Mi padre era hombre de pocas palabras en casa, no recuerdo haber cruzado cuatro seguidas con él en toda la infancia, como tampoco en la adolescencia, aunque lo acompañé entonces en dos viajes que hicimos solos; pero en fin, son cosas que pasan, nada para quedar traumatizada.
En mi época de estudiante y viviendo en residencia universitaria, cuando mis padres venían a Barcelona y nos encontrábamos, solían llevarme a un restaurante parrilla que a él le gustaba, donde se pedía y me hacía pedir un buen pedazo de carne, sendos considerables chuletones de Ávila. Mientras comíamos yo conversaba con mi madre, en tanto él permanecía entre la vianda y sus pensamientos. Luego me depositaban en la residencia y hasta la siguiente ocasión. Tan pronto veía alejarse su coche por la Diagonal, me asaltaba una honda pena. Era absurdo, lo reconocía, pero no podía evitarlo, justo seguido de acabar de demostrarme su preocupación por mí. Que tonta. Era claro el hombre me quería, por lo menos bien alimentada.De bien mayor quise solucionarlo.
Empecé por la primera conversación que tuvimos al teléfono. Fue casi un monólogo por mi parte, pero por algo se comenzaba.
Le dije que repensara lo de no acudir a mi boda, que se celebraba al día siguiente, porque de seguir con la idea se quedaría sin ver crecer a los niños que yo ya tenía, y eso sería irrecuperable, porque por más que luego suavizara su parecer y yo pudiera empezar a visitarlo, para mis hijos habría pasado la etapa, y lo desconocerían como abuelo. Tomé aliento. Y si por el contrario aparecía, entonces podríamos comenzar a ir a su casa y ellos a tratarlo. Al colgar me quedé encantada de haber hilado tantas frases seguidas con él al otro lado de la línea.
Poco a poco conseguí estar sentada a su lado sin temerle al vacío linguístico, valorando entre los dos la tortilla de espinacas, la situación política o cualquier otro tema corto de tratar y no comprometido.
Ya con mis hijos crecidos y levantados de la mesa mi padre se desahogaba cuando iba y estábamos sentados con mi madre, explicándome hacia el fin de la comida los líos de los negocios familiares, porque a ella ya la tenía un poco agotada de tanto repetirle cada día lo mismo, así que como cara diferente la mía le valía
A fin de últimas me quedé satisfecha, en el sentido de haber logrado un avance con él. Lo único que a veces he pensado es si pensaría que mi acercamiento era interesado.
Hace pocas semanas mi tía Elvira, la hermana de él, me contó una anécdota sobre su abuelo que me hizo acordar del asunto. Resulta que una hija de ese hombre tan idolatrado por mi padre le dijo al suyo que hacía mucho que no iba a visitarla, ella estaba casada en un pueblo de los alrededores y lo invitó a que fuera más a menudo a su casa, deseosa como estaba de atenderlo con todo su amor y cariño, a lo que el padre le respondió que perfecto y comprendido, pero que recordara que él ya lo tenía todo arreglado.
Mi tía contaba la anécdota sin mueca de diversión u espanto. A mi me hizo pensar en el dicho popular, que "de tal palo tal astilla", pero mi bisabuelo murió contento y mi padre también; ambos hubieran suscrito de seguro lo que dice la canción, "I did it my way"- "Lo hice a mi manera", y se acabó.
Mi tía contaba la anécdota sin mueca de diversión u espanto. A mi me hizo pensar en el dicho popular, que "de tal palo tal astilla", pero mi bisabuelo murió contento y mi padre también; ambos hubieran suscrito de seguro lo que dice la canción, "I did it my way"- "Lo hice a mi manera", y se acabó.
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