domingo, 22 de septiembre de 2013

Más sobre el ex jefe de mi amiga Felicia y su mujer Kitzia


Henri era hijo de una cantante francesa de origen griego, afincada entre la alta sociedad británica y propietaria de un afamado cabaret en Londres. El padre fue un héroe de la resistencia francesa, aunque por un tiempo se levantaron voces que aseguraban que Henri y su hermana eran fruto del romance habido entre la refinada artista y el Duque de Edimburgo, marido de la Reina Isabel II de Inglaterra. 
Contribuyó al rumor el hecho de que ella durante el proceso de divorcio de su primer marido se negase a hacer público el nombre del padre de los dos retoños que alumbró luego de separarse, y sin embargo sí trascendiera que ambos críos habían sido apadrinados por el Duque de Edimburgo.

Lo cierto es que la relación de la mujer con el consorte de la reina venía desde antes del nacimiento de ambos. El Duque de Edimburgo llegó al mundo en Corfú como Príncipe de Grecia y Dinamarca, y cuando su familia partió al exilio en 1922, la de ella los ayudó a instalarse en Francia. El Príncipe tenía entonces un año de edad y la anécdota es que fue acarreado en una caja de fruta a modo de cuna, ella ni existiría.
Durante una temporada en que el tema volvió a ocupar los tabloides británicos, los periodistas mandaban mensajes a la oficina de mi pueblo insistiendo para que el jefe de Felicia hiciera algún tipo de declaración al respecto, considerando Henri lo más eficaz dejarlos sin respuesta alguna.
Sin embargo el atesoraba las cartas y felicitaciones que le llegaban de palacio como una fortuna a legar a sus descendientes y regulamente era recibido por el Duque de Edimburgo, a cuyos encuentros se iba con el hijo. 
Mas comparando fotografías, creo que queda bastante evidente que el padre era el francés;
un hombre que hablando perfecto inglés fue de los primeros en acudió al Ciclo de formación de pilotos de guerra en Gran Bretaña para subirse a los escuadrones de cazas de la RAF (Real Fuerza Aérea Británica) y tomar intrépida acción en el bando de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, siendo también uno de los primeros pilotos en aterrizar sobre el suelo liberado francés el 18 de junio de 1944.
Henri estudió en un internado para la élite en Escocia, donde a la mañana se despertaba en la cama con los brazos escarchado por el frío. Métodos rigurosos y vida espartana para crear personalidades fuertes, de lo cual estaba agradecido. Cursó luego arquitectura en la Universidad de Cambridge y planificación de ciudades en el Instituto de Tecnología de Massachussets. En su etapa laboral se relacionaba con instituciones y universidades de máximo prestigio en todo el mundo.  En China fue director y luego decano del Instituto de Gestión de Europa en Beijing. Era consultor de proyectos por Francia y el Medio Oriente, y en Barcelona era profesor de dirección estratégica en una alta escuela de negocios, aunque a mi lo que me hubiera gustado saber es de qué iba su pensamiento y lo que decía en sus conferencias, a ver si me hubiera enterado de algo.
Felicia dice que lloró por horas al enterarse de su fallecimiento, estaba en el coche junto a su marido e hijo, acompañando al chico a Lyon donde estudia, y estuvo todo el trayecto bañada en lágrimas.
"No preciso más de vuestros servicios", con estas escuetas palabras Kitzia las despidió, a ella y a Birguitta, la sueca, una mujer encantadora que se encargaba de organizarle los viajes al marido. Ni una semana les dio de plazo y tuvieron que acelerar la maquinaria para dejarle todos los papeles al corriente y enseñarle en que situación habían quedado sus finanzas; fabulosas, por cierto.
Puede que su manera tajante se debiera a la falta de maestría con el idioma español para manejarse en una circunstancia tan especial, con eso Felicia la disculpó, pero en la despedida post mórtem que le hicieron al marido en Barcelona los de la escuela superior de negocios, los dos bancos reservados a los allegados de la familia se quedaron con solo la viuda y el hijo, sin que a Kitzia se le ocurriera que quizá ellas hubieran tenido una cercanía.
Felicia se la ve mejor que nunca. Se acaban de construir una casa en la montaña a unos pocos kilómetros de la costa, fuimos a verla con otra amiga, y estaba con su marido en tareas de bricolage, pensando que teniendo ese paraíso, se les estaba desvaneciendo la idea para el futuro de vivir la jubilación en Francia.
- Cuando se casó el guapito ese de Inglaterra con la chica tan mona Kate, yo estaba arriba en la oficina de la casa y Max vino para pedirme que bajara al salón a ver la boda con Kitzia; "ves, mujer, y hazle compañía", y yo le decía, "pero cómo voy a bajar, si es que a mí estas cosas no me interesan", y el insistía, "venga Felicia, hazme el favor, siéntate y míralo con ella".
-Era difícil de entender como Kitzia siempre se estaba quejando. Creo que se escudaba en el marido para justificar su inacción. Pero vaya, si hubiese querido.... yo le pasé contactos de gente aficionada a la fotografía en Barcelona.... tenía tiempo y los medios.... y con la economía no digamos... porque yo llevaba las cuentas, y sabía de lo que disponía .. entonces... ¡era increíble!... tenía una mujer de la limpieza, de esas, pobres, con unas vidas... un hijo que murió en accidente, una hija que quedó embarazada, la otra que se droga, el novio también, el marido que se le emborracha... puedes imaginar...todos en un pisito y ella alimentándolos... pues un día va Kitzia y la escucho lamentarse frente a esa mujer de lo mal que lo tenía con el dinero... ¡ella!, ¡la señora!,¡yo no daba crédito!.

Primera parte de la historia en la entrada: 10/07/2012 "El aristócrata Inglés" 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Enseñanza secundaria obligatoria

Dibujo Susanna Morell
Reconocía Eloísa que los temarios son tan extensos que resultan inabordables incluso para los profesores, que ella está falta del tiempo necesario para montar clases más atractivas, con material audiovisual o interactivo que debería buscar por su cuenta, porque no le viene proporcionado, además de andar por detrás de los críos en el manejo de las nuevas herramientas, así que la mayoría de ellos se aburren en las clases.
También coincidía con lo que me dijo una vez en la inmobiliaria una profesora sui géneris que quería comprar un piso: "Es mil veces preferido en España por los maestros y tiene muchas más posibilidades de culminar con éxito los estudios obligatorios un niño de reducida capacidad pero aplicado, que otro muy inteligente que se duerma en clase o pase olímpicamente de lo que quieran enseñarle". 
Y sigo por mi cuenta.
Al primero se lo valorará, se le adaptará el programa, se lo bajará a su nivel para que pueda aprobar, al segundo se le tendrá fastidio, si es movido y molesta en clase, será considerado la peste, y si los padres no logran reconducir su actitud, tratarán de mantenerlo apartado, con expulsión tras expulsión, hasta que abandone, si es que antes no lo ha hecho, precedido de un largo período de campana*tras campana, con lo cual no me extraña que España tenga, con Catalunya a la cabeza, el ratio de fracaso escolar más alto de Europa, con uno de cada tres jóvenes alejándose de las aulas antes de haber completado el período de enseñanza obligatoria, chicos listos en su mayoría, que se quedarán para reciclarse por su cuenta, en el mejor de los casos.
Por supuesto que yo no soy una experta analista, pero me llama la atención algo.
Tengo tres sobrinos que fueron a una muy buena y prestigiosa escuela en una ciudad de provincia catalana, eran aplicados y sacaron sus cursos con notas superiores a la media, el hecho es que ahora están en la recta final de sus respectivas carreras universitarias, pero cuando en su adolescencia se fueron cada uno a su tiempo a cursar un año que les convalidaba a los Estados Unidos, alucinaron con la enseñanza de allá. Independientemente de sus otras muy variadas experiencias y lugares donde les tocó vivir, coincidieron en valorar la escuela como un espacio simpático y acogedor, sorprendidos cada mañana por sus ganas de ir, la actitud tan diferente de los profesores, siempre relajados y sonrientes, con ganas de ayudarte, de enseñarte, con menos asignaturas, más fácil, pero muchísimo mejor para aprender. Así lo decían ellos.
También mi marido tiene una nieta viviendo en Londres que cursó en Madrid en un colegio de monjas y siendo que se fue con su madre a establecerse al Reino Unido, comenzó allí en un instituto estatal, notando al poco la diferencia, a favor del lugar inglés. El caso es que ella, una chica alegre, inteligente e inquieta, siguiendo la tendencia familiar de sus tíos, mis hijos, es probable que en España no hubiera acabado de encontrarle el gusto, y sin embargo allí parece que está muy estudiosa, con miras a su capacitación superior y entusiasmada con las asignaturas que ha elegido.

*Hacer campana: Hacer novillos, saltearse alguna clase.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Vida solucionada


Estuve paseando con una amiga de la infancia estival y ella que tiene la vida resuelta se queja de la uniformidad y la poca sorpresa que le espera, en el mejor de los casos, y piensa que lo mío debe de ser la mar de divertido, siempre sin saber que va a pasar a continuación.
Se queja también de sus alumnos, pues lleva treinta años ejerciendo de profesora en una misma escuela concertada*, a esos niños facilillos de la secundaria, en edad entre doce y dieciséis, y los que a ella le faltan para jubilarse le pesa en la espalda como si de continuo anduviera acarreando una gran mochila sobrecargada.
Dice: "Los de ahora no son como los de hace ocho años, te aseguro, es que están fatal, cada vez peor, y yo no puedo atender a treinta y pico, cada uno con su peculiaridad, que la mitad están zumbados, a más de los catalogados oficialmente como casos especiales, que con el plan de inclusión hay que tenerlos en el aula, atenderlos al mismo tiempo sin que los demás se desbaraten, adecuando el patrón a su medida para que puedan trabajar algo. Estás exponiendo y te puedes encontrar a uno restregando desesperado el pupitre que dice está sucio, y cuando lo mandas a la papelera se queda paralizado por la mitad sin poder cruzar la raya que marca la junta de las baldosas en el suelo, porque siente que si lo hace algo malo le va a suceder a su familia, y ahora que  le compraron un perro que le ayude a superar el impedimento, es dicho animal que parece que corre peligro si se pasa de la línea, y la niña de atrás le está haciendo una trencita en el pelo a la de adelante, mientras la del costado se dibuja la raya del ojo con lápiz khol, y ellas en el patio se pelean a lo bruto más que ellos, con tiradas de pelo, puñetazos y arrastres por el suelo, que antes esto ni existía. Y hay uno que es ladrón de retrovisores en fin de semana. Por descontado que las separaciones matrimoniales influyen. Luego los padres le dan la razón a los críos, que no puedes amonestarlos sin que vengan sus mayores a reclamar, o vienen cuando tu los llamas, y te los tienes ahí enfrente, haciendo como que escuchan, diciendo "si, si, profesora, tiene usted razón", y a continuación la conducta del chico sigue igual, con lo cual te das cuenta de que en su casa no han aplicado las medidas necesarias. Hay chicos que se pasan dos o tres meses expulsados, porque es imposible aguantarlos en la escuela, y luego, cuando regresan, puedes imaginar".
Y yo la miraba y pensaba: "Sí, sí, pobre Eloísa, no me gustaría estar en su piel, por más que tenga el sueldo asegurado de por vida, vacaciones y viajes exóticos con su marido y un hijo de quince años que les salió equilibrado y fenomenal, la casa estupenda allí, la otra allá y el piso en edificio noble que me ha invitado a ver lo bien que les ha quedado después de la última remodelación. Si, sí,  pobre Eloísa, deseo que le llegue pronto el descanso".

*Las escuelas concertadas son las subvencionadas en parte por el estado, así que los padres pagan por la escolarización, pero bastante menos que en una privada. En las llamadas públicas la enseñanza es gratuita (al contrario de lo nominado en Inglaterra).

domingo, 1 de septiembre de 2013

Una camada explosiva

Maureen O'Sullivan
Si ha habido un trozo de tela bien amortizada en este mundo, esta ha sido una de estampado tropical con que les fabriqué a mis hijos sendos taparrabos, que junto a unos cuantos cinturones de cuero, y dos largas capas negras, a su vez de confección casera, dieron juego para una cantidad de años trepando por las alturas.
Lejos de toda duda de que mis hijos habían sido unos  fuera de serie en su capacidad para agotar a quienes estuvieran a su cuidad este agosto he podido establecer la real comparación con unos niños de normal calibre y aún he quedado extasiada ante la facilidad. 
Alrededor de dos décadas atrás, cuando viajábamos a Buenos Aires y estando alojados en la casa de mis suegros, ella se ofrecía buenamente a quedarse vigilante de sus nietos españoles diciendo: "No os preocupéis, los acostáis y en cuanto estén bien dormiditos podéis salir a dónde queráis", lo cual significaba estar a la una de la noche en la calle principal de un barrio periférico de esa vastísima ciudad dudando entre tomarse un transporte al centro o meterse a una pizzeria a medio cerrar en la esquina a tomarse una bebida antes de regresar.
En la casa de mis padres igual, mi madre me decía que ella se encargaba de cocinar y de lo que fuera, mas yo de mis criaturas.
Y es que cualquiera se asustaba ante la idea de asumir la responsabilidad en solitario.
Por ello recuerdo un maravilloso descanso de dos días, echada en la cama leyendo, en la casa de veraneo de la familia grande, por el sobrevenimiento de una lumbalgia que me paralizó en seco, así que los adultos se tuvieron que hacer cargo de mis hijos, junto a los primos de parecidas edades, una camada familiar que salió explosiva, sobre todo cuando uno de ellos se juntaba con los míos, entonces era como la pólvora a la mecha prendida, y escuchaba a lo lejos el ruido y las voces de los grandes y pensaba: "Pero que bien se está aquí arriba, con esta tranquilidad y este solecito; al fin y al cabo esto ha sido una bendición, siempre que no me mueva un ápice de la posición".
Pues en esa o en alguna otra especial circunstancia en que yo no estuviera por un rato, al llegar de la playa mi madre metió al pequeño de los míos en la bañera, y habrá ido a por una toalla que al regresar ya no estaba en el agua, ni en la casa, y salieron disparados a buscarlo, pues casi era un bebé que no caminaba, y se lo encontraron tan campante por el paseo ribereño, después de ir calle abajo hasta un kilómetro de distancia, descalzo, desnudo y todavía chorreante de agua espumosa.
El mismo que se esfumó una vez en el camino de la playa a casa y no había quién lo encontrara, hasta que se me hizo la luz y corrí a mirar a la iglesia que quedaba en mitad del trayecto, y allí lo hallé, sentado inmóvil entre las velas, con los ojos cerrados y las manos en posición de orar, en bañador, sudando como un pollo, en esa sauna exótica que asemejaba la salita de los cirios, fulgurante, repleta de ellos encendidos.
El mismo que un poco más crecido le sacó el gusto a irse bien lejos, y entonces dirigirse a una patrulla policial haciéndose el perdido, para que lo montaran en el auto y  poder examinar de cerca la parafernalia que tanto le atraía, y luego nos lo subían a casa una pareja de esos guardias municipales, pues resulta que llegando a la central, el crío ya se orientaba, indicándoles el mismo el camino al hogar, donde ingresaba satisfecho con los dos superagentes al lado.
Mi cuñada Maite todavía dice ahora que deberíamos haber escrito un libro.

Pues en este agosto he estado en esa misma playa con mi nieto de nueve años, es decir, el nieto de mi marido, que se ha juntado a los hijos de ocho y seis de mi hermana Clara, y se han entendido a la perfección, jugando como es normal, a veces más tranquilos y otras más alborotados, pero vaya, un remanso de paz para los adultos, ¡que diferencia!.
Entre los adultos mi hijo Lucas.