sábado, 25 de octubre de 2014

Una cuestión

Cada mañana tras tomar la fruta me preparo unas tostadas con tomate y aceite que acompaño con unas cuantas aceitunas. Con el pensamiento fuera del acto mismo desenrosco la tapa del tarro de cristal, me sirvo mediante cuchara sopera la cantidad de esferas verdes que a ojo me parecen y las deposito entre las juntas de los cuatro rectángulos de pan de cereales sobre el plato. Luego me instalo frente al ordenador a leer las noticias mientras ingiero esa segunda parte del desayuno. Atenta y sensible ante las circunstancias de los otros, y sin considerarme una sádica, gozo de ese gran momento entretanto me informo de las catástrofes, y demás nuevas de interés, por consiguiente ingiero pan-oliva-pan-oliva sin enterarme de lo que voy metiendo al buche. Lo curioso es que prácticamente cada vez, luego de haber dado cuenta del pan, junto a su rastro de aceite, migitas y semillas, me encuentro en el plato a dos olivas restantes.
Podrían haber sido tres olivas, ninguna, o que me faltaran ¿Porqué me sobran casi siempre esas precisas dos?. Esa es la cuestión. 
¿Será que tenemos una medida mas o menos otorgada incluso para las nimiedades, lo mismo que tenemos una medida de pie, un largo de cabello que nos crece mes a mes diferente en décimas de milímetros para cada cual, será que hay un tiempo constante establecido de duración de nuestro habitual gel de ducha si es que otros no se ponen a compartirlo?. Igual es que estamos establecidos desde siempre inclusive para el instante en que se nos ocurre rascar nuestra espalda o ponernos a suspirar.

Leí una vez haberse reencontrado unos mellizos idénticos separados por las circunstancias desde el nacimiento, y que, amén de las diferencias, se veían muy parecidos tras cincuenta años en el detalle de lucir anchos cinturones de cuero marrón repujado y hebilla plateada labrada con motivos florales, no especialmente a la moda, o lucir bigote, recortado siguiendo un mismo patrón. Igual vi en otro artículo las fotos de las manos comparadas de unas gemelas cuyas vicisitudes transcurrieron incluso en diferentes continentes durante toda su vida de setenta años y al juntarse luego de nunca haber sabido la una de la otra lucían joyería, en el mismo estilo, tamaño, cantidad y distribución de anillos y pulseras, resultando un sui géneris modo de adornarse.  Una conocida de mi madre llama a su hermana gemela a doscientos kilómetros de distancia cada vez que siente que a la otra le debe de estar pasando algo, aunque sea ligero,  y le pasa, un resfriado, por ejemplo, un dolor de cabeza, y la del otro lado al teléfono lo tiene. 

Voy a parar. 
Estoy pensando que igual podría convertirme en una oradora para el Reader's Digest.

PD: Tema a parte es que de ningún modo me apetezca consumir las olivas restantes y se me presente a diario la disyuntiva existencial entre si tirarlas a la basura, guardarlas en tupper aparte o devolverlas al bote.

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