jueves, 8 de marzo de 2012

La bulldog

Bulldog
Ya con mis chicos crecidos y fuera del instituto una vez entro por motivos de inmobiliaria su profesora de matemáticas a la oficina dónde yo trabajaba y nos contó que coincidiendo con mi hijo Lucas cargando depósitos en la gasolinera, temió al verlo que a pie se le acercaba con toda su altura y poder muscular.
El motivo de su aproximación, lejos del esperado, era el de disculparse por las posibles molestias que en el pasado le hubiese podido causar. 
Gestos como ese, dijo la profesora, le aclaraban las dudas acerca del sentido que su carrera como docente hubiese podido tener.
Mira por dónde Lucas. Yo sabía de Simón, que en plena época dura se le acercaba por la calle a darle charla si la veía, o más adelante, cuando le iba a saludar al nieto que entonces ella paseaba.

Ahora, de paisano, en la inmobiliaria, me parecía una mujer normal, posiblemente una buena mujer, aunque no dejaba de tenerle cierta aprensión, efecto que me quedó refrendado por los dos comentarios que hizo antes de abandonar la oficina y que en esencia venían a decir esto:
  1. "Los críos no cambian; con verlos tu sabes el que va para cada cosa, el listo para carrera y el soñador para perderse en divagaciones".
  2. "El problema en tu casa es que no andabais a la una entre tu pareja y tu.
"Pareja", dijo la sabionda.
Lo que no debía de saber ella es quién le puso el horrible apodo que nos dijo sin nombrarlo y que tanta gracia, interior, me hizo a mi al enterarme, porque le cuadraba, sin ánimo de ofender, como anillo al dedo.

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