domingo, 14 de febrero de 2016

Concierto

Ludwig Jungnickel
Hoy a las ocho y media, al sonar mi despertador, se levanta  mi marido al baño y en el tránsito antes de retomar el sueño me dice que se acostó a las seis de la madrugada y que tuvo una noche gloriosa. Lo felicito y me quedo un ratito más entre las sábanas. Me alegra; es estupendo cuando la escritura fluye; está inmerso en una obra que durará por años hasta que complete; la más lenta y abarcante de cuanto lleva hecho; una amalgama de ideas, un experimento.

Ahora que los medios se han adherido al término "conciliación" y lo usan como globito del chicle manido hinchado a cada rato entre el discurso, diré que nosotros, con nuestros horarios tan disímiles, nos arreglamos bastante bien en ese sentido, pues, por ejemplo, habiendo yo desayunado a las nueve no me importa almorzar a las dos, tres o cuatro de la tarde, acompañada o por mi cuenta, con plato elaborado o lo que encuentre de inmediato entre lo comestible, tengo el estómago como todo lo demás, adaptable a las circunstancias, lo único sagrado es que me alcance a hacer la digestión antes de acudir al gimnasio. En situación concreta le sintetizo esta explicación en una frase a mi marido, "arreglad cómo queráis, yo no importo", y se cabrea una barbaridad por esa actitud que se me viene repitiendo, dice, de menosprecio hacia mi misma; cómo se te ocurre decir que no importas, ¡eres importanteee!, ¡importas una barbaridaaad!, a dónde quieres llegar con esa forma, sigue él, cargada de soberbia en el fondo, esa humildad  judeocristiana que encierra un sentirse superior a través de echarse ceniza encima. Yerras por completo, mi amor, le contesto, me valoro y aprecio hasta un punto que no te haces idea, y de mente cristiana nanai de la china, pues en ese interior tan condicionado que me pintas me encuentro más libre que colibrí en paraje sin averiar, y en cuanto a lo de opacarse te aseguro que en la ridícula vía de sentirme moralmente por encima optaría mejor por un baño en purpurina. Con lo de "no importo" me refiero, le sigo, a la fruslería de tener que meterme en deliberación sobre algo que me da exactamente lo mismo y por ahorro de lio y energía prefiero decidáis vosotros. Por otro lado, tu mismo dices que soy una mandona, y emites, cuando estás hasta tus benditas partes, tus ganas de largarte, con liviana mochila a otro lado, de trotamundos, de trashumante, o como Joe Gould*, recalado al fresco en barrio bohemio; que ya verás cuando caiga la nieve lo mucho que te va a gustar New York.

Lo he dejado mudo a mi marido en este diálogo, en pos de explayarme, pero en los más verosímiles de nuestra convivencia diaria no lo acallo ni convenzo con palabras, en primer término porque soy parca en ellas, o poco rápida y habilidosa en su uso, en segundo, porque nos funcionan mejor otras artes a la hora de llegar a un convincente punto de conclusión dialéctica.

Con respecto al espacio físico que nos sirve de vivienda y lugar de trabajo, es decir, que nos aloja dia y noche, tenemos la ventura y pega de atraer como imán a toda nuestra prole hacia ahí. Se aparecen por el recinto hijos con novias, y claro, tampoco los vamos a echar cuando nos visitan, o si en fase de reacomodo vienen a instalarse por un periodo; por algo es también su hogar. Entonces sucede lo que sucede.

¡Estoy en medio de una plaza pública!, ¡¿cómo se puede escribir así?!, clama mi marido al llegar al límite de su aguante; y tiene razón, pues trabaja en el salón, lógico lugar de confluencia por dónde todos pululamos; juntado a que por más que nos movamos con sigilo y en silencio, nuestra presencia es en esencia ruidosa para él.

¡Pronto, desalojo... a otro lado con sus asuntos... el último mono soy... a circulaaar... déjenme concentraaaar!. A nuestros hijos no les atormenta cuando cae el chaparrón. Les basta con sacar paraguas y enfilar hacia la habitación de al lado. La hora de arrancar fuera la marcan sus propias razones. Tampoco son muy conscientes del genio que tienen en casa.

En cuanto a ese espacio físico creo que salta a la vista mi adaptación, de aquí para allá, con cables colgantes y artefactos acoplados a mi portátil de teclado aparte y batería caput, instalándome en un lugar u otro, con toda la carga cristiana, o antifeminista, que se me quiera achacar. Mi marido seguirá pensando que él es el esclavo y sufridor de todos los atropellos a que lo sometemos, y sale el ejemplo del coche, del que ya prácticamente no dispone, dice, o del trastero, que considera arrebatado de su posesión, pues se lo trastocamos y se esfumaron las herramientas del lugar y estado en que hace treinta años las dejó. Mi marido seguirá pensando, que de resultarle afines las asociaciones debería acudir a la liga anti sumisión del padre y marido a fin de recobrar la libertad y comodidad de las que antes de nuestra aparición gozaba.

*Conciliación: Cool palabreja que los medios han puesto de moda -como tantas otras que sucesivamente van apareciendo y desapareciendo. En este nuevo contexto se refiere a la acepción ajuste o concierto de una cosa con otra referida a la adecuación de los horarios de trabajo para poder hacerlos compatibles con una vida personal y familiar plena.

*Joe Gould: Personaje de la novela de Joseph Michell "El Secreto de Joe Gould"; entre las preferidas de mi marido. El personaje es un escritor que vaga por el bohemio barrio neoyorquino del Greenwich Village, allá por los años cuarenta del siglo XX, antes de Bob Dylan por ahí.

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