La crucifixión blanca - Marc Chagall |
Otra ocupación de mi madre para esta fecha tan señalada en su calendario es tener resuelto el tema de los refrescos, pasteles, café, champán, bollos y chocolatinas; para niños, profesores. jubiladas y demás gentes de los pueblos vecinos, más los antiguos habitantes que vienen a recordar. Nos sorprendió la afluencia, pues al normal número disminuido, este año había que sumar la ausencia en bloque de los escolares de los primeros cursos; con los profesores, que ante el creciente número de padres exigentes de responsabilidades al menor rasguño en sus escolarizados, y teniendo en cuenta a otras fes, decidieron evitarse los riesgos de cualquier tipo anulando a perpetuidad esa tradicional excursión al campo.
Me gustó encontrar a la tarde una mujer de una familia que vivía allí cuando mi infancia y con cuyos hijos jugaba. Con el niño, algo mayor que yo, crecía la sensualidad alrededor mientras como médico me empastaba con una espátula la flexura del codo en el consultorio del gallinero. Ahora la mujer vive en el pueblo de al lado, viaja a donde la lleven, así al extranjero, pero desde que se fueron hace treinta y cinco años no había regresado a su antigua casa. Curioso. Ayer la acompañó su hija menor, la rezagada, la que les cayó como una bomba en un principio, al enterarse del embarazo, cuando los otros estaban ya criados. En un punto del reencuentro la madre, con la palma de la mano al pecho, abarcándose las clavículas, y luego de retener por espacio de un gesto el labio inferior entre los dientes, ladeada la cabeza, me miró y dijo: !Ay hijita, quién lo ha visto y quién lo ve, como ha cambiado esto!. Recordaba la mujer la túnica de su hijo que le prestara a mi hermano, el que murió, en su primera comunión y como su hija mayor soñaba con un vestido igual al mío, tan bonito como era, para el día de la suya. También me hizo saber, lo que no tenía en conocimiento, y es que ella estuvo muy bien avenida con su Josep, el marido ya fallecido, pero a matar con los suegros que vivían con ellos y le hacían la guerra continua. Así recordaba a mi padre -en tanto se le asomaba al rostro una íntima sonrisa de complacencia- como si fuera ayer mismo, cuando se le acercó y en charla distendida le pronosticó que no aterrizaría la paz en su hogar hasta el día que los padres de él faltaran; tal cual sucedió; mira si acertó; viviendo luego en felicidad el matrimonio, hasta que el marido también se fue, hacia el barrio del nunca más en este mundo; qué se le va a hacer, decía ella, así es la vida.
Sol poniente con niño sobre la rama - S. Morell |
Pero el fue el primero en vender, gran parte de las tierras cultivables de esa finca que le tocó por vía de matrimonio, a consecuencia de haberse metido en la aventura de adquirir otra propiedad mucho más extensa, de mayor empaque e importancia en la región, con otra virgen y otra capilla, esta ya toda una señorona iglesia. Mi padre fue el primero en sacrificar ese lugar que para mi madre significaba algo, en pos de lo que vino luego, que en su desarrollo significó para ella un gran disgusto -al margen de propiedades materiales- y que hubiera significado la trituración de sus anhelos e ilusiones más esenciales, si no fuera que su alegre y vital carácter se lo impide. En lo anecdótico y divertido fue una guerra de vírgenes, un reproche mutuo, sordo, continuado que se tuvieron; dolido cada cual de que su cónyuge pusiera interés e ilusión en una celebración y no la esperada en la otra.
Mi madre siempre habla con cariño de mi padre -desde luego que tenía el hombre su parte de gracia-. Yo también lo retengo en el recuerdo más bien de esa manera; aunque a veces me acuerde y lo mente, sin palabras afuera, con un poco menos de benevolencia: "cabrón, es que fuiste un cabrón, no hay otra manera de llamarte". A ella le irá igual, a oleadas, imagino. Sobre la piedra me decía que le queda un cierto resquemor hacia él, que espera pulir hasta llegar al perdón total, si es que le alcanza el tiempo. A mi lo que me divierte es que una letra, de las de su nombre adheridas sobre su lápida, quedara milímetro mal emplazada, por más que regresó el marmolista a tratar de paliar una chapuza inexplicable para un comercio que se eligió a conciencia. ¡Se le escapó la letra!, a él, que tantísimo gustaba de guiar el enderezamiento de los árboles que plantaba -allá donde correspondiera- para que crecieran perfectos, como soldados de un ejército en formación; sin permitir que rama que creciera extraña, fuera de lugar.
En resumen, disfruté de haber ido y volveré el año próximo si se da. Ya que estoy aquí debo aprovechar lo que tengo aquí, pues seguro que de estar allá, lamentaría a veces no estar más cerca. Me doy cuenta. Todo a la vez es imposible, de momento. Entonces, a gozar de mi madre, de mi tía, de mi otra tía y de toda mi, tan extranjera como propia, estimada parentela, más allá de marido e hijos.
En resumen, disfruté de haber ido y volveré el año próximo si se da. Ya que estoy aquí debo aprovechar lo que tengo aquí, pues seguro que de estar allá, lamentaría a veces no estar más cerca. Me doy cuenta. Todo a la vez es imposible, de momento. Entonces, a gozar de mi madre, de mi tía, de mi otra tía y de toda mi, tan extranjera como propia, estimada parentela, más allá de marido e hijos.