sábado, 28 de mayo de 2016

De ratones, serpientes, Corinna y el Rey II

Felino - S. Morell
Tenemos ratones en casa desde tiempo inmemorial; con intermitencia, para ser más precisa. Nos enteramos de su nueva llegada cuando comienzan a trotar sobre nuestras cabezas en el baño, que por ser un falso techo de escayola fina, retumban sus idas y venidas cual escuadrón de jinetes a la carga sobre tambor. Aunque quisiera eliminarlos de inmediato, me demoro en la acción. ¡Oh!, rea procrastination!; aprovecho a poner la palabra en voga entre los anglosajones bien enterados y concienciados de sí mismos -dilación en castellano y el mismo concepto capturado por Mariano José de Larra en su "vuelva usted mañana" aplicado a la administración pública española-. la aplico en honor a su crujiente fonética, propia de un gag de Mr Bean; "pr", "cr", como de estar triturando con los molares cáscaras de crustáceo; no obstante Rowan Atkinson, el inglés comediante que dio vida al idiota, actuara mudo.

Difiero lo de echar el veneno hasta obtener el brío necesario para acometer la operación de, subir entre el váter y el bidé, desencajar la tapa del techo -una de las dos trampillas sin goznes-, sostenerla en equilibrio alzado y lanzar por la abertura oscilante las bolsitas de aparente gran chicle, mientras por los costados de esa madera que me hace de paraguas me llueven los detritus y las cagarrutas envueltas en un hedionda mezcla gaseosa. Si la acción resulta eficiente, tendremos ratón o rata liquidados. En el más benévolo de los desarrollos para nosotros, quedará sin saberse donde fueron a fenecer. En el segundo proceso menos complicado o desagradable, descubriré el tieso cadáver en el exterior, lo recogeré y ¡zas a la basura!, antes de que Tai se interese por él. Lo penoso es cuando al poco de hacerse el silencio comienza a filtrarse por las rendijas y hasta supura a través de las planchas de las vigas y los tabiques, diría, un terrible pestazo que hace estragos en nuestros conductos olfativos por lo que dure la descomposición del que hubiese decidido quedarse a morir cerca; pues yo desde luego no vuelvo a destapar la trampilla, elevando mi cabeza aún más adentro en esa podredumbre, hedor, oscuridad y probables moscas carroñeras zumbándome alrededor, para ver de avistar al extinto, o extinta, y a ser posible retirarlo.

Porque mi marido es amante de cualquier bicho. Por su gusto y de poder tendríamos metida en casa a la fauna entera, viva. Le encantaría tener un burrito, un caballo. Tuvo hasta en un apartamento de Buenos Aires a un pequeño yacaré metido en la bañera. Mantenemos a las arañas gordas y observamos como crecer sus telas. Las lagartijas son su amor, y el mío por contagio; las esperamos cada verano, cuando vienen a decorarnos con sus magníficas formas los plafones lumínicos del alero de la entrada. Pero no le hables a él de que me ayude con los ratones, ¡es lo único!, el único bicho no humano al que le tiene fobia, como yo se la tendría a una culebra, pues solo imaginarla reptando entre las sábanas me da grima; cuando a él le encantan, y si no fuera por mi aprensión, seguro que alguna de inocente y no constrictora tendríamos limpiándonos de su alimento.

Elefante amarillo - S. Morell
Lo peor resulta, con los ratas o ratones, cuando se avispan y se hacen resistentes por no probar cualquiera de las sustancias nocivas dispuestas para su engaño. Entonces los tenemos instalados por un largo tiempo sin saber qué hacer. Al llegar de Inglaterra habían campado sin cortapisas, convirtiendo en montañas de viruta de papel los fondos cargados de libros de varias cajas.

Parezco cruel con los roedores, pero si los veo y son monos, puede que hasta los conserve y los mime. Como esa cría de topillos que aparecieron en el fondo de un armario en la cocina y llevamos hasta el bosque para que siguieran con su vida silvestre.

Podría seguir, más para terminar, solo contar del día que estando en el baño con las toallas a punto de sacara a mis dos pequeños de la bañera, mis hijos exclamaron al unísono  "¡mami, mami, mira, un conejo!, señalando hacia el inodoro, y yo me di la vuelta y vi al relámpago de cuerpo, que sería de rata enorme, dar giro en redondo a velocidad de autódromo y meterse a desaparecer por dónde había aparecido; dejándonos la anécdota, y una ligera aprensión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario