En una mañana tranquila estaba adentro de la tienda de corsetería cuatro puertas más allá de la mia charlando con su propietaria, cuando entró la dueña de una de las panaderías del mercado en busca de ropa interior "extremada", como ella mismo dijo.
Así de pronto me sorprendió su petición, porque más bien la hubiera figurado para no salirse nunca de los básicos de ropa interior, discretos y confortables.
Así de pronto me sorprendió su petición, porque más bien la hubiera figurado para no salirse nunca de los básicos de ropa interior, discretos y confortables.
A ella se la podía ver siempre de aquí para allá, pendiente de su negocio y otro que tenía, con su bata blanca, de líneas rectas, controlando cada detalle y a las chicas que atendían.
Al marido no se lo veía tanto porque estaría haciendo el pan.
Nos contó que se iban a Cancún y quería irse bien pertrechada.
Ella era una catalana delgada y tirando a guapa, lo único que me parecía un poco seca de trato para imaginármela contoneándose y pasándole marabues por la cara al marido, que por cierto estaba de bastante buen ver.
Se llevó una buena cantidad de conjuntos caros.
Lo que más gracia me hizo fue su comentario:
"Mirad, al marido hay que darle lo que pide, porque si no lo encuentra en casa, tarde o temprano se va a ir a buscarlo afuera, y yo prefiero gastar el dinero ahora en esto, a que él luego tenga la necesidad de ir a gastárselo por ahí".
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