martes, 14 de abril de 2015

De pioneros arqueólogos I


George Smith  (1840-1876)
En un atardecer de 1872 estaba George Smith, principal ayudante del asiriólogo Sir Henry Rawlinson, en una dependencia del Museo Británico en Londres, cuando descifró la bomba de pasaje que sin saber cuál estaba a la espera de hallar entre los cientos de pedazos de tableta de arcilla inscritas en cuneiforme. Hablaba de una fabulosa inundación, de un barco encallado sobre la prominencia de un monte, de una paloma enviada al encuentro de paraje seco, George Smith había dado con la historia del diluvio universal narrada en tiempos muy anteriores a la Biblia. Causó sensación el descubrimiento, añadido, diez años después de salir Charles Darwin con El Origen de las Especies, a poner en entredicho la literalidad u originalidad de lo contado en el Antiguo Testamento.

Linotipia inventada en 1886    
 por el alemán Ottmar Mergonthaler,
de Württemberg (que no Gutenberg).
                         
George Smith (1840-1876) era un londinense nacido en Chelsea, por esa época un distrito bien alejado de lo chic y carísimo actual. De familia humilde, en su adolescencia entró de aprendiz de grabador en una imprenta, antes de la linotipia, donde pasó años confeccionando con el punzón matrices para notas bancarias. Hacia sus veinte, fascinado por las historias y antigüedades recién descubiertas que estaban llegando desde el cercano oriente, comenzó a aprovechar la pausa del almuerzo para visitar el Museo Británico, a unos quince minutos de trayecto caminando rápido, así que iría engullendo por el camino, para saborear adentro la visión de las tabletas y cilindros de arcilla con sus enigmáticas inscripciones labradas en el tiempo encontrado de su imaginación por algún incisivo utensilio semejante al suyo. Con tal permanencia lo vieron con su vista enfocada hacia las muescas cinceladas, que los del museo terminaron por ofrecerle un empleo fuera de su horario en la imprenta, para ordenar y clasificar las decenas de miles de pedazos de tabletas de arcilla acumuladas en los cuartos de depósito, a sueldo de limpiador. George Smith tenía una increíble habilidad memorística para los signos que iba leyendo, consiguiendo armar el puzzle de algunos pasajes entre esa enorme cantidad de partes. Así hizo reales descubrimientos sobre la vida diaria apuntada en la piedra, de habitantes de la Mesopotamia 700 u 800 años antes de Cristo; igual que identificó monarcas allí nombrados, coincidentes con lo narrado en La Biblia, Tras seis años, habiendo escrito incluso sus primeros artículos, Sir Henry Rawlinson convenció al museo de contratarlo como ayudante suyo.

Sin embargo la esperanza de George Smith estaba puesta más allá; inclinado sobre las tabletas de arcilla, aspiraba a viajar al primigenio lugar de estas, a continuar en persona la labor de sus dos soñados pioneros, que en tiempos de ser él un niño habían conseguido abrir brecha hacia una fortuna arqueológica bajo tierra y atraer esos ingentes tesoros en piedra hacia su presencial atención en Londres. Entonces, para correr a tierras de la Mesopotamia, precisaba de un fenómeno que le brindara la posibilidad de encontrar patrocinador. Todavía en 1872 escribía a un amigo: "Si no descubro algo grande, no podré ir".  Tenía mujer y seis hijos. Así le vendió, tras el revuelo, la idea de la expedición al Daily Telegraph*, en la perspectiva de hallar la pieza que faltaba para completar el mosaico expositivo del diluvio. George Smith viajó hacia Mosul, a las ruinas de Nínive en 1873; su familia quedó en Camden, barrio inimaginable entonces como el multicultural bohemio de la música y del ambiente alternativo que es ahora; que ni siquiera esas palabras y su concepto existían.

Sir Austen Henry Layard
(1817-1894)  
El primer inglés en llegar a Mosul con la firme intención de explorar bajo su suelo fue Henry Layard, en 1845. Antes había pasado por allí con un amigo, en 1842, cumpliendo según propias palabras, "con un irresistible deseo de penetrar en las regiones más allá del Éufrates, a las que la historia y la tradición situaban como lugar de nacimiento de la sabiduría de Occidente". Esos dos jóvenes hidalgos del Imperio Británico viajaban a caballo, despreocupados de los peligros, sin uso o abuso de los privilegios de su condición, compartiendo con los lugareños, agradecidos de su hospitalidad, con una pequeña maleta amarrada a la montura y solo protegidos por sus armas. Maravillosos días en el recuerdo de Sir Austen Henry Layard.

Sir Austen Henry Layard, viajero y arqueólogo, político y diplomático más adelante, nació en 1817 en Francia, de padre descendiente de hugonotes, viviendo sus años de crecimiento entre Italia, Inglaterra, Francia y Suiza. A la edad de veinticinco, queriendo en un recorrido por el Asia lejana llegar hasta Ceylan, se encontró estancado en Constantinopla, donde visitó a un conocido de su familia, Sir Stratford Canning, embajador británico en el Imperio Otomano, quien le adjudicó extraoficiales misiones por las zonas de su influencia bajo los turcos. Así pudo viajar por la Anatolia, Siria y Tranjordania, con el amigo, "visitando antiguos asentamientos de civilización y los puntos que la religión hizo sagrados", y  llegar a conocer las magnificentes ruinas de los templos de Petra y Baalbek, en la actual Jordania; empero su pensamiento lo llevaba pasos más hacia el este, "donde un profundo misterio se cierne sobre Asiria, Babilonia y Caldea; a esos nombres vinculadas grandes naciones y ciudades". De regreso a Constantinopla animó al embajador a sostener su misión de ir a explorar bajo ese suelo de la Mesopotamia. Tardó lo que suele la burocracia en conseguir las cartas de recomendación o los permisos para presentarse ante las autoridades locales. Cuando tuvo todo arreglado viajó hacia la provincia de Nínive, donde se enclava Mosul, con lo suficiente para contratar mano de obra autóctona y perseguir su sueño durante un limitado período. A las pocas horas de empezar a hundir pala una cortina de tierra se desprendió de la verticalidad cavada dejando al descubierto unas losas grabadas, que por su grandiosidad indicaban pertenecer a algún templo o palacio. En el año siguiente continuó la prospección del fabuloso yacimiento arqueológico tomando relevo en su aspecto financiero el Museo Británico.

Tierras de la Mesopotamia, cuna de la civilización humana, y de tantas luchas, actual Irak, en las planicies aluviales de los ríos Eúfrates y Tigris:
  • Asentamientos humanos desde el neolítico (6.700-6500aC). 
  • Comunidades agrícolas con conocimiento de alfarería que alcanzaban a decorar (5700-4500aC). 
  • Surgimiento de la primera ciudad-estado del planeta, Uruk (5000-2850aC); con su mayor auge hacia el 3200aC; dotada de edificios monumentales; hallados entre sus restos sellos cilíndricos de lapislázuli u otros minerales grabados para estampar motivos repetidos sobre arcilla húmeda, igual que tablillas con muescas a signo de unidades, que denotaban conocimiento de cálculo y contabilidad. 
  • Establecimiento de la primera civilización del planeta, la de los sumerios, con núcleos urbanos donde se concentraba la fuerza que movía a ese logro de sociedad organizada, que surgida de la de Uruk, o dondequiera o cuando fuera, pues no se sabe a ciencia cierta. allá por el 3.500aC tenía inventado el arado, la polea, la rueda, los rudimentos de la escritura, el ladrillo de adobe, el riego por canales y la embarcación a vela. Y lo más importante. Con los sumerios se da el salto de la prehistoria a la historia de la humanidad, al lograr fijar por escrito lo contado por oral, pequeño hecho para el escribidor, enorme salto para todos nosotros, allá por el 2.600aC. 
  • Luego los acadios, nómadas de raza semítica arribados desde la península arábiga, coexistieron con los sumerios en una especie de simbiótica relación, hasta que se impuso la batalla, librada por generaciones, ganando los acadios la primacía en la cuenca (2334-2193aC), terminada abruptamente sin que se sepan los motivos. Los sumerios, de lejos menguados, se desvanecieron también como civilización hacia el 1900aC., invadidos por nómadas amorreos con origen entre el Mediterráneo y el río Jordán, y elamitas procedentes de las tierras de Persia. Se conjetura alrededor del 2200aC, una gran sequía que durara siglos y contribuyera a asolar cualquier esplendor de sociedad organizada en la Mesopotamia, hasta el surgimiento del Imperio de los asirios (2000-612aC), establecidos al norte, seguido del de los babilonios al sur (1792-539aC).
  • Luego de la caída del Imperio Asirio y el Babilonio, se desarrolló el Imperio Caldeo que alcanzó hasta que Persia, con Ciro II el Grande, conquistó entera la Mesopotamia.

Casi por completo desconocido lo anterior antes de que empezaran los modernos europeos trotamundos del siglo XIX a fijarse en las curiosas piedras que emergían por aquí o por allá, en terreno de sus aventuras, con secretos que parecían contener, dando pista de lo que podría estar subyaciendo alrededor.

Excavaciones en Ninive 1852 
Nimrud y Nínive fueron dos principales ciudades del Neo-Asirio Imperio (934-612aC), el último y más importante período de la Civilización asiria, que se consolidó como potencia en esa zona hacia el 1813aC, expandiéndose y contrajéndose hasta volver a adquirir su postrero gran dominio. Poder que sucumbió de golpe, sumido en luchas internas, a la llegada de unos pujantes babilonios, sus vecinos del sur, aliados de una vez por todas con medos, caldeos, persas, partos, escitas y cimerios. Muertos o trasladados esclavizados sus habitantes, sus palacios, bibliotecas y cualquier vestigio de la vida que llevaban destrozados, las ciudades arrasadas a merced del viento y la tierra que las sepultó, olvidadas, someramente apuntadas como vida del pasado en la Biblia y la tradición oral, hasta que comenzó a emerger su memoria, a través de sus fabulosas ruinas, por obra de los pioneros primitivos arqueólogos Henry LayardHormuzd Rassam, al servicio del Museo Británico, los héroes a quién quería emular George Smith, que se llevaron lo más que pudieron hacia el Londres del Imperio de entonces, y gracias que lo hicieron, pues lo que quedó allá, es lo que ha sido demolido en este marzo recién pasado por los secuaces servidores del Estado Islámico.

Junto a imágenes de impresionantes vívidos leones luchando por sobrevivir en estampas de caza del rey Ashurbanipal (reinado 685-627aC) se rescató del fondo de la tierra un bajorrelieve donde se lo ve a Ashurnasirpal II (reinado 883-859aC), disfrutando de un refrigerio en el jardín con la cabeza de un rebelde jefe elamita colgada de una rama como una manzana. Ayer igual que hoy, los humanos contenemos al monstruo destructor, que corre sin agotarse paralelo a la civilización, o enzarzado en ella, hasta que veamos quién ganará, esperando que lleguemos a ser antes otra cosa más evolucionada.

Grabado del pintor Francisco de Goya, 1 de 82, de la serie
"Los desastres de la guerra" realizados entre 1810-1815

El rey  Ashurnasirpal II, llegado de asentar las conquistas, de la mano de sus poderosos comerciantes y financiado por los tributos de los pueblos sometidos, mandó edificar su capital en Nimrud, treinta kilómetros al sur del Mosul actual, donde se erigiron ciudadela, templos y palacios a lomos y sudor de miles de arameos y otros reclutados de los pueblos bajo su yugo. Ashurnasirpal aplicó a los rebeldes en la ciudad de Tela un suavecillo escarmiento como advertencia a los demás díscolos territorios, reacios a sus órdenes y a los obligados impuestos: "Desollé a los jefes que se habían sublevado y expuse las pieles a la vista de su pueblo, a otros empalé. A sus hombres, jóvenes o viejos, tomé por prisioneros; a unos corté pies y manos; a otros orejas, nariz y labios; a algunos los ojos arranqué. Sumé orejas de los jóvenes en una pila; con las cabezas de los viejos una torre al cielo erigí, para mostrarla como trofeo; a niños y niñas hice arder en una pira y destruí la ciudad, que igualmente fue consumida por el fuego". En los siguientes dos siglos continuaron las conquistas más allá de las planicies de sus ríos, hasta que les llegó el abrupto fin.

Se levantaban hasta el mes pasado en el extrarradio de la ciudad de Mosul, a la vera del río Tigris y su afluente el río Hhosr, dos montículos, de nombre Kouyunjik y Nabi Yunus, bajo los que yació por dos mil quinientos años el testigo de lo que llegó a ser esa plaza, recordada por el profeta Jonás en el Génesis como edificada después del diluvio por el rey Nimrod, "ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido". En el mismo punto se alzó Nínive, por cincuenta años la ciudad más importante del mundo, propiciada su arquitectura y obra pública por el príncipe Sennacherib (reinado 705-681aC) mientras su padre-rey estaba en campaña; amenazada su progresión constructiva tras la violenta muerte del progenitor, que lo llevó al trono y a embarcarse en la batalla contra los pueblos que se resistían, principalmente los babilonios, para acabar el mismo asesinado por su hijo, descontento de que otro hermano fuese el elegido por el padre para sucederle, luego de que el primogénito y heredero en primer término pereciera de modo provocado en una revuelta de los enemigos. cuando el propio imperio estaba por lógica al borde de la aniquilación.

Le dio tiempo a Ashurbanipal antes del fin (reinado 669-626aC) a ampliar la biblioteca comenzada por el rey Sargón II (722-705aC), amasando una importante cantidad de tablillas, las encontradas a trozos por Henry Layard y Hormuzd Rassam, llevadas a carretadas hasta el Londres de George Smith. Ashurbanipal que fue educado en las artes y las ciencias, no para reinar, acabó siendo un rey guerrero, a parte de cultivado, valiéndose de la crueldad con sus enemigos, y de amenazas para hacerse a lo largo de sus dominios con las tablillas que explicaban sobre los grandes hechos y los cotidianos, sobre leyes, mitos, religión y lo poético narrado, sobre todo de Babilonia, inscripciones que si no podía traer a casa, enviaba escribientes a copiar.

Paul-Émile Botta (1802-1870) 
Fue el médico y naturalista francés de origen italiano Paul-Émile Botta quién antes llegó a Kouyunjik, con la presunción de que bajo el montículo dormía una ciudad perdida. Botta, otro trotamundos de alcurnia, nombrado por sus compatriotas cónsul en Mosul a fin de facilitarle la tarea, empezó la exploración en 1842; allí lo conoció Henry Layard en su primer viaje de pasada. Enterados los paisanos de la zona del afán del francés por las rarezas escondidas, le hablaron de cierto lugar donde al perforar para los cimientos de las casas la gente sacaba adoquines cubiertos de extrañas inscripciones que utilizaban en la fabricación de hornos. Allí se desplazó, quince kilómetros al nordeste, por encontrar antes en la actual Khrorsabad, lo que creyó la antigua Nínive, dejando expedito el montículo de Kouyunjik al inglés que habría de volver. Resultó la ciudad tratarse de Dur Sharrukin, fugaz capital de Asiria mandada construir por el rey Sargón II en el 713aC., lujosa y amurallada, con palacios y templos forrados en mármol, a la que luego de siete años y aun por acabar se fue a residir el monarca con toda la corte, falleciendo en combate al año de disfrutarla, cuando su hijo y sucesor Sennacherib decidió regresar a Nínive, dejando Dur Sharrukin a merced del desamparo oficial, cien años hasta quedar enterrada otros dos mil quinientos, que poco será lo que puedan contar sus Lamassus y otros habitantes en mármol cincelado, salvo de su rescate y odiseas a través de los ríos por llegar a París, algunos hundidos en ellos, o lo vivido de los turistas que los visitan en el Museo del Louvre. Parejas de Lamassus que se situaban a las puertas de los templos, figuras de ingente tamaño, cabeza de hombre, cuerpo de león, alas de águila, ahuyentadoras de las fuerzas adversas, que no evitaron sin embargo, el par que quedó en Irak, la voladura con dinamita este nueve de marzo del templo que en origen los contenía y a ellos mismos de ser desfigurados por los taladros de la Yihad al entrar en el museo de Mosul los del Estado Islámico. Razón posible de su nulo efecto protector, la de que fueran simples copias en yeso las expuestas; me acabo de enterar; a buen recaudo las originales, de momento, en el museo de Bagdad.

Sir Henry Creswicke
Rawlinson (1810-1895)
Sir Henry Creswicke Rawlinson, por algunos llamado "padre de la asiriología", diplomático y orientalista, el que hiciera ascender como ayudante suyo a George Smith en el Museo Británico,  en su juventud, como buen inglés inquieto con familia de abolengo, buscó de irse al mundo de las colonias bajo alguna oficial misión que acometer, en su caso en el ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En 1835, a sus veinticinco años, aprendida la lengua persa en sus viajes como cadete, fue destinado como oficial para entrenar al ejército del Sha. Allí, en el oeste de Persia, en el actual Irán, le despertaron agudo interés unos caracteres grabados en la pared de un acantilado cercano, textos en cuneiformes aún por descifrar,  tres versiones del mismo escrito que narraría las hazañas de Dario I el Grande (reinado 522-486aC) en tres lenguas diferentes, relato ilustrado por un bajorrelieve a tamaño natural de la figura de ese rey con dos criados y nueve otros personajes atados de cuello y manos que podrían representar a los pueblos conquistados. Rawlinson acudió por dos años al lugar, hasta conseguir en 1838 desentrañar el contenido del texto cuneiforme escrito en antiguo persa, lo cual le dio la clave para poder interpretar los signos de las otras dos versiones, en idiomas elamita y babilonio de la Antigua Mesopotamia. La Inscripción de Behistún, así llamada, es a la escritura cuneiforme lo que la Piedra de Rosetta a los jeroglíficos egipcios: el documento clave para el desciframiento de una escritura en lengua antigua desaparecida, que muestra el mismo texto en otro idioma todavía factible de reconocer.


Montículos de Nimrud a kilómetros de Mosul vistos por el lápiz de A.H. Layard
Aproximación artística a lo que pudo ser el complejo de Nimrud, dibujado por James Ferguson con guía de A. H. Layard

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