martes, 10 de julio de 2012

El aristócrata inglés

Felicia - Óleo de S. Morell
Mis amigas Alison y Felicia compartían trabajo como secretarias de un inglés, medio pariente de la reina Isabel ll, que se pasaba la vida por el mundo dando conferencias sobre organización al más alto nivel, mientras ellas, desde la casa de él, remediaban su caos doméstico y de despacho.
Este inglés aristocrático, que pude ver en una revista junto a su mujer Kitzia en la boda del  príncipe Andrés con Sarah Ferguson, tenía otro amigo inglés arquitecto que fue quién le proyectó la casa de sus sueños, adosada a un acantilado frente al mar, con el resultado fatal para mis amigas de que cuando las paredes no manaban agua hacia las habitaciones tras la tormenta, entonces era contra la luz y el calor que tenían que batallar, no cuerpo a cuerpo, sino  llamando al constructor o adhiriendo papel a las superficies acristaladas, que la marquesina sombreante, diseño estrella de la construcción, alcanzaba solo a cuartear la visión panorámica del paisaje.
Kitzia y yo simpatizábamos mutuamente. Creo que ella en parte me admiraba; puede que desde el día en que me vio en casa retirando los bártulos de pintura para poder poner la mesa.
Kitzia es polaca, emigrada a Francia. Fue él que la convenció a ella de venirse a España.
Él era alto y corpulento, en eso residía toda su gracia física, pero algún carisma debía de tener para mantener a la mujer pendiente y a mis amigas oscilando entre el disgusto y el encantamiento. Ahora está muerto. 
"Sucedió el año pasado. Se le declaró de pronto una grave enfermedad que cursó muy rápida. Tuvo un final horrible el pobre. Fue un shock para mí. Todavía me cuesta creerlo. Después de tantos años, habíamos llegado a un entendimiento, a una armonía...", así me dijo Felicia.
El matrimonio tenía un único hijo que se crió prácticamente con la madre en el chalet que habitaban antes construirse la nueva casa. A los ocho años de edad el niño fue enviado por el padre a estudiar a Eton,  el colegio de los príncipes, en Inglaterra, y la madre quedó triste y sola, escuchando la voz del hijo al teléfono  rogándole que fuera a recogerlo.
Luego la criatura se habrá habituado y ya en la adolescencia solía repartir sus vacaciones entre el hogar familiar y las casas de sus amigos extendidas por el mundo.
Todo normal, hasta que en el año sabático previo a la universidad que suelen tomarse los alumnos anglosajones, el padre lo mandó a Hong Kong a estudiar chino y ahí el muchacho se les perdió. Ni pista tenían de por dónde andaba.
Más tarde la madre me contó acerca de un crédito para la carrera que le habían hecho tomar y que los tenía muy preocupados, porque el muchacho no se estaba aplicando y a ver si no lo podría devolver.
Kitzia tenía algún problema con el dinero, ahí había una desproporción increíble, igual te decía que no le alcanzaba para comprarse unas medias, en sentido literal, como te la encontrabas tomando un taxi al aeropuerto camino de su piso en el centro de Londres, o en Lidl afanada en comparar el precio de los zumos con los de Día, ambos supermercados ultra económicos.
Una vez el chico le dijo a Felicia que soñaba con comprar en el futuro el chalet en el que vivió con su madre de pequeño, pero eso fue hace bastante; luego Felicia me decía que en vacaciones veía a los tres como  almas en pena vagando cada uno por su lado; pero quién sabe.
También le parecía a Felicia que Kitzia debía de estar ayudando a algún familiar en Polonia menos favorecido por la fortuna económica.
Kitzia era propensa a la melancolía, eso sí. A veces, cuando estaba de buen ánimo, organizaba alguna comida entre conocidas, y ahí estábamos, Alison, Felicia, yo y algunas otras. También en esos períodos sacaba fotos artísticas; tenía incluso montado en la casa un moderno cuarto de revelado que pronto se habrá visto obsoleto, y el resto del tiempo esperaba la llegada de él, solo o con invitados, para ejercer entonces de anfitriona.
A veces Kitzia exponía en alguna galería y entonces yo iba a visitarla, igual que ella venía a ver mis cuadros. Una vez estuvo con su  marido en la inauguración de una muestra de tres pintoras en la que participé, en la sala de un palacio del municipio; allí me lo presentó y ahí fue que el hombre le dirigió a Alison una bromita verbal de carácter lascivo que la ofendió bastante y que la decidió por fin a dejar de trabajar para él. 

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