Bacterias |
Desde hace algún tiempo cuando voy a visitar a mi madre suelo regresar en el coche con una pieza de carne especialmente sabrosa y tierna que ella compra en su carnicería de confianza, un comercio donde además de tener fama por criar y sacrificar ellos mismos las reses que venden, le reservan a ella, como buena entendedora y clienta, los cortes más aparentes y bien reposados. En casa solo comemos esa carne roja, a lo sumo alguna otra cantidad al año en forma de hamburguesa o milanesa preparada por mí, y nos reservamos para los asados argentinos, si es que vamos de invitados o en algún quinquenio organizamos nosotros. Entonces, cuando llego con el pedazo de ternera, lo meto rápido en el congelador, a la espera de la ocasión, en que lo macero y aso al horno.
Se suponía que para la verbena de San Juan íbamos a ser bastantes, así que trasladé el recipiente con el contenido a la nevera. Esa noche del día más largo del año, festividad cristiana tomada de la pagana anterior coincidente con el solsticio de verano, se celebra por estos lares con reuniones de amigos, fiesta popular al aire libre y masiva tirada de petardos; las fogatas que antaño eran el centro están en el presente descartadas, por seguridad y en prevención de incendios.
-Mami, me dije Lucas, podemos hacer una hoguera en el jardín...
-¿Una hoguera?, ¿con el bosque al lado?... ¿cómo se te ocurre?... sabes que está prohibido....
-Cómo que prohibido...
-Claro... la llegas a encender y a los cinco minutos tienes a la policía en la puerta...
-Antes las había... yo las recuerdo...
-Será que te estás haciendo ancianito hijo.... pues hace bastante que desaparecieron ... yo lo recuerdo de mi infancia.... ¿dónde viste tú una hoguera?... ¿estuvimos en alguna verbena... con fuego?
-Mmm...
-¡Ahhh¡, ¡yaaa!...pero seguro que ahora...
-...en la masía del autódromo... ¿verdad que era?.
-...salta una chispa y se arma un lío monumental...
-Mami...¿no te acordabas?...
-...porque las chispas pueden llegar muy lejos......sí... lo recuerdo.... sobre la pista de cemento.... allí sí que daba para hacerla... aunque lo que más recuerdo es el baile... había un discjockey buenísimo....
-Hacemos una barbacoa en mi terraza... o en el jardín de casa.... montamos la parrilla en medio de la tierra... un hoyo... conseguimos unos troncos...
-...Lucas...
-...los colocamos alrededor...
-...tengo una pieza de carne que es para hacer al horno... lleva en la nevera descongelando... si no se hace se va a estropear... es para horno...
-¡¿Significa eso que vamos a estar allí sentados, inmóviles, con mantel y toda la formalidad de la mesa de siempre... en una verbena?!...
-Hijo.... ¡en la mesa de la terraza!.... ¡no en un calabozo!....a tu padre no le va a hacer ni pizca de gracia la idea de las brasas, está en medio de una novela... lo sabes... no está para líos en estos precisos momentos... y luego en el jardín queda el pegote ... lo tengo sabido.... tendríais que dejarlo sin rastro... una indeleble mancha negra... ¡cuesta eliminar!.... y tener la manguera a punto....podría cortar la carne en filetes gordos... igual quedaría buena...
¡Lo que faltaba!, profirió mi marido, ¡petardos!, ¿cómo que piensan venir a tirar petardos en la explanada aquí al lado?, Tai se va a volver loco, y yo también, ¡me voy a ir!, ¡me voy a ir!, ¡esto es una invasión!, ¡no lo aguantooo!.
Edificio en llamas en nuestro jardín - Año 2001 |
Simón vino en su coche desde Madrid con su sobrino Leo, hijo del hijo mayor de mi marido, traído para pasar las vacaciones estivales, a la espera de la llegada de su padre; en principio para quedarse una semana con su tío Lucas. Por saberse sobre quién recaerá el cuidado luego, dos meses, algo que mi marido no está dispuesto en casa, y yo lo mismo, salvo por días sueltos, pues encima de atenderlo me trae discusión con él, mi cónyuge, quien cree que soy demasiado condescendiente, y por más que me gusten los niños, tampoco es precisamente mi ilusión ejercer de abuela en estos instantes, que bastante tengo con el perro casi humano que me cayó en suerte, mientras trato de empujar con los hoteles y llevar adelante este desvarío hasta el punto en que deje de serlo.
Quemador- Foto S.Morell |
Mi marido es un grande de la escritura, un monstruo en cierta medida, en el buen sentido, que tiene que aprovechar sus días para la pluma, y bastante hace al cumplir con las tareas domésticas que lleva autoadjudicadas. Aseguro que no es como el escritor Vladimir Navokof, quién según la leyenda era tan torpe con la manualidad -en eso sí quizá haya una cierta semejanza- y estaba tan bien atendido que hasta para abrir un paraguas era su mujer Véra que lo hacía por él. En cuanto a los hijos mi marido se ha ocupado desde siempre de estar con ellos, a la hora intempestiva que fuere; disfruta de verlos, hablar por teléfono y quedar para charlar con cada cual de los tres. Si lo agobian, desde luego que se enteran y los manda a desaparecer, sin trauma alguno que les cause. En cuanto a los adornos navideños, ambos llevamos años fallando al respecto.
Mis hijos se responsabilizan cual padres de Leo, ahora de diez años; lo han vivido en los fines de semana desde pequeño en Madrid, y lo han atendido por completo si su padre no estaba. Lucas le compró ahora, antes de su llegada, una nutrida cantidad de bengalas y petardos para tirarlos en la noche de marras. Con el aire libre querría seguramente nuestro hijo hacerle vivir al sobrino la gran velada que ellos esperaban y vivían con intensidad de pequeños.
Sucede que a falta de espacio, mi marido tiene instalado su lugar de trabajo en pleno salón comedor. Sucede que está en mitad de una escritura con la concentración que eso requiere y la tranquilidad que precisaría. Entonces empiezan a circular; un hijo, el otro, el otro; una novia, la otra, la otra; el perro, el nieto, la mujer; la colada, el aspirador, los platos, la comida; el habla bulliciosa de esta familia tropical que nos ha crecido, los asuntos que a los demás interesan, y se le hace difícil.
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