domingo, 27 de diciembre de 2015

Santa Claus

Meg with a broken arm
Pintura de Elisabeth Peyton 
En particular charla propiciada por el asueto navideño surgió de explicarle a mi hijo Simón el tipo de pegamento que nos ligaba a su padre y a mí. "Es el super glue que se da o no se da, mágico, sin fórmula que buscarle" -y sigo exponiendo aquí- ese algo que  hace que la pareja viva su relación en la gloria perpetua, con sus debidos momentos de cabreo mutuo, claro está, mucho más picante y rotundo el estado ese que el alienado flotante cuya duración -cualquiera baraja cifras al respecto-, lleva la fecha de caducidad inscrita dentro de su propio código de existencia, y bien urdido está el plan, por el hado que rige a nuestra especie, pues ¿quién podría, o querría de veras, pensándolo con claridad, mantenerse hasta el fin de los tiempos suyos en ese estado fuera de sí?. De resultar eterno el embobamiento propio del recién caído en brazos de Eros, ansiaríamos como elixir del amor supremo volver a una cotidianidad en la que pudiéramos proceder bajo los influjos de nuestro único ser individual, libres de nuestros arrobados corazones latiendo a la par,  sin precisar de súbitas enardecidas reacciones orgánicas a cada nueva presencia del otro para corroborarse en la vivencia de la pasión, o dejar de vivir cada una de sus cortas ausencias como un destierro. Bendita la relación estable, con sus exquisitos grandes momentos, más allá de sus fogosos o no tan ardientes comienzos.
Pintura de Elisabeth Peyton

"¿¡Magia mami!?... lo que os une es la costumbre y la de años que lleváis juntos", me respondió Simón, descabalgándose del caballo alado que sintió le pretendía vender, cual Santa Claus cargado de sorpresas. Pero ¿acaso la vida no es una continua invención y ánimo de lucha para sacar adelante nuestro cuento?. Entonces ¿quién podría discutir mi versión o realidad de los hechos?.

Igual debería estar repleta de gozo pues en la sobremesa en la casa de mi madre, al preguntarle mi hermana Clara a Simón si consideraba que su novia era la mujer de su vida, se tomó mi hijo un instante para meditarlo y respondió que la mujer de su vida era yo. El poco mérito por mi parte estriba en que con su chica se hallan en ese punto fluctuante entre si continuar o dejarlo.

jueves, 17 de diciembre de 2015

El desacierto de Mark Zuckerberg


Mark Zuckerberg, con su política de combatir los "nombres falsos" ha conseguido dejarme anonadada. El creador de Facebook pretende eliminar nuestro posible poliedrismo forzando a sus clientes de red social a presentarnos los unos a los otros mediante única "auténtica" faz, esa avalada por el nombre y apellido con los que fuimos cargados al nacer, o que depositamos en nuestros documentos identitarios años luego, amiguitos planos, sin doble o triple vertiente, reconocibles todos por una personal exclusiva filiación, con el objetivo de evitar volvernos peligrosos, pertrechados ocultos tras la inexistencia de nuestro físico constatado por carnet. Lo superlativamente grave, encuentro, es que procedieron en la implementación de la medida lanzándose cual sobre presa a extirpar, directos a las vísceras de su sospechoso, ese sujeto que precisa de bifurcarse para caminar exento de su asignado nombre por alguno de los ramales que se le ocurran.


Protestas en la Pride Parade de San Francisco
Así que me encontré esta semana, sin previa errada maniobra por mi parte, con la pasmosa sorpresa de ver como mis "amigos" de Facebook comenzaban en cascada a clicar "like" en las fotos colgadas o a dar al pulsador para seguirme en mi otra cuenta de red social, Instagram, en la que por algo -deberían haberlo considerado los pensadores de Zucherberg- me anoté bajo nombre imaginario, y solo a una mente viciada, u en exceso oxigenada, podría ocurrírsele motivo obsceno, perverso o criminal,  por encima del artístico, o el simple sanísimo de dar rienda suelta a expresarse sin el corsé de una pública, quizá políticamente correcta y demasiado atornillante, única identidad.

Define el Diccionario de la Lengua Española la palabra seudónimo o pseudónimo como nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio. Así que de lejos viene marchando por las vías de la expresión creativa eso que Mark y su equipo pretenden extinguir de su circuito.

Por supuesto Mark Zuckerberg puede hacer con su empresa lo que le apetezca, faltaría más, y así lo hará. Mira si va a tener en cuenta comentarios semejantes o la de manifestaciones que se puedan organizar.  O sí, y en consecuencia los demás seguiremos o nos desapuntaremos de ese engendro de su mente, invento que funcionó hasta el éxito total que tiene y ha contribuido una enormidad al encuentro social y a cambiar las formas. Por tanto le agradezco, y le supongo al ser de Mark Zuckerberg un buen pedazo de inteligencia y capacidad de maniobra acertada, no obstante puedan ocurrírsele algunas pifias.

Se han manifestado en este dos mil quince colectivos de lesbianas, gays, transexuales y drag queens. En mi caso particular, he de decir que lejos de impetuosos caudales fue un goteo de los cuatro amigos que tengo en Facebook lo que provocó mi estupefacción, cuando se vinieron uno tras otro a pulsar en mis fotos de Instagram, los que tienen a la vez cuenta en esta red, enterados por la de Facebook de mi existencia bajo otro nombre, que no daba abasto a bloquearlos -debido a mi lentitud de reflejo- por el riesgo de que puedan descubrirme en este blog, cuyo enlace coloqué  junto al perfil.
                     

jueves, 10 de diciembre de 2015

Superstición del prado verde

En mi bosque
En esta estepa solitaria donde en círculo me muevo, plagada de hoteles, mares, piscinas, cielos azules y áreas de spa, cuento con una particular fuente, proveedora de un placer casi tan lúbrico y excitante como el retozo de la pareja en escapada vacacional, sumergida en el jacuzzi de la suite, entre perfumados afrodisíacos micronutrientes, en los recintos de mis potenciales o adquiridos clientes. A fin de cultivarme en lo íntimo me dedico en el intervalo de mis tareas comerciales a recolocar mi órgano muscular situado en la cavidad de la boca, como lo hacía el político orador, según reza leyenda, para ganarle partida a sus dificultades de locución, Demóstenes, metiéndose piedras que lo ayudaran a variar posturas entre los elementos de su aparato fonador, hasta lograr modular sonidos que encajaran con los sones que deberían ser para hacerse entender con gracejo conquistador. Dijo Albert Einstein: " La vida es como andar en bicicleta. Para mantenerse en equilibrio, hay que seguir pedaleando". Por ello es que le digo yo a mi lengua, "venga amiga, va, ayúdame, conduce tu dorso hacia atrás, haz tu intento por acariciar al paladar mientras reproduces en el idioma de Shakespeare", y ella me responde, "yeees, my darling", lanzándose al toqueteo con su vecino de arriba hasta el punto de quedar entumecida por ejercitar tanta postura fuera de su habitual. Esta es en el presente mi segunda actividad sensitivo oral favorita y el modo más sugestivo y palpable que encuentro de dar marcha frente al manillar.

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Tuve antaño la superstición del prado verde que quería ver logrado dentro del perímetro de mi terreno hogareño, como signo de la fortuna que se plegaria por fin a mis deseos, esos cumplidos o incumplidos que por lógica nunca llegan a saciar, ansias que únicamente van cambiando de objeto, lo sé. Por ello, cansada de esperar y desde que leí un artículo, mi óptica referente al asunto viró. Contaba en la revista un ecologista, cuyo nombre -lo siento- no retuve, que los céspedes a humedecer por  riego artificial eran una locura insostenible con origen en los británicos del Imperio de su Majestad que pretendían pisar y ver en áreas coloniales de escasa lluvia mansa y constante las mismas acolchadas esmeraldas praderas que la naturaleza de por sí otorgaba a los de su isla madre a cambio de la escasez de espléndido sol.

Dejé de invertir siquiera un instante en tratar de resucitar tallos tiernos de mi cerca de extinguida grama,  siquiera un minuto empleo en el presente en levantar las hojas muertas o recoger del algarrobo sus frutos caídos; vainas fertilizantes son para el suelo estos últimos, según escuché alguna vez y ahora atiendo. A ver si se forma de humus una capita y paso a tener un híbrido de bosque mediterráneo con jardín de Alicia, en los lindes umbrosos de su pradera, albergador de conejos con relojes, agujeros y sorpresas. Mejor que el otro extremo posible del arreglo, si me hubiera sido concedido, laberinto de arbustos cincelados a la escuadra por donde cupiera la eventualidad del perseguidor del cuchillo, a sus bordes entramado rebuscado de reales parterres a la francesa, con la guinda que resbalaré desde la cúspide de crema de ese género de pastel, como la guillotina sobre la nuca de sus pertinentes majestades. Por cierto, allí también constaba el alfombrado en tejido de briznas en gran extensión; véase como muestra Palacio de Versalles, Luís XIV -siglo XVII-; ¿se regarían los aristocráticos bien pulidos prados de la Francia por exclusivo efecto del cielo?; ¿desde dónde vendría y hasta donde alcanzaría, sino hasta nuestros días entonces, la influencia de esa tendencia jardinera?.

Será que el ecologista de mi revista al apuntar hacia los británicos se refería a la repercusión entre el gran público, a la euforia desatadas entre los pequeños particulares a escala planetaria por tener su pedacito, gozar con la hierba bajo sus pies de una reunión al aire libre, sillas, tumbonas, chuletas, salchichas a la barbacoa, emplearse con el cortacésped los fines de semana, instalar en su centro una piscina, o aspirar a ella, quizá en una esquina, de lona o de las de construcción, los cansados o más pudientes contratar al segador-jardinero, que ha de contribuir a la felicidad, o acelerar algún divorcio; campo de golf comunitario, la más extensa de esas extensiones, a eso se referiría el ecologista, digo yo.

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Voy a guardarme de contar otra superstición en la misma línea; algo que de lograrse me posicionaría automáticamente a las puertas de conseguir el sueño. Esa, aunque amortiguada, sigue activa; lo apercibo cuando en alguna vuelta de esquina me sorprende con ataque mordaz; de ahí mi deleite con la lengua arriba.

* "Life is like riding a bicycle. To keep your balance, you must keep moving"