Piscimar 2 azul - S.M. |
Acaba de salir mi tía María de su ingreso hospitalario por doce días. La encontró su hijo mi primo, que vive en el piso arriba del suyo, caída de la cama, en semiinconsciencia, cuando fue de pasada a verla. Debido a infección de orina, acompañada por subida de glucosa, presión, peso y todo lo aumentable hasta el límite, luego de haberse cebado y quedado sin dar un paseo, salvo el recorrido hacia el restaurante, en sus vacaciones en la playa. Mi madre desea apoyarla, como siempre ha echo, ahora con mayúscula razón. En mayo perdió mi tía a su segunda hija, mi prima Julieta, luego de la primera siete años atrás, mi prima Elsa, ambas idas por propia voluntad. No le gusta a mi tía María el pensar, o que la gente piense, que es una desgracia caída sobre la familia. La de ella, que es persona tan popular y apreciada por cuantos la conocen. Mi tía María, cuando era de andar, se recorría los parajes urbanos y del extra radio, acompañada de otras caminantes, deteniéndose a charlar e interesarse buenamente por la vida de cualquiera; hasta conocerse cada vivienda y la historia de cada familia que albergara. Sus compañeras de paseo han desaparecido también, por muerte natural o ingresadas en geriátricos, a donde las visitan de tanto en tanto, pero ya no es lo mismo. Mi madre se ha quedado tocada como nunca la había visto por este segundo golpe tan imprevisible como el primero. Siquiera cuando la pérdida de su hijo la noté con el ánimo desganado tal cual ahora se lo siento. Por Alex estuvo íntegra, luego de un primer tremendo grito y un ligero desvanecimiento cuando todavía lo teníamos caliente en el hospital. Era increíble, estaba atenta a la preparación del menú y la buena acomodación de los asistentes al entierro. Sucedió el aneurisma en vísperas de la Navidad y ella preparó las fiestas con la misma presteza y sin mostrar apenas su estado de aflicción. Ahora dice que de retroceder no volvería a repetir ese autodominio cuando el dolor era tan lacerante. Dice que comenzó a sanar luego de nueve meses, hasta curarse por completo al cabo del tiempo necesario; llevándolo a diario presente, por supuesto. Antes de la playa me dijo que ya estaba salida del terrible shock que le supuso Julieta y recuperada pese a lo que quedaba de pena, pero yo veo y mis hermanas también, que sigue con la ilusión apagada, con el piloto automático puesto. ¡Es una desgracia!, ¡pues claro que lo es!... ¡es lógico que la gente lo piense!, le hacía ver mi madre a su hermana María, pese a ser mi madre adversa, bajo cualquier circunstancia, a recalcar el infortunio. En este drama no obstante, le habrá parecido conveniente o le habrá surgido del alma el reforzar la idea de lo trágico.
Por otro lado mi tía Elvira se mea sobre el cemento; se baja las bragas y ahí suelta el río amarillo que moja estas y lo que encuentre en su trayecto hacia el suelo, calado que ella soluciona, sin darle un mínimo de importancia, girando alrededor de sus caderas la falda, a fin de dejar la humedad al frente antes de volver a sentarse; eso cuando tiene en cuenta a los almohadones, o a las tapicerías que puede también dejar bien lucidas cuando regresa del váter normal. Esta es la nueva. Mi tía Elvira lleva depositado su chorro en más de una ocasión sobre el pavimento de una antigua cuadra que se ubica la más próxima al jardín donde se reúnen en la casa de mi madre, pues le da pereza irse hasta el fondo del patio, al baño que mi madre hizo acondicionar, el antiguo que usaban los mecánicos, para que, estando abajo, no tuvieran que subir en esas urgencias sus congregadas las escaleras. ¿Te das cuenta de que queda el charco?... ¿o en su evaporación el hedor?... podrías ir hasta la tierra o el césped... al menos allí filtraría... -le sugiere mi madre-. A lo que mi tía Elvira contesta con un rictus de labios y encogimiento de hombros: ella, considerada antaño la cumbre de la hermosura y el buen acicalamiento en la comarca. Todavía el año pasado una rumana se le acercó para decirle que era la más guapa del pueblo; hecho que recuerda mi tía a menudo, piropo que hace regresar a su rostro por esa durada la luz que ha perdido, emborronadas por la abulia y el desinterés, más que por el envejecimiento, sus regulares bellas facciones que la no gitana embaucadora habrá advertido. Físicamente le ha crecido a mi tía un flotador incrustado alrededor de los riñones, de tanto estar apoltronada frente al televisor, se supone; un ruedo descomunal que mi madre piensa podría reducir con masajes o algún otro método de gabinete estético, el cual mi tía no debe de apreciar en su desproporcionada medida al mirarse de frente en el espejo y tampoco gastaría lo que fuese por quedar más favorecida, en caso de advertírselo, porque tanto le daría y porque pudiendo gozar de un excelente pasar invitando como una prima donna a todo el que quisiera de amistades y parentela hasta el siglo veintidós, se retuerce por el temor de que no le alcance y se ha vuelto una gris tacaña. Yo conservo el aprecio entero por ella, pues me atendió fenomenal de niña y no se me ha opacado, debido a que no estoy a su lado, como a otros les sucederá, por su carácter y trato que se volvió como el que su madre tuvo de principio a fin, y no se sabe hasta que punto es producto de la vejez en sí, de un asomo de enfermedad neurodegenerativa, de un dejarse estar o de un aprovechamiento; seguramente todo junto, aunque cuando yo voy, o algo le interesa del cierto, se le despliegan las antenas, y entonces sí, se entera a la primera de mi llegada o de lo que fuere, y se apunta de cabo a rabo, haya sido o no haya sido invitada. Me da un poco de pena, pero a veces, los que la llaman, se interesan, la invitan, la estiman con hechos y le riegan la flor a cada dos por tres sin ninguna correspondencia, quieren mantener un poco de intimidad aparte. La verdad es que desde que tras enviudar regresó, podría estar contenta, pues todo su mundo de amigos y familiares que había dejado en semiconserva se le volcó y ella pensó que era lo natural, que le fueran detrás sin hacer un mínimo por devolverles el interés. La gente persiste y ella responde según cómo. ¡Qué cambio!, mi tia que era tan de preparar, tan de participar, tan de dar vida. Ahora le hace las tareas y la supervisa una mujer, con la que se entiende bien, pues es como las de antes en esa tierra y ambas conocen el código. La otra le brinda su sapiencia y saber de resolver en cualquier tema; así esa especie de ama sin batallón le hace de personal chopper, o le prepara puntualmente las pastillas que mi tía descuida de tomar, o los audífonos de última generación que le deja cargados de batería, llevados al audiprotesista o lo que haga falta de a punto y a la vista, para que mi tía obvie de colocárselos.
Mi tía María y mi tía Elvira también se entienden. Mi tía María se preocupa mucho por mi tía Elvira y la acompaña siempre al ambulatorio para control del Sintrom*. Por el camino se hacen sus tres paradas de rigor, desayunándose en los bares que les gustan todo lo que tienen prohibido; una habla sin parar y la otra la escucha, o atiende a la charla de su cuñada con quien encuentre, sin poner demasiada atención. Esperemos por el bien de las dos -y de mi madre- que puedan seguir haciéndolo, aunque tengan que rebajar en algo la ingesta.
*Sintrom: Fármaco anticoagulante
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