sábado, 19 de noviembre de 2011

El salto


Un hombre se encuentra suspendido de una rama en el vacío del precipicio por el que se acaba de caer.
-¿Hay alguien ahí?, ¿hay alguien ahí?, clama.
Tras el eco de sus propias palabras le llega una voz que pareciera estar brotando de la nada.
- "Aquí estoy hijo mío. Suelta tus brazos y déjate caer que en la gracia protectora del Espíritu Santo y a la luz de mi Santísima Madre un coro acrobático de ángeles serafines te recogerá sobre mullido lecho y comandado por el arcángel San Miguel, jefe máximo de mi ejército celestial, te elevara en volandas hacia el reino de la salvación en tanto que unos ángeles menores con sus palmas .....
-Vale, vale, pero..... ¿hay alguien más?.
(Hasta aquí llega la adaptación de un chiste de Eugenio,  profesional y genial contador de ellos  fallecido antes de tiempo).


Yo, de tirarme a un precipicio no iba a hacerlo por un barranco seco y pedregoso para tener la certeza de estampar mi cráneo contra una roca al llegar abajo o en el mejor de los casos quedarme colgada de una rama   sarmentosa para no ser rescatada y llegar asimismo a ser pasto de buitres en cuanto el cansancio me abatiera. 
No, no, yo preferiría lanzarme por una catarata. Mi figura ensombrecida cayendo por entre una masa blanca; al fondo, aguardando, una superficie líquida; de lograr el control sobre el cuerpo podría incluso irrumpir en ella cual saeta para  llegar a salvarme, igual que lo han venido haciendo tantos Tarzanes y demás aventureros a lo largo de la historia.
Acababa de referí un pasaje parecido al anterior con buceo incluido hasta la orilla y quedar absolutamente reconfortada cuando una torpe maniobra en las teclas del ordenador mandó el texto íntegro hacia el limbo de lo irrecuperable.
Me quedé demudada.
¿Se habría acabado en ese punto la aventura?.
¿Me quedaría colgada para siempre de la rama del precipicio por el que nunca quise tirarme?.
El tiempo dirá.

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