Franz Kafka, el escritor |
Por algún instante confuso, luego de fallecer mi padre, habré atisbado la posibilidad de reclamar la legítima*, al enterarme de que eso existía y era de real justicia el exigirla. Ofuscación dado que de normal no me rondan por la cabeza ese tipo de elucubraciones, que detesto, pues me sacan de la soñadora a lo grande y por cuenta propia que pretendo ser; la que aprovecha, como material a revertir a su favor, lo punzante que esa, su privilegiada vida entre terciopelos, le haya podido regalar para azuzarla. Absolutamente menos agarraría por esa senda de lo equitativo, si debiera de tomar acción mediante abogados, pleitos y resto de parafernalia legal. Ni soñarlo con la familia.
Bastante tengo con lidiar para los arreglos con los letrados cuando llegan las cartas certificadas que amenazan con el embargo de cualquier cosa con la que pudieran cobrar. Por cuantías ridículas; eso es cierto.
Suficiente tuve la vez que me reclamaron, hará unos seis años, allá por el 2010, el pago de una deuda que tenía de lejos contraída mi padre con una compañía de gas y que no llegó a saldar. Una deuda que se remontaba a la época de estudiante de mi hermano Alex, fallecido a los veintinueve en 1994, cuando tomaría mi padre la titularidad del contrato para ese suministro energético en el piso de Barcelona que alquilara su hijo; quién se habrá ido del mismo sin rescindirlo y así habrán tirado de combustible a nombre de otros los que alquilaran luego. Total que al final, vino a parar a mi la acumulación de factura esa, por lo que durase el recambio de inquilinos calentándose a costa ajena. ¿Por qué habría de llegarme a mi?, cualquiera podría preguntarse.
Imagen de salvapantalla Foto de nuestros hijos de niños sacada por su padre |
También reciente, hará dos meses, luego de pagar por una reparación que no fue, me entró un coraje, que con gusto me hubiera metido a hacer la demanda, a no ser por esa reticencia a meterme entre esos asépticos papeles, oficinas públicas y procesos legales, con gran posibilidad de que puedan devenir en impetuosos devoradores monstruos kafkianos. Hay gente que ama meterse en líos, para acudir a su otra pasión, vérselas en los tribunales o en liza por sus derechos de consumidor; supongo que eso les dará ese chute de adrenalina que cada intrépido necesita y obtiene por el medio que le parece conveniente. La jefa de mi última inmobiliaria, sin ir más lejos -ayer la vi y nos saludamos con franca ternura- era una de ellas.
Yo necesitaba llevar el ordenador a arreglar y me acordé de un pequeño comercio al que entramos con mi marido tiempo atrás y nos dio buena impresión, por sus ademanes y explicaciones, el hombre que atendía. Entonces lo llevé ahí y resultó que era otro el que estaba y regentaba el negocio. Igual se lo dejé. Tras una espera de varios días lo recogí, me mostró en apariencia que funcionaba, pagué y al cabo de prenderlo en mi lugar de oficina volvió al exacto mismo problema que antes. Tres veces se lo tuve que dejar. Hasta que el bobo me habló de la pelusilla acumulada en las salidas de aire, que posiblemente recalentaban al aparato y generaban el problema. Para limpiarlo deberían desmontarlo, cobrando de nuevo por la hora de labor -era su política de empresa- con independencia del resultado. Así que, me aconsejó, mejor si me olvidaba de ese ordenador, taaan viejo, y me compraba otro de actual.
Yo necesitaba llevar el ordenador a arreglar y me acordé de un pequeño comercio al que entramos con mi marido tiempo atrás y nos dio buena impresión, por sus ademanes y explicaciones, el hombre que atendía. Entonces lo llevé ahí y resultó que era otro el que estaba y regentaba el negocio. Igual se lo dejé. Tras una espera de varios días lo recogí, me mostró en apariencia que funcionaba, pagué y al cabo de prenderlo en mi lugar de oficina volvió al exacto mismo problema que antes. Tres veces se lo tuve que dejar. Hasta que el bobo me habló de la pelusilla acumulada en las salidas de aire, que posiblemente recalentaban al aparato y generaban el problema. Para limpiarlo deberían desmontarlo, cobrando de nuevo por la hora de labor -era su política de empresa- con independencia del resultado. Así que, me aconsejó, mejor si me olvidaba de ese ordenador, taaan viejo, y me compraba otro de actual.
Ojalá hagan por mí y en beneficio de la comunidad los trámites de las reclamaciones las almas que sienten vocación para ello. Presumo que se da un reparto divino-natural de las funciones y agradezco a los que tienen ese ánimo cívico para actuar en nombre de sus intereses y a favor del de los demás, los que tenemos las preciosas energías metidas en otras actividades más afines a nuestros gustos, favorables también sus resultados para el conjunto; espero.
Para solaz de mi espíritu, luego busqué en red y fui a dar con el informático ideal; eficiente además de agradable; para mayor confort, había sido entrenador de rugby de Simón; me lo hizo saber luego de reconocer a mis hijos de chiquitos en la imagen salvapantalla que tengo en el PC. Pues Julián, así se llama, se quedó mi ordenador, lo miró, me dijo qué le sucedía y cuánto me costaría si quería arreglarlo. Para chequearlo lo desmontó; de paso le quitó la pelusa que obturaba, gratis. Me dijo que era un ordenador en perfecto estado, con sistema operativo prácticamente igual a los que están ahora a la venta; cambiándole el teclado y la tarjeta gráfica, dañada lo más probable por el recalentamiento, lo volvería a tener como recién estrenado y valía muchísimo la pena, pues uno por el estilo nuevo se iba al triple de lo que pagaría por dejar el que tenía como un chavalín despejado de cabeza y robusto de salud. Mientras consigo juntar la suma, me colocó la aplicación de gestión de correo Microsoft Outlook adaptada para Mac en el ordenador de Simón, con los mensajes, agenda y contactos para seguir trabajando; y asunto solucionado.
Foto de los hermanos sacada por mi hermano en el agosto antes del diciembre en que murió -1994- |
La causa de que llegara hasta mí la factura del gas fue porque mi padre, a pesar de haber donado en vida casi todo a quién le tocare -prácticamente el reparto entre los hijos varones- se pensó, repensó y cambió veinte veces el testamento, sin exagerar; y en su cálculo tan meditado, para prevenir de que no pudiera hacer mella en su final legado la llegada imprevista de cualquier obligación o deuda trasladada del finado a sus sucesores hereditarios, encontró la mejor solución, nombrando herederas a las dos que podrían justificar no haber recibido, por tanto ser eximidas del pago; con lo cual el estado dejaría de diezmarle esa porción; que aunque correspondiese a mi hermano, seguiría considerando suya mi padre a efectos prácticos desde ultratumba. Porque el "heredero" lo es a título "universal", es decir, de todo lo que quede, pasando a ser titular de los bienes, derechos y obligaciones de los que era titular el causante, que no se extinguen con la muerte y que no han sido específicamente legados a otra persona. Así que, por más que suene lo de "heredero universal" a "beneficiario gordo" dentro de la figura jurídica de la sucesión, lo único que nos llegó a nosotras, tras el reparto a los "legatarios", los auténticos que perciben sin responden por las deudas, fue un cachito que por tan insignificante e intrincado se le habrá olvidado a mi padre que tenía. A la postre a mí, la sorpresiva carta con la factura, que me hizo correr, ¡ahí sí tuve a la fuerza que hacerlo!, para buscarme un abogado de oficio y aplicarme en los trámites, a fin de demostrar que no podían exigirme pago alguno.
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