Aunque mi hijo se saltara el compromiso con su novia, aunque explotara, como me dijo, de una convivencia de pareja que le complace y quiere abandonar a partes iguales por no verse tan joven en esa tesitura casi matrimonial para el resto de sus días; que gran felicidad, alivio, hablar luego con él, con ella, todos vivitos y sin rasguño; decidan lo que decidan hacer luego.

*Ampolla de cava: Botella de vino blanco espumoso catalán (tipo champán francés).