Da Giorgio, qualita alla tavola |
En estos días de Navidad uno se entera de cosas. Respecto a las andaduras vitales de hijos y sobrinos, vino mi madre a decir que con mi comportamiento abrí, más que una brecha estrecha, una autopista de ocho carriles para los que venían detrás. En cierto modo me causó extrañeza la apreciación, pues yo nunca he creído estar haciendo algo rompedor de lo establecido.
Sí recuerdo una vez en Barcelona, en el escaparate de una pequeña zapatería al otro lado de la plaza donde se sitúa Da Giorgio, la tienda gourmet de pasta fresca y productos italianos esquina con la Avenida de Sarrià, por la misma década inaugurada y grata de saberla allí, llenarme de efervescencia a la vista de una cantidad de sandalias idénticas en una explosión de colores que rompía el espectro de lo que llevaba visto en la vida en cuestión de calzado. Tal despliegue encajaba de lleno con algo indefinido que andaba buscando. Descubrirlos en ese arrinconado comercio me produjo una sensación de libertad desproporcional en apariencia al motivo de su causa. La anécdota es que me compré dos pares, pues encima estaban a buen precio.
Tiempo adelante Pepe Barroso me procuró el segundo asombro al ver plasmado en establecimiento específico lo que llevaba por largo pensando porqué no existiría. Camisetas en punto de algodón, de colores mil, con motivos estampados y bonitas formas para chica, o vestidos de lo mismo. La primera tienda "Don Algodón" la abrió Pepe Barroso a los dieciocho años en un local de treinta y dos metros cuadrados en la Calle Claudio Coello de Madrid, allá por 1980. Llegarían a Barcelona un rato más tarde. Avisté la primera a través de los cristales de un autobús urbano en marcha. No compré en ella, pasaba por su frente a menudo de largo, pero la sola idea de su existencia me daba alas. El empresario empezó a los dieciséis años vendiendo camisetas a sus compañeros de instituto. Estaría en el aire la idea.
Ya de niña volví loca a mi tía Elvira buscando por toda Barcelona una de esas, en tono brillante, con corte que me quedara bien al cuerpo y algún motivo estampado en el frente. Tres días tardamos en dar con la amarilla pintada a mano que se acercaba en algo a lo que tenía in mente. En el rastreado de boutiques infantiles fue que nos topamos en las Ramblas con el escritor Gabriel García Márquez y su mujer Mercedes Barcha, habituales del día a día de mi tía, y con los que nos detuvimos a saludar.
Ya de niña volví loca a mi tía Elvira buscando por toda Barcelona una de esas, en tono brillante, con corte que me quedara bien al cuerpo y algún motivo estampado en el frente. Tres días tardamos en dar con la amarilla pintada a mano que se acercaba en algo a lo que tenía in mente. En el rastreado de boutiques infantiles fue que nos topamos en las Ramblas con el escritor Gabriel García Márquez y su mujer Mercedes Barcha, habituales del día a día de mi tía, y con los que nos detuvimos a saludar.
Leí en "Aquellos años del Boom", la magnífica obra de casi novecientas páginas sin poder soltarse del periodista Xavi Ayén refiriendo los años entre 1967 y 1976 en que autores sudamericanos aterrizaron en Barcelona, en un ambiente que empezaba a aflojarse de la dictadura franquista, donde al empuje de editores y agentes literarios cuajó una revolución en el panorama de las letras hispánicas que irradió a todo el mundo, pues leí como Gonzalo Garcia Barcha, hijo de Gabriel García Marquez, llegado con sus padres y hermano en el 67, viviendo parte de infancia y su adolescencia en la ciudad, contaba tener a Barcelona en el recuerdo pintada en claroscuro y como le sorprendió encontrarla alegre, juguetona, en estallido de color al volver a ella en el año de las Olimpíadas 1992.
Calculando que Gonzalo García Barcha vivió en la privilegiada parte alta de la ciudad, la más viajera, la más cosmopolita, por tanto, la más en vivo tono que pudiera darse, es de pensar que lo que me venía ocurriendo a mí, de andar a la espera de algo más vibrante, y de tomarlo al vuelo cuando apareció, le estaba sucediendo a la mayoría, a quienes tarde o temprano, o de modo paulatino se les presentó el tiempo de dar el cambiazo.