viernes, 21 de enero de 2011

Mitologías personales


Pintura de Miquel Barceló
El padre de mi marido era un hombre de mucho empeño que consiguió hacerse con una pequeña fortuna partiendo de la nada. De familia rusa emigrada a la Argentina de principios del siglo pasado, en su casa eran todos obreros;  él mismo comenzó a trabajar a los doce años como ayudante del hielero que pasaba entonces con su carro por las calles de Buenos Aires repartiendo barras de agua congelada para enfriar neveras domésticas.
Esos recuerdos no le privaban de contarle a mi marido, que él, de niño, solía ir con sus padres al cine o al teatro dos veces por  semana.
Mi padre nació en una de las familias prósperas del pueblo. Mi abuela era toda una señorona y lo mismo pretendía para su familia. Sus hijos crecieron bien arropados entre finas sábanas bordadas, y en la mesa de impolutos manteles nunca faltaron las ricas viandas. Mi abuela se jactaba de que jamás tuvo porqué formárseles a sus hijos callo alguno en sus blancas manos,  por contra mi padre se enorgullecía de levantarse de niño al alba para ayudar a limpiar las cuadras de los caballos antes de marchar hacia la escuela; y a juzgar por sus palabras la salsa era solo la excusa para mojar el pan que lo alimentaba.
Nada sale de la nada. Habrá habido algún espectáculo, seguro, lo mismo que alguna afanosa tarea realizada al amanecer.
Cada cual monta su mitología como quiere; no hay más que elegir unos cuantos elementos y a partir de ahí crear toda una composición.
A mi suegro le gustaba ver a su prole disfrutando de los placeres de la vida. La buena mesa, los buenos restaurants, los buenos hoteles. Creía que si los niños los prueban, sabrían luego de que van y se moverían en un futuro para tratar de conseguirlos.
Mi padre se llevaba a mis hijos al campo y los hacía cavar zanjas o apilar leña, y disfrutaba viéndolos sudar o quejándose de los bichos voladores que les mordían las piernas. La vida, para ganársela, está llena de trabajo, les decía. No veía mi padre como un niño remilgado y holgazán podía devenir en un futuro empresario.

jueves, 20 de enero de 2011

Mis hijos y la economía


Cambridge Science Park - L.C.

A veces me da pena pensar que mis hijos se las tengan que arreglar solos para sacar su economía adelante, pero otras veces pienso que quizá esa circunstancia sea el motor de sus futuros éxitos empresariales, quién sabe.
Ellos tienen muy presente que no les dimos todos los caprichos y que el dinero de bolsillo les fue siempre escaso antes de empezar a ganarlo por ellos mismos. Algo de queja llevan sus comentarios, aunque luego amenacer con aplicar la misma disciplina a sus retoños. Espero que para cuando los tengan ya se les hayan quitado sus ínfulas de educadores.  
En todo caso ese factor ha creado impronta en sus vidas y contribuirá al forjamiento de sus propias mitologías personales.
Según lo que le cuentan a mi madre podría creerse que se mantuvieron solitos desde el día en que empezaron a caminar, y todo por no haber podido darse el gusto de entrar por su cuenta a un supermercado a comprarse con frecuencia snacks y refrescos.
Si lo llego a saber les doy cien euros al mes a cada uno y los borro del Kumon, del jockey, de la natación, de la vela, o de cuanta actividad hicieron, empezando por las que requería de un coche materno a disposición; de paso también los hubiera podido dejar sin fiestas de cumpleaños, sin Reyes, sin viajes, sin excursiones y sin visitas periódicas a la familia.
¡La de horas que se pasaron en la cama desde el mes de octubre hasta el mes de enero contándose en la oscuridad lo que iban a pedirle a los Reyes Magos! y eso duró hasta cuando de inocentes no tenían nada. Más práctico hubiese resultado que se durmieran de una vez, pero buscándole las ventajas a una economía ajustada, esas noches son una.

miércoles, 19 de enero de 2011

Emigrante

Si atiendo a la siguiente definición del Diccionario de la Real Academia Española es evidente que soy una emigrante.
Emigrante: (Del ant. part. act. de emigrar).
1. adj. Que emigra. U. t. c. s.
2. adj. Dicho de una persona: Que se traslada de su propio país a otro, generalmente con el fin de trabajar en él de manera estable o temporal. U. t. c. s.
Emigrar: (Del lat. emigrāre).
1. intr. Dicho de una persona, de una familia o de un pueblo: Dejar o abandonar su propio país con ánimo de establecerse en otro extranjero.
2. intr. Ausentarse temporalmente del propio país para hacer en otro determinadas faenas.

No sé porqué le doy tantas vueltas al tema, ser o no ser, sentirme o no sentirme, que más dá.
No me gusta tener la cabeza ocupada en este tipo de divagaciones, pero el caso es que estas me invaden y no me dejan avanzar por donde a mi me gustaría. Es por eso que llevo días y días atascada sin conseguir escribir una línea que no termine borrando.

lunes, 3 de enero de 2011

Lyon II


Anita Ekberg

Al igual que los ejecutivos, los miembros más dinámicos de la secta estábamos siempre de reunión en reunión o buscando nuevos contactos. En Lyon no iba a ser de otra manera. Nos reuníamos entre nosotras, con la gente nueva o con los más avanzados; para planificar, para informar o para instruir. Contactos, contactos, y más contactos, tratando de que se acercaran hasta el local y que luego alguno de ellos se sumara a nuestras actividades, y que de esos, unos pocos quedaran finalmente integrados en nuestra organización.
Casi me entra dolor de cabeza al tratar de rememorar todo aquello. Esas, las cosas que parecían tan importantes, las que daban sentido a todo lo demás y  por las que estábamos allí, se van diluyendo en mi memoria y necesito esforzarme para traerlas al presente, sin embargo las otras, las más banales, las que solo parecían entonces relajo y diversión, me surgen ahora vivas y llenas de encanto.
Voy a ver si doy algunas pinceladas.
Muchachos
Por supuesto que me acuerdo de los ligues que cada una tuvo. Estábamos las tres en la etapa de coleccionar conquistas y de andar contando con los dedos de las manos con cuantos nos habíamos acostado.
Nunca se creó una maraña entre los asuntos del movimiento y nuestras cuestiones particulares porque teníamos el don de posar nuestros ojos sobre ejemplares masculinos que por una razón u otra nunca ponían sus pies en nuestro local, salvo para las fiestas. Hubo un colectivo que cobró mucha importancia para nosotras y en el que cada una encontró a su encantador particular, ese fue el de los chicos griegos estudiantes de ingeniería que sin duda estaban dotados de un gancho muy especial.
Participantes especiales
Además de asistir a las reuniones, fueron nuestros amigos; íbamos a sus casas, ellos venían a la nuestra y pasábamos mucho tiempo juntos. Su apoyo fue muy importante para nosotras desde el principio. Me acuerdo especialmente de Jean-Paul, espero que la vida lo haya tratado bien.
El apartamento
Era de una sola pieza, con cocina americana, grandes ventanales y moqueta hasta en el baño, en un edificio moderno y muy confortable. Teníamos en la misma finca dos pistas de tenis  a las que de vez en cuando bajábamos a pelotear.
La comida 
Catalina cocinaba una col al dente, en tiras finas, con zanahoria, cebolla y aliño agridulce, que quedaba riquísima acompañando al sabroso filete que nos permitíamos una vez a la semana.
Daniela incorporó la costumbre de comer tostadas de régimen untadas con margarina de girasol. Las comprábamos en grandes paquetes y las consumíamos de pie junto a la nevera, con deleite y algo de culpa.
A mediodía almorzábamos en el concurrido comedor de la universidad. Tratábamos de llegar de las primeras a la cola del autoservicio para no quedarnos sin mesa y en mi caso para no quedarme sin zanahoria rallada, porque estaba obsesionada con el bronceado y necesitaba a diario mi dosis de carótenos.
Cuando nuestro Charlie nos visitaba íbamos a algún bistró a saborear los dos platos más postres que solían servir de menú.
La cena la resolvíamos a menudo en la hamburguesería americana de la Rue République.

El café
Aquí sí se mezclaba el placer con el trabajo. No nos sentábamos a degustar un café au lait si antes no habíamos visto la posibilidad de echarle el discurso a los de la mesa de al lado, salvo en el Café de la Madame.
No me acuerdo en realidad del nombre de dicho establecimiento, pero lo he bautizado así en honor a la señora que lo regentaba. ¡Que señora!, dios mio, impresionante. No era joven, igual tendría mi edad de ahora. Rubia, muy rubia y con el pelo recogido en un moño a lo Grace Kelly. De mediana estatura, rellenita, con sus buenas curvas y siempre vestida de negro. Ya se ahora a quién se parecía, a la Anita Ekberg de La Dolce Vita, quizás un punto menos exuberante. Su café no quedaba lejos de la universidad y era el punto de encuentro de los estudiantes después de la comida. Ella se paseaba entre las mesas acercando los cafés en su bandeja y no había un alma que no girara la cabeza viéndola pasar. Por supuesto que no era solo una cuestión de físico, esa mujer irradiaba algo poderoso que le confería a su local un ambiente increíble.
Ejercicio físico
Daniela se trajo de España un pañuelo de flecos que en alguna ocasión se enrollaba a la cadera para contonearse frente al espejo practicando la danza del vientre que había aprendido en un gimnasio de Barcelona. Catalina se mofaba de mi, al no poder captarle a la primera los movimientos de jazz que trataba de enseñarme y me juré a mi misma que algún día sabría mover mi cuerpo a ritmo de swing.
Algún domingo íbamos andando hasta el Parc de la Tête d'Or; Daniela se ponía entonces su chandal rosa chicle, Catalina el suyo azul turquesa y yo el mio amarillo canario; ni los Ángeles se hubiesen atrevido con tanto color. 
Moda
Lo del bikini de Daniela fue una excepción, no teníamos la cabeza puesta en las compras, nuestro pequeño armario rebosaba de prendas y siempre contábamos con el recurso de intercambiarnos algún jersey.
Confidencias en la noche
Daniela guardaba como feliz recuerdo el día en que, a sus dieciséis años, fue elegida La Reina del Sorgo de su chileno pueblo natal, pero ella nos contaba que la que era guapa, guapa de verdad, era su madre y que en su pueblo se decía que habría que añadir un apéndice al noveno Mandamiento de la Ley de Dios: No desearás a la mujer de Peroni.
Catalina, que era una chica de la calle Muntaner  y que estaba metida en Barcelona en el ambiente de la Salsa y la Rumba Catalana, nos contaba de sus bolos con la orquesta a la que acompañaba en calidad de vocalista. A veces le asomaba la tristeza por un hermano suyo, que murió en un accidente de moto.

domingo, 2 de enero de 2011

Lyon I


Los Ángeles de Charlie
En 1983 Daniela, Catalina y yo fuimos enviadas por un año a Francia en misión especial para poner la primera pica de nuestro Movimiento en el área de Lyon. Contábamos, como Los Ángeles, con nuestro Charlie particular que nos comandaba desde el centro de operaciones en Barcelona.  Desde ahí habíamos iniciado  una campaña de expansión nacional que nos llevó a abrir delegaciones en Lleida, Zaragoza, Madrid y La Coruña, y cuyo éxito pretendíamos repetir a escala internacional.
Alquilamos nada más llegar un apartamento para vivir en el barrio de Villeurbanne y un local amplio para las reuniones en la Rue Garibaldi, no lejos del centro.
Catalina había sido alumna durante toda su infancia del Liceo Francés de Barcelona, así que era incuestionable su presencia allí. Daniela, que no conocía en los comienzos una palabra del idioma, llevaba en España sus propios negocios y era rápida y eficaz a la hora de resolver cuestiones prácticas. Y yo, que me las arreglaba bastante bien con el francés, tenía mucha energía y resolución en lo referente a difundir nuestra doctrina por doquier.
Nos llevábamos bien y formábamos un eficaz equipo.
Planificamos un encuentro semanal en el local e ideábamos acciones diarias de propaganda en la calle para tratar de llevar el máximo de gente a esa reunión; solíamos juntar a unas veinte personas entre los que venían por primera vez y los que repetían. Pronto tuvimos un incipiente núcleo de activistas del lioneses.
En cuanto el grupo fue creciendo ampliamos los horarios de reunión y dividimos los grupos por niveles. 
La cosa iba progresando y cada día eramos más. 
Ahora bien, si solo de números estuviésemos hablando, el éxito más arrasador nos llegó cuando montamos en el local la primera  fiesta con la exclusiva intención de recaudar fondos; temimos que el local se nos viniese abajo por el peso de tanta concurrencia.
Fiesta de la Moqueta, así la anunciamos en los volantes. Queríamos costearnos con las ganancias un suelo nuevo para el local. A juzgar por los resultados, ese resultó ser un gancho muy atrayente. Los repartimos entre nuestros conocidos de la facultad, a la que asistíamos a clases de mañana; en las aulas , en el comedor y entre nuestros amigos de la cafetería.
Nunca antes un ligero esfuerzo nos había sido tan recompensado. Un simpatizante de la causa, técnico de sonido, se encargó de la música, otros dos nos ayudaron con las luces y apañabamos la bebida con unos botes de sirope mezclados con agua. Todavía no entiendo la clave del éxito de esos guateques; hubo una segunda y una tercera fiesta, sin que nada decayera.
Yo diría que en ese año casi nos hicimos famosas en Lyon. Cualquiera que se paseara entonces por el centro tenía que toparse a la fuerza con nosotras. Si llovía o hacía mucho frío mudábamos nuestro cuartel al centre commercial la Part-Dieu, allí se nos podía encontrar casi todas las tardes de invierno. 
Andábamos en un Citroën 2cv del que teníamos que bajarnos a darle a la manivela cada vez que se  calaba; nos turnábamos para darle vueltas frente al capó mientras una tercera  accionaba la llave de contacto aguardando el milagro. Yo solo había visto algo así en antiguas comedias cinematográfica y los demás probablemente tampoco, a juzgar por la expectación que levantábamos. No creo que existiera otro modelo igual en toda Francia.
Hacia la mitad de nuestra estancia montamos un operativo de envergadura con el apoyo logístico de nuestros colegas catalanes. Junto a los lioneses que ya se habían integrado en nuestras actividades empapelamos la ciudad con carteles que anunciaban una conferencia pública y alquilamos para ello una sala de actos en un edificio público. Oradores: Daniela Peroni, Catalina Gomez y Susanna Morell. Creo que estábamos inspiradas por el dios de los locos, porque sino no me explico el atrevimiento. Nuestros amigos franceses nos ayudaron a pulir los discursos. No quedó mal y hasta llegamos a salir airosas del turno de ruegos y preguntas. Contábamos con la ventaja de que ni siquiera en español nos desviábamos nunca del guión preestablecido.
PD: Charlie era el detective privado de una exitosa serie de televisión norteamericana de los años setenta. Los Ángeles trabajaban para él y las comandaba a través de teléfono inalámbrico, un alarde de tecnología para ese momento. Las tres ex policias se lucían en escena, mientras que Charlie no apareció nunca en pantalla.

sábado, 1 de enero de 2011

Ropa interior

Me he encontrado de repente con tres días de vacaciones. Ayer, hoy y mañana. Lo que tiene mi trabajo es que no puedo prever nunca el tiempo libre ni los horarios con más de tres días de antelación. Eso de momento no me pesa demasiado, pero me hace evidente que no puedo estar más abajo en la escala laboral. Después de las fiestas tendré que ponerme en campaña para que mejore un tanto mi situación.
No obstante, ya que tenía tres días por delante, empecé por esmaltarme las uñas de granate por primera vez en mucho tiempo y por guardar mi máscara de obrera en el armario.
Ya se que para mi marido la imagen de una pertinaz trabajadora soviética no tiene porque no ser atractiva, es más, si la trabajadora se esfuerza puede llegar a ser incluso muy erótica, pero para celebrar el nuevo año prefería presentarme ante su mirada con una imagen un tanto más sofisticada.
Él me había comentado de las bonitas tiendas de ropa interior que había visto por el centro, y hacia allí nos fuimos. Entré sola al paraíso de La Senza; a simple vista me hubiese quedado con casi todos los conjuntos, luego en el probador unos van y otros no van tanto, por suerte. Igual salí cargada de bolsas y con la codicia de no haberme llevado más.
Acabo de ver en Youtube una felicitación navideña de La Senza en forma de  sensual video que recomiendo. Yo pensé que la marca era italiana, pero resultó ser una compañia canadiense con presencia en medio mundo, incluída España.
Me acuerdo que la primera tienda que vi de una cadena de corsetería fue en Copenhague hará casi treinta años atrás. Se me abrieron los ojos como platos al contemplar la cantidad de modelos de ropa interior que allí se ofrecía, su asequible precio y el espectáculo de diseño, tejido y color que colgaba de las perchas, o así me pareció a mí, viniendo de un lugar que si no era en unos grandes almacenes para comprarte un sujetador tenías que empujar la puerta de cristal de un pequeño comercio y enfrentarte a la dependienta que te preguntaba por lo que estabas buscando para irte sacando de a poco y de una en una las piezas de las cajas como si de un tesoro escondido se tratara. En una película bien ambientada esta podría llegar a ser una escena del todo sugerente, pero nunca encontré en ese entonces a la posible coprotagonista del film tras el mostrador.
No solo a mi me atraía la corsetería extranjera en ese entonces.
A pedido del Movimiento en el que participé pasé un año en Francia junto a otras dos chicas también militantes abriendo camino a las enseñanzas de Nilo; una de ellas se llamaba Daniela.
Me recuerdo ahora en Lyon, metida en un negocio del gremio, no demasiado grande por cierto, pero sí muy exclusivo, a donde había entrado con Daniela a fin de que ella se probara un bikini que había visto en el escaparate y del que se había quedado prendada. Lo malo fue que el bikini se amoldó a la perfección a su cuerpo y que era extremadamente caro. Estuvimos bastante rato en el vestuario mientras ella hacía sus cálculos matemáticos. Resolvió que sí, que iba a darse ese capricho y salimos las dos tan contentas del negocio con el bikini de leopardo en la bolsa.
En esa misma tienda ella se enamoró de otras muchas prendas, y se prometió, cual Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevo, que un día, no demasiado lejano, volvería a ese lugar para comprar con el fruto de su trabajo todos los corsés que se le antojaran. Cumplió, y cuando ya hacía un año que habíamos dejado la misión, regresó con su dinero, visitó a un amigo, muy amigo, que allí le había quedado y corrió a la corsetería  a surtirse de lujosa ropa interior.
Pobre lo que le pasó, todavía debe de sentirse frustrada al recordarlo. Estaba en el andén de la estación despidiéndose de su amigo y a punto de tomar el tren de regreso a Barcelona cuando se dio cuenta de que la maleta, que había dejado por un momento en el suelo, y que contenía su preciada adquisición, ya no estaba a su lado. Adiós encajes, adiós puntillas, adiós sueño cumplido. A saber si el ladrón supo apreciar el valor de tan vaporoso botín.