domingo, 17 de febrero de 2013

Historia de Berta Tourillán

Acrílico - Susanna Morell
Mi relación con Berta Tourillán viene de cuando ambas trabajábamos como agentes inmobiliarias en la misma oficina, en época de crisis a las puertas, pero todavía sin vislumbrarse la catástrofe que luego vendría. Ella había estudiado economía en la Universidad de Belgrano, así que me complementaba en la parte de los números.
La conocí al poco de que su marido la hubiera dejado por otra. Estaba entonces tratando de digerir la situación y viviendo con su hija adolescente en el piso que hubo alquilado la pareja. Ellos había emigrado desde Buenos Aires, Argentina, con la niña de meses, para alejarse más que nada de la creciente inseguridad en las calles porteñas, optando mejor por un país que se las prometía tranquilas.
Cuando la venta de casas comenzó a bajar, Berta perdió la ocupación y cuando de nuevo fue contratada para regentar una pequeña agencia montada a contracorriente por un constructor conocido suyo, pues al poco le diagnosticaron un cáncer de mama.
Mi amiga tuvo que seguir el tratamiento a la vez que trabajar, pagar el alquiler, purgarse del mal trago del marido y encargarse de la hija, quedándole humor incluso para pensar en añadirse pestañas o esperar con cierta ilusión la peluca de cabello natural que se hizo traer desde la Argentina, la que luego desechó por incómoda, optando por un pañuelo atado a la nuca para ir a la oficina, o a mostrar casas, a los últimos posibles compradores antes del derrumbe total del negocio en ese gremio.
Además seguía manteniendo el piso dónde vivían hecho un primor y soñando con llegar a tener un día su propia casa, antigua y destartalada, pero con las paredes de piedra y el dinero necesario para restaurarla, como hacía y sigue haciendo con cualquier trasto de material noble que encuentre.
Espero que no vaya a retocar el cuadro que le hice, porque ella es tan mañosa que si encuentra por la calle una tela pintada que le parezca medianamente aceptable, enseguida ve las modificaciones de color y línea  que pueda hacerle para que luzca decorativo en sus paredes.
Antes de las navidades la despidieron del trabajo que ejerció en los últimos tres años como gobernanta de tres gimnasios de una famosa cadena que tiene muchos en Barcelona. Estoy segura de que desarrollaría a la perfección su cometido, pero como ella mismo dijo, eso qué importaba, si era estilo de la empresa sacar a personal valioso y renovar; ya lo había visto en otros igual de eficientes y los pleitos se les acumulaban.
-Mira Susanna, ¿quieres que te diga?... estoy contenta, me siento tranquila y liberada, ¿tu sabes lo que era eso?..., ¿la de horas que hacía?, te aseguro que no era vida... llegaba a casa y caía rendida en el sofá... necesitaba absolutamente todo el tiempo libre para recuperarme... y luego estaban los extras, porque había llegado a levantarme de la cama sin dormir para correr a entregar unas llaves a alguien que las  olvidó o cosas por el estilo, fuera de cualquier obligación mía... por un sueldo que ya ves, pero en fin.... ¡se acabó!...   y ahora tengo un proyecto...,  me decía al teléfono.

Cada uno aspira a algo y Berta desde que la conozco tenía claro que su sueño era llegar a la edad de la jubilación liberada del pago de un alquiler, teniendo lo justo y necesario para vivir, sin derroche pero con comodidad, en una casa propia.
Con el tiempo se recuperó y acabó digiriendo lo de su ex-marido; confirmándose mi teoría, que es la siguiente:
Yo digo que si en una pareja uno de los dos deja al otro, por lo general, el abandonado, a la corta o a la larga, si no se obceca, termina reconociendo que el abandonador le hizo un favor, si es que no llega también a ver claro que simplemente el otro, por el motivo que fuere, tomo la iniciativa.
Si por vía de Internet fue que el marido se le desmarcó hasta dar con la pendona que con el tiempo Berta reconoció es una buena mujer, pues por ese mismo medio fue que ella, una vez desprendida de prejuicios, encontró al hombre que ahora está en su vida, aunque no vivan juntos ni lo pretendan, un asturiano, con el que a parte de pasarlo bien cuando se encuentran, se han comprado dos casas a medias sin que ella haya tenido que poner su parte, dos casas de piedra a reformar, en sendos pequeños pueblos tan absolutamente distantes el uno del otro como imaginarse pueda dentro de la geografía española.
Berta me dijo, literal, que se le estaba cumpliendo el sueño de su vida, y era la primera vez que yo escuchaba por boca de alguien, fuera de flashes y cámaras, decir algo tan redondo.

Ahora mismo el asturiano está arreglando in situ la casa que queda en las antípodas de su tierra natal, mientras Berta prepara una mudanza. Ha comenzado a poner en marcha su proyecto, que es irse a vivir al norte nortísimo de la península, a un pueblito que queda además en el pico de una loma, a acondicionar para turismo rural la casa del otro extremo.
Entre tanto se notó otro bulto en el pecho, similar al anterior, y está con las visitas al hospital y pendiente del diagnóstico.
La semana pasada fui a visitarla, a ella y a su madre, al piso que van a dejar de inmediato; el que por primera vez vi desbarajustado.
Así que un día tiene hora con el doctor para saber los resultados y al siguiente manda una furgoneta cargada hasta los topes y ella parte con su madre en el coche hacia su nuevo destino.

La madre vivía antes en Argentina. La señora había sido una mujer muy activa, poniéndose al frente del negocio familiar al quedarse viuda de muy joven, pero con el tiempo sus fuerzas enflaquecieron muchísimo, y cuando hace dos años murió su único hijo allá, estas la abandonaron por completo; y siendo que sola no conseguía recuperase, Berta decidió traerla.
Sentadas frente al televisor y tomando café se veía a la señora bastante bien de ánimo, pero dice Berta que apenas quiere salir y se mueve lo justo por el piso, así que no se cómo van a hacer allá; por lo menos va a tener que coger agilidad la madre para subir y bajar escaleras.
Por otro lado Berta tiene a su hija que está ahora en Londres haciendo de au-pair y perfeccionando el inglés que ya sabe. La chica tiene gran facilidad para los idiomas y por ello cursó traductorado de varias lenguas en la universidad de Barcelona. Berta puede irse tranquila, pues la chica cuando regrese tiene al padre por la zona, y también al novio formal, casualmente compañero de clase de mi hijo Lucas cuando niños y ambos ahora se ven en Madrid a tanto en tanto porque el muchacho estudia veterinaria allá.

Hasta aquí llega mi historia sobre Berta Tourillán. Quedando de por medio un viaje que quería hacer con el asturiano a Buenos Aires, y otro que ya hicieron, y un problema con la presidenta de ese país al sur del Río de la Plata que le hacía confirmar a mi amiga su buen juicio al emigrar.
Hasta la próxima me quedó con el recuerdo de Berta, viéndola afanada el último día sobre un papel, delineando unas figuras trapezoides, con el bolígrafo poniendo y tachando líneas en su interior, entusiasmada en mostrarme la distribución que estaban pensando para su casa elevada en tres plantas, en un lugar que en el buen tiempo tendrá visitantes, pero como ella misma dijo escuchó decir, hasta los zorros caminan tranquilos por la calle en el pleno invierno.

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