viernes, 4 de enero de 2013

Viajar con mi padre


Fui con él a Dinamarca, a Paris, y también a Mallorca. Si coincidía su viaje de trabajo con algún día de nuestras vacaciones escolares, mi madre preguntaba si alguien quería acompañarlo y yo levantaba rápido el brazo; todo fuera por salir a conocer mundo.

Viajamos por horas en un tren danés contemplando a través de la ventanilla campos y más campos amarillos y sembrados, también tomamos una avioneta que nos dejó en un aeropuerto en mitad de la nada teniendo que caminar a la luz de la luna por el arcén de una carretera en búsqueda de alojamiento, hasta divisar al fondo unas luces que nos atrajeron como a Hansel y Gretel hacia la casita dulce. Amanecimos en un motel de alta categoría y nadie nos atacó, por primera vez en la vida disfruté de un desayuno buffet. Afuera estaba nevado. En Copenhague cenamos a las cinco y media después de deambular con pasos resonantes por calles desierta, tiendas cerradas, humedad ambiental y penumbra, como en las horas de Jack el destripador, hasta dar con otra luz en un pasaje que nos condujo por unas escaleras de piedra hasta un restaurant semiaoscuras y con velas donde elegimos de la carta a dedo sin tener remota idea de lo que nos iban a traer. Todo salió de nuevo más que mejor, de lujo. Una vez terminado lo que mi padre tuviera que hacer,  regresamos a casa.

París coincidió con la muerte de mi abuela. Estando allí nos avisaron y tuvimos que regresar en el primer vuelo posible. Caminando a la espera por una calle adoquinada mi padre me preguntó si quería visitar el Pigalle nocturno. Teniendo a su madre muerta, me pareció poco procedente. Era un cuatro de enero, como hoy. Al llegar a casa una amiga se me hecho directa a los hombros. Yo todavía no estaba aterrizada, Mi abuela reposaba dentro de una caja en su propia habitación. La condolencia de mi amiga me tomó por sorpresa; estaba más afectada que yo, y es que ella quería mucho a su abuela.

De Mallorca vi poquísimo. Fuimos desde el aeropuerto hasta un polígono industrial, lo esperé y al terminar un taxi nos llevó hasta el paseo de Palma, estuvimos dando cuatro pasos por ahí hasta que mi padre dijo que como se le había acabado el quehacer, mejor sería regresar. Compramos una ensaimada, tomamos otro taxi y regresamos en el mismo día.

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