domingo, 10 de abril de 2016

"Nos hacemos invisibles"


A mi cuñada Maite desde que le prescribieron una sustancia le ha cambiado la existencia. Acertó el psicólogo, psiquiatra o médico de cabecera. Faltaría ese elemento químico en su organismo para tomarse la vida de un modo menos estresado. Así que ella manda ahora al SúperAbuela -gran grupo de chat familiar- un texto anónimo que le ha encajado como tapa a bolígrafo y del que extraigo lo que a su vez me motiva para escribir esta entrada:
"Dicen que a nuestra edad las mujeres nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes. Yo no sé si me habré vuelto invisible...pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora; nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento. Descubrí que no soy una princesa de cuento de hadas... Siento que debo saludar a la joven que fui, con cariño, pero dejarla a un lado; porque me estorba. Su mundo de ilusiones y fantasía ya no me interesa. Me interesa ser yo, aquí y ahora. Qué bien no sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras los sueños...".
Collage de recortes de fotos en Instagram - Susanna Morell
El largo resto va de vivir con intensidad ese presente de mujer pasada de sus años más lozanos;  igual lo que esté por venir llegará, así que mejor nos coja disfrutadas; oler la florcita, extasiarse por el rayo de sol, dejarse mecer los pelos al viento y sentir la bondad de ese aire que nos hace un brushing natural, disfrutar de los recuerdos, de los hijos, de la mantita, de la tertulia en la radio. Compinche el mensaje con esas mamás, abuelitas que seremos, tan estupendas que somos, con todos nuestros defectos y cualidades, como nos querernos; ahora que lo hemos aprendido, si lo hubiéramos sabido antes, mecachis, ahora que apuntamos hacia el final. Me incluyo como si fuera conmigo el asunto, porque por edad me siento aludida y porque al resumir me pongo en la piel de las que comparten ese estado de ánimo.

El otro día me reuní con dos amigas y también, las noté y dicen sentirse más tranquilas y satisfechas que cuando nos juntábamos semanalmente dos décadas atrás; cada vez que nos reencontramos, más reposadas las percibo. Caramba, ¡qué felicidad la suya!; ojalá me alcanzara su bálsamo.

Referido al texto que reprodujo mi cuñada, me irrita el término invisibilidad. Válgale el mérito a la primera que acuño la locución hacerse invisible para el fenómeno de sentir una mujer que dónde antes juntaba miradas o interés, luego del tiempo recoge un vacío -espacio ese de duración que desmaya la tersura y apaga el brillo de lo recién salido de fábrica-. Válgale el mérito a la primera, pero cansa escucharlo tan repetido, nos hacemos invisibles, nos hacemos invisibles, como si la que lo escribe o dice se estuviera sacando el giro idiomático desde su original manera de formular. Pongo también en reserva la aseveración, que valdrá para algunas, pero no para tantas como se creen. El pasado como el futuro están siempre disponibles para sacar de ellos la historia que mejor nos cuadre. Ya les gustaría a muchas de las que claman o se sienten identificadas el haber sido acaparadoras de interés, o tenido ese gancho especial para pescar a bastantes, o a alguno tan siquiera, testigo de esa visibilidad tan complicada de alcanzar entre la masa de cualquier espacio. Porque a ver, cuando hay cantidad alrededor, quién es el portento que destaca, salvo para íntimos y conocidos, a cualquier edad. La memoria auto halagadora jugaría a favor para garantizarnos a los seres anónimos esa cuota de existencia destacada frente a otros que no fueran nuestros parientes, vecinos, amigos o compañeros de trabajo, descontando a estos cuatro puntales por seguir prestándonos su interés o no, con independencia de los años, atrayéndolos allá donde coincidamos, en positivo o negativo, excepto que nos hagamos una estética o suframos una mutación que nos vuelva irreconocibles, o nos borremos de su horizonte, o ellos del nuestro, por habernos enemistado, jubilado, irnos a vivir al páramo o ingresado en un geriátrico; sin uso de teléfono o red social. Seres anónimos, dije, en el sentido de no diferenciados de la generalidad, pues si se han logrado destacados méritos en un ámbito y a una edad te van a notar tus desconocidos de esa esfera de actividad en esa etapa y hasta en la siguiente, o puede que te olviden, y entonces podrían clamar las afectadas, con fe dada por otros de que realmente tuvieron su grado de importancia fuera de lo común. Todo depende del peso de lo conseguido y de dónde te pille el devenir, que ya se sabe que este, a nuestro imposible entender, se nos presenta arbitrario; así la fama y el protagonismo se desvanecerán o acrecentarán más expuestos a su capricho que al efecto de las décadas sobre los cuerpos. Luego hay que asumir lo razonable, hasta que nos fundamos con los robots, y es que si eres atleta, no te esperes que te vayan a llamar a los cien para jalearte en una competición olímpica.

Y siguiendo con el atasco. Si simplemente por tu gracia o aspecto, antes fueras mirada por algunos, sin llegar a tocarte, o llegar a tener algún tipo de efecto su atención hacia ti, salvo el de creer notarlo y sentir un cierto gusto por esos sentidos dirigidos hacia tu presencia, ¿qué más daría?; una podría estar, pasada la época, en el ánimo de que sigue sucediendo y sería lo mismo.

Ya veo que la autora del escrito no se las da de inventar la locución que me tiene trabada, solo se hace eco de esta como lo que otras apuntan que pasa -como yo, que la pongo por título-, sin afectarle si es que se diera en su persona, porque tiene otros recursos, más espirituales, está pendiente de ella misma, de quién la rodea, de lo que le regala la vida; consciente de su auto importancia. Borrado el desasosiego. Eliminados los ardientes deseos de que un significante número de desconocidos pudieran llegar a prestarle alguna atención. Aunque me pregunto porqué escribe el texto entonces, y llega hasta mi cuñada.

Me pregunto si realmente ellas han abandonado el cuento de hadas, si han podido dejar a un lado a la niña, a la joven, a sus fantasías -con todo el cariño que quieran-; porque lo que es yo, el día que se me apartan desfallezco.

Así voy de calmada.

Hay otra cuestión. La económica. Me da que ellas tienen plenamente garantizado el presente y el porvenir -dentro de lo que cabe, claro, que todo es incierto-. 

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