The Golden Days - Balthus |
Disponer de un espejo me ha cambiado mucho el panorama. No es que lo necesitara demasiado para combinar el vestuario, esa tarea la tengo olvidada de momento y a mi básico uniforme negro de pantalón de aeróbic y camiseta es fácil de acertarle los complementos, sin embargo para marcarme unos movimientos de cadera o para saber por dónde enderezar la espalda en algunos ejercicios de gimnasia sí que se me hacía imprescindible. Además de que me gusta mirarme porque sí; llevo toda la vida haciéndolo; no iba a desacostumbrarme en Inglaterra del gesto de coquetería más universal que debe de existir.
Ahora que se ha ido Simón esto es el paraíso en cuanto a espacio habitable se refiere. Desde luego que mi hijo no quedaría afectado por este comentario, sabe bien que lo pasamos divinamente con él aquí y que fue decisión suya regresar; además de que cualquier chico de su edad lo envidiaría este verano; solo en casa y al lado de la playa.
Mi marido ha emigrado a la habitación que ocupaba Simón y yo he regresado a mis antiguos dominios en el escritorio de mi cuarto en lugar de andar de aquí para allá con el portátil. Como estos chicos con los que vivimos, Monika y Seweryn, son increíbles y tienen de todo (el espejo era suyo), nos han sacado asimismo del trastero una hermosa tabla que amplía considerablemente la superficie de trabajo de mi marido y da cabida a su gran pantalla, su torre, su impresora y todo lo demás.
Ahora mi marido no se verá obligado a irse a la cama cual gallina en cuanto anochece o yo podré dormirme sin bombillas encendidas y sin sonido de tecleo para levantarme al amanecer, también cual gallina aún, mas una gallina descansada.
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