jueves, 15 de septiembre de 2016

Vida normal II

En relación al tercer fallecimiento expuesto en entrada anterior:


A mi padre le preocupaban las constantes poluciones nocturas de mi hermano Pasqual, notadas en las sábanas al hacer las camas, a edad perfectamente adecuada para que esto sucediera dando señal de buena imaginación y fortaleza. Así Pasqual fue también el primero que supe activo, al enrollarse con Rita, su primera novia de la que supimos, la que ahora murió. Los descubrió mi madre en la alcoba del fraile, una habitación en la masía con dos altas camas matrimoniales protegidas de la vista inmediata por estar situadas en sendas recámaras abiertas por arco al aposento general. Igual se estaban dando solo besitos, eso lo sabrían ellos; mi madre lo notó simplemente, que allí estaban, tomándolo como algo fresco y novedoso de suceder. Mi madre recuerda ahora a Rita como la chica simpática y campechana que se sentaba en su cocina mientras esperaba a mi hermano; ante el comentario de haberse apeado, ya antes de la enfermedad, de su anterior actitud algo envarada y orgullosa; esto último lo sostiene también mi tía María, que lo ha sentido muchísimo y con cariño evoca como se volvió de más llana y natural en los últimos tiempos. Su padre trataba con piensos y era de los acaudalados del pueblo. Su hermana mayor tuvo como regalo de dieciocho años el coche más pijo para señorita de la época y le encantaban las pieles tanto como codearse con otras que también las lucieran, nada de conejo, cuanto más preciadas mejor. Hay que tener en cuenta que para entonces no estaba tan arraigado el movimiento animalista en contra, o quizá perdiera el interés luego, por evolucionar ella o a razón del cambio climático, o las luciera de sintéticas, cuando perfectamente tintadas y diseñadas fueran homologadas por los creadores de moda para aceptación de todas las clases sociales. Tampoco se si dejó de debatirse por su percha de moza grandota cuando ardorosamente hubiera deseado ser una sílfide. De Rita -alta y esbelta en sus años más juveniles- recuerdo la vez que coincidí con ella y su marido de visita en casa de mi hermano y cuñada Mateu y Maite cuando se le aguzaron todas las entradas sensitivas al cuerpo para absorber con fruición los datos por los que me preguntaron de a donde habíamos ido con mi marido, nuestros hijos y nuestro sobrino -el hijo mayor de Maite y Mateu-, a la barbacoa en lo de un escritor con pareja empresaria potentada de la cerámica*, y llegó mi sobrino a su casa de vuelta, acostumbrado él a moverse por amplios espacios de bienestar, contando del mega chalet que lo había impresionado por ese su tamaño, belleza y agradabilidad.

Me caían bien las dos hermanas, por su pasión, por llenar el espacio con sus risas: las supongo de chisme sin malicia y entretenidas para las amigas que de verdad tuvieran; yo las valoro desde el trato afable, sin llegar a intimar con ellas o tener algo que ver en los asuntos que las incumbieran. Estaban desde la herencia peleadas ellas. Vino desde Barcelona la mayor para el entierro. Se colocó en la iglesia por la mitad, mezclada entre los asistentes, pegada al pasillo central donde se sitúa el féretro. Llorando y llorando. Los íntimos de Rita aceptaron que al terminar la ceremonia pasara la gente a ofrecerles las condolencias por los bancos primeros que ocupaban. En la actualidad muchos evitan ese trance indicando al cura que pronuncie al final del responso la frase que hace enterar: "Se da el duelo por despedido", para que nadie se aproxime. Pero ellos viven en otra población ahora y querrían facilitar la muestra de acercamiento, además de hacerlo al modo tradicional. A mi no me molestó en absoluto cuando murió mi padre ese pésame desfilando mientras el coro entonaba la especial salve en su honor y pensaba en lo henchido de satisfacción que se sentiría él, por ese pleno y esa gran demostración, si pudiera estar ahí para verlo; ¡lástima para los que lo consiguen!. La hermana no figuraba en el recordatorio donde se leían los nombres de los parientes más allegados. La había visto a ella, la que queda, dos días antes en esa misma nave, para el otro entierro por el cual también había venido desde Barcelona donde vive, y allí estuvimos hablando a la salida, con décadas que llevábamos sin cruzarnos. ¿Es que eres abuela? -me preguntó-, ...vi un recién nacido en brazos de tus hijos en el sitio de red social de alguien y pensé... . ¡No por favor! ¡qué estropicio ahora! -me salió del alma- sería el bebé de mi hermana Agnès.

Se casó Rita con un agricultor y ganadero de familia próspera y tenían en sociedad con el padre suyo y otros socios negocios relacionados con la cría y engorde del cerdo y todo parecía que les iba muy pujante. En una quinta fabulosa que tenían los asociados por el lugar de las granjas íbamos a celebrar, con todos nuestros hijos cuando críos, el día festivo en Catalunya para ir a comer la tarta* de Pascua al campo, invitada yo con mis retoños de rebote, por estar ahí en esas fechas, por ser la hermana y cuñada de Mateu y Maite, entre los matrimonios para juntarse en ese tipo de fechas. Era relajante, en cuanto a poder estar librada de correr tras los pasos siempre al borde de mis ocurrentes cachorros, entretenidos con los otros en ese espacio vallado con parque de gran extensión y edificio de líneas pulidas, sin filigranas, espada de escálibur u otros objetos peligrosos o que peligraran; con el padre-marido anfitrión que hacia el final del día les enseñaba a tirar al tiro al blanco, eso sí algo más peliagudo y de poca gracia que me hacía, con las escopetas, pero menos mal que me quedaba sin ver y parecía que todo iba en orden y controlado, en fila uno tras otro esperando su turno. Ese marido ahora viudo era cazador, de esos que se camuflan con los chalecos y toda la parafernalia como de guerra, diría, aunque no estoy tan enterada, tampoco de qué cazaba. Entre los humanos siempre lo vi como un tipo tranquilo, atento, agradable; con gusto y paciencia para los niños; su hija menor, la que ahora medirá uno ochenta de estatura, le apoyaba constantemente la cabeza en el hombro durante la misa por la madre. Pero se declaró un brote de peste porcina clásica en la primavera del dos mil uno que obligó a sacrificar a ochenta mil cerdos de la región y pareció averiguar el órgano público competente que el foco de expansión provenía de un expansionado número de criadores e intermediarios, entre los que su sociedad se encontraba en el meollo, que actuaban falseando los datos de lechones clandestinos importados de países de la Europa del este como nacidos en instalaciones locales y los llevaron a pleito por ocultación a los organismos sanitarios públicos de la existencia de la enfermedad entre sus gorrinos cuando saltó el virus. Por más que tras cinco años, trece mil folios de sumario y una semana de juicio quedara absuelto cualquier encausado por falta de pruebas, ya había había echo mella en la cotidianidad de ese núcleo familiar el asunto, mudándose de vivienda y de gremio para ir a instalarse con una gran superficie de ferretería y bricolaje a otra región. La vida continuó. Las hijas acabaron sus estudios universitarios y viven en ciudad. El hijo lleva las tierras y vive en el campo. Ahora quedan sin madre, sin esposa.


En relación al primer fallecimiento referido en entrada anterior:

El muerto que fuera político tampoco se trataba con el hermano que fuera profesor director y que fue a su entierro. Puede imaginarse a raíz de qué.

En relación al segundo fallecimiento referido en entrada anterior:

Yo tuve un  escarceo amoroso, por llamarlo de algún modo, con un hermano de la esposa en este matrimonio que ahora ha perdido a su nuera de hecho. Esa hermana mayor de mi fugaz relación fue la más bella beldad, fina como la porcelana, mezcla de  Grace Kelly y Audrey Hepburn sin exagerar, mas lloraba frente al espejo por sentirse tan pato feo, mientras su madre la consolaba y le insistía en que se mirara bien -eso me contó la mía-. Su hermano menor, el de la corta historia conmigo, romántica por parte de él, era de físico bien varonil y agraciado, con un potencial para ligar que se diluía en la nada total. Las chicas le olerían algo raro. El indagaba en el mundo de lo esotérico, por ello se me abrió como un torrente de agua desbocada al entrar en confidencia cierta vez que coincidimos en la discoteca y en un aparte le hablé sobre mi secta. Se creía un elegido y ni siquiera sabía iniciar un beso, tan tierno; yo me ofrecí sin amor para hacerle un favor. Tampoco le sirvió y continuó sin hembra hasta que se adentró tanto entre sus estudios de parapsicología y contacto con espíritus de otras galaxias que terminó perdido, encerrado entre sus materias de investigación, tieso muerto, en sentido literal. Había engordado con el paso de las décadas hasta llegar a obeso y perder el resuello al menor esfuerzo, me contaba mi tía María. Pues él tenía su laboratorio de ermitaño sobre las viviendas de mis tíos y mi primo con esposa y prole, en el piso donde viviera desde siempre, y lo mismo que yo temblaba de adolescente por si me cruzaba a su hermano en las escaleras -interesantísimo, guapísimo, cuatro años mayor que yo y futuro atracador por un período- pues  me dio cierto respeto luego durante años, por encontrarme al otro, que según mi tía tenía instalada en su rellano una polea con cuerda de quita y pon para izarse la compra, acumulaba tarros en la azotea con raras materias en inmersión y a la noche se escuchaban ruidos procedentes de su guarida, como de engranajes y maquinarias que no cesaban.

*Obvio que imposible de ser la actual que aparece semana tras semana paseando su amor por las revistas del corazón

*La mona es un pastel con huevo u otra figura de chocolate -ya conté- que regalan tradicionalmente los padrinos de bautizo a sus ahijados, o le compra u elabora cualquier otro adulto próximo al pobre crío que no goza de tales protectores que lo obsequien, por haber fallecido, por coincidir en ser descuidados o tacaños, o en época más presente, por no haber habido bautizo o nombrado esos padres no practicantes a personas equivalentes para tales fines.

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