sábado, 20 de octubre de 2012

Veinticinco días después

"Bichito, bichito, tu que eres tan tontito, podrías de una vez subirte al algodón para que te pueda transportar en esta nube hasta la ventana y arrojarte al aire libre del jardín", le decía yo a un insecto parado en la pila del lavabo en una de nuestras primeras noche en España.
El tío no levantaba pata ni a la de tres para auparse a la montaña que yo le ponía por delante.

Mi marido me preguntó noches después si había puesto en el blog lo del bicho que le había contado.
-¿Acaso me has visto sentada al ordenador en algún momento desde que llegamos?, cómo quieres que lo haya escrito, si no he parado.
-Ya empezamos, ¡yo no quiero nada!, solo te preguntaba.

El chorro de agua se lo hubiese llevado sin remedio cañería abajo, de hecho ya estaba dando tumbos en el remolino que se forma en la pila y estuve tentada a dejarlo ir, pero mira, esa noche estaba inspirada y cerré el grifo de golpe.
Estaba tan aturdido que aún sin la corriente tuve que ayudarle con el dedo a salvar el temporal.
Cayó mal. Quedó boca arriba pataleando como un poseso. Pasaba el rato y seguía sin dar la media vuelta sobre el caparazón para salir caminando.
Con este desgaste energético, si no ha girado no lo hará, pensé, menuda ayuda le he prestado.
Si lo dejo como está habré intervenido para mandado de una muerte rápida, a una de asfixia lenta por agotamiento.
Algo tenía que hacer para librarlo de dicha tortura.
Lo coloqué boca abajo.
Parecía que había quedado manco de una pata, estuve observando y al rato esta asomó por debajo del cuerpo, hasta quedar desembarazada del todo de una pesada gota que la obstaculizaba bajo el vientre; por fin pude contarle ocho extremidades.
Juraría que todas eran patas, cuatro atrás y cuatro adelante, aunque siendo que no era una araña ni un escarabajo, quizá lo observé mal y dos fueran antenas.

Es conocido que con los cambios se producen transformaciones, transitorias o permanentes, pues bien, en mi caso, con el ajetreo de los últimos tiempos, fuera de mi costumbre habitual de retirarme los cosméticos con jabón y agua de ducha, esa noche lo estaba haciendo con desmaquillador y discos de algodón. Así que disponía del medio.
Me costó hacerlo subir a la nube, mi marido me llamaba desde el dormitorio, ¿vas a venir pronto o apago la luz?.
Espera un poco, ya voy, le contestaba.

Se me agotaba la paciencia. Al animal le dio por paladear el afeite. Llegados a la ventana resistía a soltarse de la superficie embadurnada. Gracias que tenía yo el día contemplativo, porque sino le digo adiós muy buenas y lo estampo contra el alféizar.
¡Que tanto cuanto!, el algodón con él a la basura y a dormir todos tranquilos.

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