sábado, 30 de abril de 2016

Almodovaresco II



La crucifixión blanca - Marc Chagall
Otra ocupación de mi madre para esta fecha tan señalada en su calendario es tener resuelto el tema de los refrescos, pasteles, café, champán, bollos y chocolatinas; para niños, profesores. jubiladas y demás gentes de los pueblos vecinos, más los antiguos habitantes que vienen a recordar. Nos sorprendió la afluencia, pues al normal número disminuido, este año había que sumar la ausencia en bloque de los escolares de los primeros cursos; con los profesores, que ante el creciente número de padres exigentes de responsabilidades al menor rasguño en sus escolarizados, y teniendo en cuenta a otras fes, decidieron evitarse los riesgos de cualquier tipo anulando a perpetuidad esa tradicional excursión al campo.

El pronóstico era de unos escasísimos para la misa y yo pensaba en el cura colombiano que te impele a cantar y a participar en voz potente; entonces, de no colar nuestra actuación de labios y tarareo aproximativo, se iba a notar que de los cuatro a la mitad se nos había oxidado hasta chatarra la parte del ordinario correspondiente a los feligreses de pronunciar. Eso con respecto a la familia, a quién el cura se dirige para que continuemos en la devoción de nuestros antepasados, erigidores de ese santuario en honor a la patrona de nuestra patria catalana, exhortándonos en el mantenimiento de la llama viva en nuestros corazones y en esa capilla que tan decorosamente ornamentábamos para la ocasión, con sus capullitos de alelí, bujías de cera gorda, manteles y casulla impecables, y ese rico vino a consagrar, por cierto ¿de qué exquisita procedencia?.  ¡Porque los catalanes serán cristianos o no serán!, tronó este año y el anterior, con tal vozarrón que casi me tumba del asiento, !bien lo dijo el poeta!, como certificando por ese marchamo de verso lo incuestionable de la aseveración. Atribuyó la sentencia a Jacint Verdaguer, creo, sacerdote poeta católico catalanista, cuadraría, el mismo que escribió la letra del Virolai, himno a la Virgen de Montserrat, que por supuesto cantamos y del que sí puedo dar fe, me acuerdo de las estrofas principales y me sale la entonación procedente de auténtico pulmón; lo más auténtico, cinematográfico, extrapolado de una escena del neorrealismo, cantar mientras se sube y baja, en peregrinación por las escaleras, el que quiere y se atreve, a besar la bola en mano de la virgen, que a la vez sostiene al niño en su regazo. El Virolai, estrenado en 1880, tomó consistencia entrados en el siglo XX como símbolo de espiritualidad a la vez que de catalanismo. De tal modo, en tiempos de la dictadura del General Franco (1939-1975), cuando el himno de Catalunya, Els Segadors, estaba prohibido, ese cántico con carga camuflada fue usado en su reemplazo a la hora de ensalzar el sentimiento catalán militante. Pero vaya, no se porqué me enrollo tanto. Menos lo hará el oficiante. Me da que ese cura es como los de antaño; ya lo adiviné el año pasado; intenso y teatral en la representación eucarística -se agradece-, fundamentalmente un bon vivant.


Me gustó encontrar a la tarde una mujer de una familia que vivía allí cuando mi infancia y con cuyos hijos jugaba. Con el niño, algo mayor que yo, crecía la sensualidad alrededor mientras como médico me empastaba con una espátula la flexura del codo en el consultorio del gallinero. Ahora la mujer vive en el pueblo de al lado, viaja a donde la lleven, así al extranjero, pero desde que se fueron hace treinta y cinco años no había regresado a su antigua casa. Curioso. Ayer la acompañó su hija menor, la rezagada, la que les cayó como una bomba en un principio, al enterarse del embarazo, cuando los otros estaban ya criados. En un punto del reencuentro la madre, con la palma de la mano al pecho, abarcándose las clavículas, y luego de retener por espacio de un gesto el labio inferior entre los dientes, ladeada la cabeza, me miró y dijo: !Ay hijita, quién lo ha visto y quién lo ve, como ha cambiado esto!. Recordaba la mujer la túnica de su hijo que le prestara a mi hermano, el que murió, en su primera comunión y como su hija mayor soñaba con un vestido igual al mío, tan bonito como era, para el día de la suya. También me hizo saber, lo que no tenía en conocimiento, y es que ella estuvo muy bien avenida con su Josep, el marido ya fallecido, pero a matar con los suegros que vivían con ellos y le hacían la guerra continua. Así recordaba a mi padre -en tanto se le asomaba al rostro una íntima sonrisa de complacencia- como si fuera ayer mismo, cuando se le acercó y en charla distendida le pronosticó que no aterrizaría la paz en su hogar hasta el día que los padres de él faltaran; tal cual sucedió; mira si acertó; viviendo luego en felicidad el matrimonio, hasta que el marido también se fue, hacia el barrio del nunca más en este mundo; qué se le va a hacer, decía ella, así es la vida.

Sol poniente con niño sobre la rama - S. Morell
Volviendo a mis progenitores. Tampoco supo darle mi padre valor a las inyecciones de efectivo que logró para sus empresas de la alfalfa y las maquinarias, mediante la venta de algún terreno de mi madre en su pueblo de la costa. Consideraba él que ella vivía sin pies en lo que significa ganar para el sustento, acostumbrada como estaba a tenerlo todo dado, sin idea de lo que cuesta o hay que batallar para obtener lo que nos provee de ese confort, esa tranquilidad, esa ausencia de mal arrastrarse por la vida, que es al fin y al cabo lo que cualquier cabal entendedor busca en esta existencia, eso que ella en su idealización pensaba que llegaba al alcance de cualquiera a través del ejercicio de unos puros -loables desde luego, y debidos de practicar, por supuesto- sentimientos, tales como el amor, la concordia familiar, la paz universal y demás conceptos de la abstracción en los que te puedes poner a pensar, dándolos por lo más esencial, cuando tienes lo otro resuelto. Así la dejó, inclusive sin la propia casa donde habita, en el testamento, no fuese que se lo ocurriese hacer una mala gestión con ella, como cedérsela en el suyo a quien no conviniese; por ejemplo a las hijas. Porque pudiera ser que el beneficiario estuviese en apuros y en lugar de agrandar el patrimonio común de los que comparten el apellido, se la vendiese, a fin de usar para pan lo que obtuviere de la transacción, lo cual sería como arrancarle un bocado a la gran hogaza, que en lugar de lo esperado, de verse aumentada por subsecuentes dosis de pujante levadura, quedaría disminuida y pobremente desfigurada su presencia por ese mal trozo, cual por ratón roída. Así que, a través de la esposa y por vía de algún menesteroso desaprovechado de su condición de partida, correría él el riesgo, de ver deslucido en su apellido su dorado sueño de inmortalidad terrena. Por otro lado, ¡vaya falta de perspectiva el pensar en ellas!, siendo como en todas se pierde cualquier apellido y renombre que se le haya trabajosamente logrado adherir, por generaciones tal vez, a esa masculina línea de unidad familiar.

Pero el fue el primero en vender, gran parte de las tierras cultivables de esa finca que le tocó por vía de matrimonio, a consecuencia de haberse metido en la aventura de adquirir otra propiedad mucho más extensa, de mayor empaque e importancia en la región, con otra virgen y otra capilla, esta ya toda una señorona iglesia. Mi padre fue el primero en sacrificar ese lugar que para mi madre significaba algo, en pos de lo que vino luego, que en su desarrollo significó para ella un gran disgusto -al margen de propiedades materiales- y que hubiera significado la trituración de sus anhelos e ilusiones más esenciales, si no fuera que su alegre y vital carácter se lo impide. En lo anecdótico y divertido fue una guerra de vírgenes, un reproche mutuo, sordo, continuado que se tuvieron; dolido cada cual de que su cónyuge pusiera interés e ilusión en una celebración y no la esperada en la otra.

Mi madre siempre habla con cariño de mi padre -desde luego que tenía el hombre su parte de gracia-. Yo también lo retengo en el recuerdo más bien de esa manera; aunque a veces me acuerde y lo mente, sin palabras afuera, con un poco menos de benevolencia: "cabrón, es que fuiste un cabrón, no hay otra manera de llamarte". A ella le irá igual, a oleadas, imagino.  Sobre la piedra me decía que le queda un cierto resquemor hacia él, que espera pulir hasta llegar al perdón total, si es que le alcanza el tiempo. A mi lo que me divierte es que una letra, de las de su nombre adheridas sobre su lápida, quedara milímetro mal emplazada, por más que regresó el marmolista a tratar de paliar una chapuza inexplicable para un comercio que se eligió a conciencia. ¡Se le escapó la letra!, a él, que tantísimo gustaba de guiar el enderezamiento de los árboles que plantaba -allá donde correspondiera- para que crecieran perfectos, como soldados de un ejército en formación; sin permitir que rama que creciera extraña, fuera de lugar.

En resumen, disfruté de haber ido y volveré el año próximo si se da. Ya que estoy aquí debo aprovechar lo que tengo aquí, pues seguro que de estar allá, lamentaría a veces no estar más cerca. Me doy cuenta. Todo a la vez es imposible, de momento. Entonces, a gozar de mi madre, de mi tía, de mi otra tía y de toda mi, tan extranjera como propia, estimada parentela, más allá de marido e hijos.

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