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Rosas Blancas obsequiadas en el
Memorial a Berta Canals
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En charla de presentación de libro recién editado de un escritor amigo nuestro, autor de alguna novela que debería quedar si se cumple el mandato de la genuina narrativa de vencerle a lo ignorado y al olvido, pues este escritor me echó una mirada, significativa entendí, al tiempo que exponía ante el resto de público asistente la auto pregunta de si sería él un genio, por lo habitual en los fenómenos de la literatura de contar con una colaboradora asistente al estilo de Vera, la esposa de Vladimir Nabokov; tan desmañado el ruso americano fuera de su manejo con la pluma, que hasta para abrir un paraguas corría ella al punto a socorrerlo. Así que yo no seré, respondía teatralmente, sin temor a que la negativa afirmación afectara a su íntima creencia, y es que nuestro amigo -el auditorio tenía el dato- se encuentra al cuidado de sus dos hijos de corta edad y al cargo de las tareas domésticas mientras su mujer se desplaza a la ciudad en su trabajo como eximia profesora de danza contemporánea. Por qué me miras tío, pensé, no vas a encontrar en mi complicidad, a ver si vas a creer que cualquier esposa acompañando a prodigio va a ser un dechado de consagración al mismo y tampoco te creas que conoces como funciona cualquier estereotipado conjunto de dos, siquiera el de los Nabokov. Mira si le voy a abrir así sin más a mi marido cualquier cosa. Abajo almas benditas; inexistentes. Mi marido se las arregla solito para acceder al contenido de botellas, latas, tetra bricks, ordenadores, ollas a presión, abertura de rejas ballestas, o cualquier otro tipo de cerradura que se le oponga. Solo diría que le facilito sin llave o candado la puerta de entrada que dejo entornada de acceso secreto a nuestro oculto jardín, aunque de cultivar ahí florecitas y vegetales del plantío ecológico nada de nada, yo de dama con guantes de seda y vestido satén, que en este estado de darle a la piedra no me despierta la horticultura el mínimo deseo, así sea la bioorgánica de moda.
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Morada adentro de nuestra morada |
Cierto que algo del teatro del martirio contiene mi discurso -viene del post anterior-, lo reconozco, aunque más de masoquista tendría el tratar de despellejarse tira a tira de las influencias que a uno se le han ido incorporando; ya de natural resulta que unas se desprenden como otras se aferran a la médula, y tampoco es cuestión de ejercer el control. Nada surge de la nada, ya está dicho. Así que tomamos como ingredientes para la recreación del universo de cada cual lo que por los poros nos es absorbido, siendo a los unos lo primero penetrable lo mismo que a otros les resultaría aún por pinchazo intravenoso inviable de asimilar. Caso vacío el del psicópata, cara de ángel, alma de hielo, con estilete a punto de incidir, fuera de su gélido bloque, en la consecución de sus cerebrales ardientes propósitos, venido desde antes de nacer a actuar implacable, valiéndose de las influencias como barniz para enmascarar su impertérrita e inaccesible naturaleza. Para los demás, válganos para expandirnos lo que nos tocó de asimilar como propio o impropio. o para retrotraernos, sin el agobio de pretender manipularnos a nosotros mismos en contra de la indefectible corriente por la que tenemos otorgado fluir. Para qué me iba a esforzar además, si considero excelente material el eco en mi persona de lo extraordinario que en lo próximo mis sentidos repicó, y a mi cultura occidental la valoro como a un tesoro; ahora que anda destilada, luego de siglos de evolución, agotado el suplicio a granel, en salida de la barbarie por imponer un modelo.
Volviendo a lo primero. Sucede que tengo en casa a un monstruo, de los buenos ¡eh!, tomado según la acepción quinta del Diccionario de la Real Academia Española,
persona que posee cualidades extraordinarias para algo. Un desmesurado de las letras en mi caso. Aunque una desproporción es siempre algo desestabilizante. Te lía la existencia lo mismo que te la nutre, en cuanto a horarios y por todo lo demás. Es complicado para un profano hacerse idea. A ver, qué madre primeriza, o con niño especial, con anterioridad al parto, o antes de que empiece a desarrollar, podría imaginar hasta qué punto ese ser en miniatura la iba a trastocar y a absorber las veinticuatro horas del día en cubrir todas las necesidades peculiares, que si no se cuenta con ayuda se te empalman los quehaceres que da gusto. Pues con un desmedido genio artístico sucede más o menos lo mismo, aun sin instinto de atenderlo te lleva a una vida trastocada de por vida; bien que no hay parto que valga para aclararle a cualquiera, pues poquísimos se encuentran en similar situación y por tanto, poquísimos podrían comprender de qué va la diferencia con respecto a otra pareja de genio más común. A añadir si ese caso de escritor está todavía por alcanzar el definitivo reconocimiento como tal.
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Rosa blanca a la basura |
Y de altruísta nada, lo mío fue puro cálculo matemático; inconsciente puede, pero bien llevado desde lejos. Siempre imaginé que íbamos en cordada; en alguna fecha que se pierde en las calendas lo entendí de esta manera, si él llega yo llego. Situado él al frente por cuestión de edad, genio evidente y pura practicidad. Yo le dije un día, mira hombre, ¿por qué no dejas de marearte con los negocios y te concentras como escritor?, ya me dirás, ¿para qué sirves mejor?, ¿vas a desperdiciar en comerciante lo que vales como el oro?, ¡eso sí sería faltarle a la naturaleza o los dioses que te proveyeron!, ¡echar tu talento al pasto de una ganancia a corto plazo!. Total, ¿cuánto nos puede llevar la espera?, ¿un año, dos, tres?, así luego yo ya me dedicaré con holgura a lo que me dé la gana.
Con lo cual llegamos hasta el día de hoy. Escritor de culto él, que no de dinero o retribución en especie, consagrado entre lo cuatro que lo conocen y reconocen; prima su labor en casa -aunque el considere su trato a la cola- por la pura preeminencia de lo más potente a razón creativa. Ejerciendo de comercial yo; agotado casi este lugar que me funcionó como máquina del experimento que me iba y nos iba a hacer remontar. Prima también su trabajo por una cuestión biológica, que por más que Berta Canals me dijera que para ambos andaban los años en nuestra contra, antes corren para él que para mí, hasta agotar el tiempo.
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