Acabo de llegar de la semana con mi madre y descendientes de ella en la playa. Así que lo he pasado donde toda la vida, con mi familia de siempre, que no es exactamente la misma, pues unos ya se han ido y otros se fueron incorporando o están recién estrenados a formar parte. Esta reunión que para los demás es de placer en sus días de descanso, para mi es una esencial obligación que cumplo con ganas y a la vez desearía tener razones para no acudir; unos comprensibles motivos de trabajo gratificante que me llevaran a estar en otros destinos, debiendo fallar a lo que quisiera de veras concurrir. Igual podría ir rápido, ¡pim, pam, fuera!, como hacen mis hijos ahora, que pisan dos días en lo álgido, participan de lo grueso y desaparecen; o como mi sobrina la ingeniera, que recala lo mismo que ellos, llegada de Edimburgo de paso hacia Singapur; mas en mis circunstancias, veo correcta la medida de una semana por lo menos.
Si me escucharan no darían crédito; ¡si se la ve tan pletórica, participativa e integrada!. ¿Será entonces una impostora?.
Nada de fingir. Seguro que los amo y me siento feliz en su compañía tanto como ellos con la mía, únicamente que los disfrutaría más si pudiese estar de vacación tal cual los observo a ellos, relajados por la rutina de las estaciones, el deber cumplido y la vida en el encauzado carril de ser resuelta.
Otra vez a cuesta con el condicional, diría mi marido.
Qué le vamos a hacer, le contestaría, es ese trasfondo de tu mujer, que según cómo obra aguijoneándome.
Hay que vivir el presente y lo hago, disfruto de cada instante, como el pájaro budista que picotea en la ración de Tai, ese chiquitín tan gracioso y atrevido, que como las demás aves de nuestro cielo no tiene de qué preocuparse, pues se alimentan copiosamente a expensas de la poca apetencia o calma aristocrática de Tai, con sus modales de no abalanzarse sobre la pitanza. Ese pajarillo no se encontrará a fin de este mes con la eminente crudeza de ver qué hacer. Entonces, de mis cubos y cubos de esperanzas -de las que tiro como todos, de esa cuerda infinita, para la que solo queda de veras vacío el fondo en el desesperado que auténticamente se siente-, mi inmediata mundana es que de repente se me desate un alud de encomiendas videofotográficas -sin llegar a quedar asfixiada-enterrada bajo los copos- y mi inmediata ultra sideral, más probable, es que en los días sucesivos me ocurra el milagro.
Si me escucharan no darían crédito; ¡si se la ve tan pletórica, participativa e integrada!. ¿Será entonces una impostora?.
Nada de fingir. Seguro que los amo y me siento feliz en su compañía tanto como ellos con la mía, únicamente que los disfrutaría más si pudiese estar de vacación tal cual los observo a ellos, relajados por la rutina de las estaciones, el deber cumplido y la vida en el encauzado carril de ser resuelta.
Otra vez a cuesta con el condicional, diría mi marido.
Qué le vamos a hacer, le contestaría, es ese trasfondo de tu mujer, que según cómo obra aguijoneándome.
Hay que vivir el presente y lo hago, disfruto de cada instante, como el pájaro budista que picotea en la ración de Tai, ese chiquitín tan gracioso y atrevido, que como las demás aves de nuestro cielo no tiene de qué preocuparse, pues se alimentan copiosamente a expensas de la poca apetencia o calma aristocrática de Tai, con sus modales de no abalanzarse sobre la pitanza. Ese pajarillo no se encontrará a fin de este mes con la eminente crudeza de ver qué hacer. Entonces, de mis cubos y cubos de esperanzas -de las que tiro como todos, de esa cuerda infinita, para la que solo queda de veras vacío el fondo en el desesperado que auténticamente se siente-, mi inmediata mundana es que de repente se me desate un alud de encomiendas videofotográficas -sin llegar a quedar asfixiada-enterrada bajo los copos- y mi inmediata ultra sideral, más probable, es que en los días sucesivos me ocurra el milagro.
Fui en bus hasta el pueblo de la Costa Brava. Mi marido se quedó en casa, con el coche y con Tai, el cual parece lo dejó escribir. Ahora que he regresado atenderemos por unos días a unos invitados, amigos de la Argentina, y a la que se vayan, me daré de bruces contra los pinchos de las urgencias prosaicas, en los espacios de tiempo que me relaje de mi concentración puntual en lo que esté haciendo en cada instante preciso; no se vaya a creer que soy tan sufridora.
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