viernes, 14 de noviembre de 2014

Antes de la reunificación

La comida más mala en la vida la he probado, luego de lo ocurrido, en un parador de la autopista a Berlín, esa de la que ni por asomo se nos ocurrió alejarnos una pulgada antes de llegar a destino. Fuera del cloruro de magnesio cristalizado disuelto en agua, que no entra en menú, lo más horrible fue esa vez en Alemania, avinagrado todo hasta la náusea, incluido el postre. Creo adivinar, entre los del Este o los del Oeste, por quién estaba regentado el comedor. Si los mismos que aportaron los marcos para el arreglo de las autobahnen a través de su tocayo país enemigo, hubiesen tenido en cuenta a los estómagos en la ruta, bien me hubiera podido comer a gusto un Frankfurt Bockwurt al estilo internacional, en mesa de fast food sin pata coja, y saberme a riquísimas las salchichas, de las que en general soy poco entusiasta, acompañadas de un refresco al menos bebible.

Easter - Mona con huevo de Pascua - S.M.
En mi casa de la infancia se mataba al cerdo una vez al año. Para la época de nuestra fallida excursión a Rusia, rabeaba agonizante la tradición que terminó. En su álgido tiempo nos levantaban temprano a los niños para el matadero. Aguardábamos en sala de espera como en el doctor. Íbamos con el cerdo en jaula y regresábamos con su cadáver en contenedores. Era el privilegio de esa jornada invernal. Luego al cole. Una vez lo vi en directo, en el campo, agarrado de un gancho al morro, gritando como un marrano, luego el cuchillo despanzurrador, demasiado para el cuerpo de cualquiera. Me tapé los ojos, como suelo en el cine en las escenas de extrema sangre y truculencia.

Venía la mondonguera a pilotar la labor de despiece y elaboración de la chacina. Todos arremangados, tela blanca especial para cubrir, delantales primorosos, las mujeres al frente, trozeando, metiendo en barreños, aderezando, los jamones para su cura. Ayudar a embutir era juego de niños tras la escuela. Fiesta en jornada de diario. Los amigos a catar la carne venían al anochecer, los padres con sus hijos, las primeras morcillas del perol entre pan para degustar. Pie en la gota derramada, el suelo resbaloso hacia el final, en ese lugar para la ocasión, caldeado hasta el ardor por la lumbre del hogar y los cuerpos reunidos, a resguardo del helado exterior. La desventaja, a parte de pensar en la suerte del pobre animal, era que luego tocaba cerdo en el menú durante semanas. El temido morro, con unos pelillos duros que se notaban al tacto de la lengua, lo tenía que comer, sin remisión, para sacarme el melindre, así me quedara por horas sentada a la mesa.

Últimamente viajo poco, en coche o en cualquier otro medio de transporte. Ello tiene el beneficio en tierra de hacer que baje a casi cero la probabilidad de cruzarme por la ruta con uno de esos camiones azuzadores de la conciencia, cargados de aves o mamíferos, llevados hacia su mejor destino, que es el de abandonar cuanto antes este mundo de calvario al que los tenemos sometidos. Entonces deseo que nuestra ciencia avance rápido en hacer crecer entrecots y demás viandas proteínicas a partir de células madres pluripotentes o lo que surja de la investigación. Cuando suceda decidiré si me hago vegetariana o sigo incluyendo en la dieta esa ración que se llamará como se llamará*, pero que ya no será.

* Animal: Ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso 
                          (Primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española)

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