Flores Photoshop S,Morell |
Mi amiga Carlota me hizo una prueba de actuación, a ver si le serviría para su próximo trabajo, pues la actriz que tenían prevista se quedó embarazada e indispuesta, y la segunda, en principio adecuadísima, falló por la voz al escucharla grabada. Porque parece que cuentan muchos factores y hay que pasar por los aparatos técnicos antes de poder valorar. Me hizo leer, hablar, moverme o jugar a pelota frente a su cámara y recolector de sonido. Carlota prefiere ahora a una no-actriz como personaje conductor de la historia que quiere narrar, busca a una especie de álter ego suyo y por ambos motivos pensó en mí, entre otras, aunque nos parecemos tanto como lo más diferente.
Ella pretende hacer reflexionar sobre el sujeto que propone. Con ello empezamos bien, porque para mí las películas que están hechas con esa intención tienen que ser unas obras maestras del funambulismo artístico para que las encuentre interesantes. Además, por su propósito de abrir las mentes (occidentales) a otras manifestaciones de cultura, tomando su modo de organizarse como una opción a considerar, tan posiblemente adecuada o cuestionable como la nuestra, se trasluce de Carlota una percepción del estado social mundial y una valoración de las fuerzas políticas actuantes apenas coincidente con mi modo de apreciar. Pero vaya, como actriz, puedo intentar lo que me diga. Ha de ser una experiencia tonificante ponerse a las órdenes de una directora, si al final me llama. Ya le dije: "Ángela, real actriz tendré que hacerme ante tu cámara para poder decir lo que tu quieres que diga pareciendo que salga de mi propia cosecha, pues no cuadra mi mente de cabo a rabo con tu modo de intentar desliar la madeja".
Ella es vecina por elección de un barrio de gran mezcla étnica y cultural. Allí se compró un deteriorado piso con cierta gracia y lo dejó a punto con su estético y funcional criterio de mujer emprendedora y de gusto, quedándoles de revista. Vive con su pareja Isabel. En el barrio acuden al centro cívico de apoyo a las mujeres para colaborar en la alfabetización en español o catalán de las emigrantes que buscan aprender. Carlota monta además talleres por su cuenta, que igual de bien remodeló un local de su propiedad para esos menesteres, tratando de crean modos de que los chicos de familias venidas de afuera, crecidos y hasta nacidos en las aceras alrededor, se sientan del país, del barrio, e incluso orgullosos de su pertenencia a él. En la consecución de esto último se forjó su anterior film, donde los chicos actuaban de ellos mismos, abriéndose al público, contando sus tribulaciones, cavilaciones y progresos en esa sociedad que no acaban de asumir como propia, o no termina ella de integrarlos como perfecta parte de su entramado.
El nuevo punto de partida para Carlota fue darse cuenta de que tras años de ayudar en el idioma y en lo que fuere de menester en pro de adiestrarlas a moverse en la sociedad donde tienen establecido su hogar, en realidad sabía bien poco de la vida de esas mujeres que acudían, en su mayoría pakistaníes, y decidió investigar, descubriendo que estaban casadas sin excepción, en apariencia satisfechas, por matrimonio concertado. Lo que le dio en reflexionar y se ha convertido en la pregunta de arranque de su proyecto fílmico: ¿Porqué hemos de suponer que un matrimonio por amor, de libre elección tal como se da en nuestra cultura, ha de ser mejor que otros basados en criterios menos románticos, pero quién sabe si en la práctica más o menos efectivos o felices?.
Dice Carlota que he quedado muy graciosa en las pruebas, pero yo me pregunto cómo se puede quedar con gracia tomándose en serio el debate sobre esos temas tan árduos, aunque sea en ficción teatral.
Ella propone un acercamiento, pero yo, fuera del papel que tenga que interpretar, soy tajante en el asunto. ¿Cómo van a ser ellas más felices?. Ni soñando. ¿Porqué hay que evaluarlo diferente, en función de la cultura de donde vengan?. ¿Acaso nuestras morfologías de hembras se han bifurcado hasta tal extremo que no llegamos a tener los mismos esenciales sentires?. Yo las pienso iguales a mi misma y se acabó.
Por supuesto, si desconoces otro modelo no hay mucho en donde elegir, o si estás bien ligado a la sociedad que te gobierna, o maniatado a ella, es lo más probable que quieras seguir el compás de los demás. Preferible es para la mayoría, hasta que deja de serlo, sentirse parte, antes que mal visto, aislado, repudiado, torturado, o muerto por llevar la contraria.
Por supuesto, si desconoces otro modelo no hay mucho en donde elegir, o si estás bien ligado a la sociedad que te gobierna, o maniatado a ella, es lo más probable que quieras seguir el compás de los demás. Preferible es para la mayoría, hasta que deja de serlo, sentirse parte, antes que mal visto, aislado, repudiado, torturado, o muerto por llevar la contraria.
Carlota, que al vivir con su pareja femenina me temo en Pakistán iría a lo poco simbólicamente a la hoguera por ello, quiere que tomemos en consideración, al menos como un modelo existente y defendible, la idea de la renuncia de antemano a toda pasión sexual en pos de algún beneficio, en potencia a desvelar supongo en el film, según la idea de ella, cuando esas mujeres se expresen ante la cámara. A ver si lo consigue Carlota, que hablen, porque si sale un marido con el grito al cielo, ya veremos dónde va a quedar la intención. O a lo mejor es que el aire de Barcelona obra el milagro de compatibilizar, ojalá, tampoco es que esté yo tan enterada como para saberlo.
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En Pakistán, el noventa por ciento de las mujeres experimenta violencia doméstica según la Comisión de los Derechos Humanos, es decir, ochenta y un millón de almas femeninas, cifra que calculo por regla de tres sobre el total de la población, suponiendo la igual cantidad de ambos sexos que se da en la naturaleza, sin restar el número de niñas eliminadas antes de nacer, o por infanticidio, activo o pasivo, en sus primeros cinco años de vida, como viene sucediendo allí, en la India, en la China, y en otros enclaves ajenos a la cultura occidental. En Pakistán más de mil mujeres al año son víctimas de asesinato "por honor", los contabilizados, otras rociadas con ácido. Se considera el tercer país más peligroso del mundo para las mujeres.
Hasta el Reino Unido llegan los efluvios de esas prácticas bárbaras. He leído algunos casos horripilantes en la prensa británica.
El caso de Shafilea Ahmed
Shafilea Ahmed era en 2003, cuando desapareció, una muchacha de diecisiete años, nacida en Inglaterra, de familia paquistaní, aplicada estudiante que quería ser abogada. Los de su escuela fueron quienes acudieron a la policía tras una semana de no saberse de ella. Se montó un gran dispositivo en el país a fin de encontrarla. Los padres en primera linea implorando angustiados ante las cámaras televisivas por cualquier pista que ayudara a reconducirla al hogar.
Los investigadores se enteraron de que poco antes de la desaparición Shafilea había viajado a Pakistán, donde rechazó a un hombre que le habían arreglado para casarse. Intento suicidio tomando de una botella de lejía, que le produjo graves heridas en la garganta, precisando de constante atención médica en su país al regresar. El padre arguyó que el candidato era optativo y que la chica durante un corte de luz creyó estar sorbiendo zumo de fruta. El factor de que la muchacha cesara en su tratamiento hospitalario, llevó a los detectives a pensar en crimen.
Cinco meses después, en 2004, tras unas grandes inundaciones se descubrió el cadáver en el río Kent, a ciento diez kilómetros de Warrington, su ciudad. Revelándose que a propósito había sido sumergido. Se confirmó la identidad del cuerpo por alguna joya, un resto de ADN en el fémur de una pierna hallada desmembrada y los empastes dentales reconocidos por su dentista.
La policía puso atención en los poemas que Shafilea escribía, en especial el titulado "Me siento atrapada", donde se reflejaba angustia, describiendo una vida sin esperanza y una familia que la ignoraba. Se supo que debido a las tensiones con ellos se alejó en varias ocasiones de casa. Los padres exigían silencio a los hermanos sobre lo presenciado en el hogar.
Tras haber sido por corto detenidos junto con otros cinco miembros de su extensa familia, los padres de Shafilea fueron puestos en libertad sin cargos.
En 2010 Alesha, una hermana menor de Shafilea, de quince años cuando la desaparición, arregló con unos compinches para que entraran a robar en su casa, estando ella y toda su familia adentro. El trato fue descubierto y ella arrestada. En las dependencias policiales fue que contó que sus padres habían dado muerte a su hermana, por la vergüenza que había traído a la familia al rechazar al hombre acordado para su matrimonio. Asfixiándola, metiéndole unas bolsas de plástico en la boca. Alesha declaró ver salir a su madre de la cocina con varias mantas y sábanas, un rollo de bolsas negras de basura gigantes y cinta adhesiva de embalaje. Luego vio al padre meter en el coche un bulto envuelto en plástico negro, con tiras de ajuste marrones, y partir solo con el vehículo.
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Siguiendo otra información en absoluto relacionada, llegué al mismo tiempo de escribir lo anterior, juro que por el puro arte del encuentro azaroso, hasta la película "The stoning of Soraya M", que encontré para ver en Youtube. Una escalofriante producción norteamericana del 2008, hablada en persa, dirigida por el norteamericano de ascendente iraní Cyrus Nowrastehy. La película está basada en el libro del periodista y corresponsal de guerra iranofrancés "La mujer lapidada", editado en 1990, contando la historia que le sucedió en Irán, mientras recogía información de otros crímenes a través del país, los cometidos por el gobierno contra la comunidad Bahai. Algunos críticos iranies dudaron de la veracidad de lo narrado, más el relato es auténtico, estoy segura. Tal cual dicen los italianos: "se non è vero, è ben trovato". Como para corroborarlo, el libro fue prohibido en Irán.
Historia de la maquinación contra Soraya Manutchehri
Varado en el remoto pueblo iraní de Kuhpayeh, en la provincia de Isfahan, por una avería en el coche, un periodista es abordado por Zahra, una mujer que a escondidas lo hace llegar hasta su patio. Se sientan al fresco y pidiéndole que registre en la grabadora, le cuenta la terrible suerte corrida por su sobrina Soraya, con horroroso final el día anterior, y que explico a continuación.
Ali, el marido de Soraya, tenía planeado casarse de nuevo con una niña de 14 años, por lo cual pretendía el divorcio, consentido por su esposa, que le evitaría de tener que mantener a dos familias o devolver a la familia de Soraya el dowry, la cantidad en propiedades o dinero que tuvieron que pagarle al novio por casarse con su hija. Soraya no consentía, por la seguridad de que si aflojaba iba a quedar sin nada con que alimentar a sus hijas.
Ali apremia al mullah* de la aldea, primero por las buenas y luego bajo amenazas de dar a conocer al pueblo su pasado de convicto, para convencer a Soraya de concederle el divorcio.
El nuevo matrimonio de Ali con la adolescente estaba condicionado a la influencia de Ali para salvar al padre de la niña, un médico que había sido condenado a muerte por un delito.
El mullah visita a Soraya y le propone matrimonio temporal con él, a cambio de protección y apoyo monetario para ella y sus niñas, el llamado Sigeh, que puede durar de algunos minutos a noventa y nueve años; sexo eventual bendecido por la ley, que ella rechaza, alentada por su tia Zahra.
Ali y Soraya tienen cuatro hijos. Los dos varones predispuestos en contra de la madre por el padre, quién proyecta llevárselos consigo a la ciudad.
En otro hogar del pueblo fallece una mujer, bien querida por su esposo. El mullah, el alcalde, y Ali le piden a Zahra que convenza a su sobrina de auxiliar en las tareas al reciente viudo y a su hijo adolescente. Zahra sugiere que Soraya puede hacerlo a cambio de una paga. Soraya comienza a trabajar arreglando la casa y cocinando para ellos. El hombre es amable y ella se siente tranquila.
Ali ve, a través de una ventana abierta, como las manos de su esposa y las del pobre viudo se acercan, casi rozan, en tanto ella le alcanza al hombre un objeto. Entonces comienza a rumiar una idea. Si ella es acusada de infiel, será apedreada y él podrá volver a casarse, quedando exento de procurar por las hijas. Se reunen los importantes hombres, sin nada que hacer en la aldea, y confabulan. Ali y el mullah tejen habladuría sobre la infidelidad de Soraya para que puedan acusarla de adulterio. Zahra, en su caminar por el pueblo, se percata con horror de que un rumor se ha esparcido, en extremo peligroso para su sobrina.
Ali, el mullah y el alcalde necesitan un testigo, dos en total, para poder acusar formalmente a Soraya de infidelidad. Visitan al viudo y lo amenazan para que acceda a respaldar su historia. Ali arrastra a Soraya por las calles, golpeándola y bramando que ella le ha sido infiel. Zahra interviene y toma a su sobrina, resguardándola en su casa. El viudo asiente a mentir. El alcalde, el mulah y Alí preparan el juicio. Para quedar librada Soraya debería probar su inocencia. Los hombres entran a deliberar, entre ellos el padre de Soraya. Pronto es condenada. La tía intenta huir con ella, más al verlo imposible, suplica al alcalde, su antiguo amigo, por la vida de Soraya, e incluso se ofrece a cambio para el martirio.
Llega la ejecución, larga, espantosa de ver. El padre, los hijos, el marido, el viudo, la turbia cruel masa, cada cual con su piedra, hasta rematar la faena. Luego el cuerpo abandonado a la nada, rematado por los perros.
Coincidiendo con el fin del relato, el viudo, de oficio mecánico, viene al encuentro del periodista a informarle de que su coche ya está listo.
Entretanto Ali se entera de que no es posible su nuevo casamiento, dado que el padre de la adolescente con la que proyectaba casarse ha sido ejecutado.
Cuando el periodista está por irse, una guardia de hombres armados a orden del mullah intenta detenerlo. Le arrancan la grabadora y destruyen la cinta. Están a punto de liquidarlo, pero consigue zafarse. Zahra y el periodista habían previsto la situación. El registro auténtico parte a salvo junto al periodista en otro casete.
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¡Oh Dios mio!. Si me llama Carlota le voy a decir que lo he repensado. Ella me cogió por sorpresa un día en el patio de mi casa, la de nuestro pueblo en común, viniendo a hacerme la prueba para un proyecto del que no me habló ni gota de qué iba, y claro, de entrada, la sola idea de ponerme ante una cámara a tratar de actuar, pues la verdad, ni siquiera me planteé del tema, era atractivo, pero vaya, ahora lo tengo claro, por más sugestivo que se me presente lo de estar ahí moviéndose y que te graben, por más bien que pudiera resultar en pantalla, le voy a decir a Carlota que gracias, que lo siento, pero que no puedo permitirme hacerlo.
Mal la ley islámica
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