martes, 6 de marzo de 2012

Reputado psicólogo


Mi casa parecía el hogar de los expulsados. Llegué a cocinar bandejas de macarrones gratinados para cuanto chico de los que tenían prohibido asistir a clases careciera de unos fogones junto a los que alimentarse a mediodía.
En una de esas mantuve a Lucas por diez días encerrado en su habitación; sin tele, sin cónsola, hasta que terminar los cuatro deberes que le habían mandado en el instituto junto a la nota de que no se apareciera por ahí en dos semanas. Hecho el experimento, lo solté. No lo iba a mantener en el cuarto toda la vida.
¿Qué podíamos hacer los padres? ¿Porque nos trataban en la escuela con esa rabia contenida, a nosotros, que acudíamos a cada llamado cual pollitos dispuestos a ser martirizados en favor de nuestros hijos?.
Si.
Una vez llevamos a Lucas al más reputado de los psicólogos de la clínica más afamada de Barcelona y tras los pertinentes tests el hombre me dijo que posiblemente fuera caso perdido; se podía intentar, una intervención de última hora, pero no nos garantizaba el resultado.
"Haberlo apastillado a tiempo", casi le escuché decir.
¡Caso perdido!, de un niño de doce años, de un niño de doce años a todas luces vivaz e inteligente.
Desde luego que si para algo estaba perdido mi hijo era para llegar a ser un psicólogo como ese.

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