El padre de mi marido era un hombre de mucho empeño que consiguió hacerse con una pequeña fortuna partiendo de la nada. De familia rusa emigrada a la Argentina de principios del siglo pasado, en su casa eran todos obreros; él mismo comenzó a trabajar a los doce años como ayudante del hielero que pasaba entonces con su carro por las calles de Buenos Aires repartiendo barras de agua congelada para enfriar neveras domésticas.
Pintura de Miquel Barceló |
Esos recuerdos no le privaban de contarle a mi marido, que él, de niño, solía ir con sus padres al cine o al teatro dos veces por semana.
Mi padre nació en una de las familias prósperas del pueblo. Mi abuela era toda una señorona y lo mismo pretendía para su familia. Sus hijos crecieron bien arropados entre finas sábanas bordadas, y en la mesa de impolutos manteles nunca faltaron las ricas viandas. Mi abuela se jactaba de que jamás tuvo porqué formárseles a sus hijos callo alguno en sus blancas manos, por contra mi padre se enorgullecía de levantarse de niño al alba para ayudar a limpiar las cuadras de los caballos antes de marchar hacia la escuela; y a juzgar por sus palabras la salsa era solo la excusa para mojar el pan que lo alimentaba.
Nada sale de la nada. Habrá habido algún espectáculo, seguro, lo mismo que alguna afanosa tarea realizada al amanecer.
Cada cual monta su mitología como quiere; no hay más que elegir unos cuantos elementos y a partir de ahí crear toda una composición.
Nada sale de la nada. Habrá habido algún espectáculo, seguro, lo mismo que alguna afanosa tarea realizada al amanecer.
Cada cual monta su mitología como quiere; no hay más que elegir unos cuantos elementos y a partir de ahí crear toda una composición.
A mi suegro le gustaba ver a su prole disfrutando de los placeres de la vida. La buena mesa, los buenos restaurants, los buenos hoteles. Creía que si los niños los prueban, sabrían luego de que van y se moverían en un futuro para tratar de conseguirlos.
Mi padre se llevaba a mis hijos al campo y los hacía cavar zanjas o apilar leña, y disfrutaba viéndolos sudar o quejándose de los bichos voladores que les mordían las piernas. La vida, para ganársela, está llena de trabajo, les decía. No veía mi padre como un niño remilgado y holgazán podía devenir en un futuro empresario.
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