lunes, 5 de marzo de 2012

Ayudas oficiales

La canción del mechero 
Vivo entre dos realidades. 
Por un lado se me ocurre que sería bueno tener patentados los nombres Mono Tobías y Tobias Monkey en el Sistema de Madrid para el Registro Internacional de Marcas.
Por el otro, que a pesar de las resistencias debería tratar de averiguar cómo funciona lo de los benefits, que el otro día leí de una familia de once hijos que recibía una ayuda tan increíblemente descomunal que parecía una errata del diario y a una amiga caribeña, que por tener una hija adolescente, le concedieron nada más llegar a Londres, una buena casa con jardín para ellas solas y con unos operarios que se le aparecen cada año a repintarla de arriba a abajo.
Yo, cómo en la canción, demasiado orgullosa para pedir, demasiado tonta para robar, bajo el frio techo de la noche me voy a tener que guarecer si no espabilo.

Ya en tiempos pasados tuve que exponerle mi vida a una funcionaria que me miraba con cara de poca simpatía para conseguir de ella que me procurara el acceso al gabinete psiquiátrico del hospital al que me conminaban a llevar a Simón los enloquecidos de su instituto de enseñanza.
O a esa otra, la asistenta social a la que me remitieron en el ayuntamiento, que parecía mi confidente y a la que estuve yendo por largos meses a contarle lo que en el colegio acontecía, creída de que la mujer estaba en los trámites de cambiar a mis hijos de escuela y que al verse pillada en su andamiaje de mentiras colosales, forzó la máquina del desaguisado llevándome a la alcaldía de un pueblo vecino a empadronar a mis hijos en el domicilio de una amiga suya, tratando de obtener mediante esa gestión desesperada unas imposibles plazas de última hora con que tapar su desidia, inoperancia y en el fondo mala intención.

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