miércoles, 18 de abril de 2012

Nadie es imprescindible


Chris adolece del poder suficiente para conseguirme un trabajo permanente en la cocina. Llevaba meses mirándome por encima de los anteojos de lectura diciéndome que esperara, que tenía un plan, pero este debe de habérsele fosilizado entre los papeles.
Ahora ni me mira, ni me abraza, ni nada de nada, ni siquiera me llama darling (querida/o), como hace con el resto. Supongo que he pasado a resultarle la imagen viva de su fracasada influencia, por eso es que enfoca su visión hacia lo alto cuando tiene que dirigirme la palabra. Como hoy, que he entrado a la cocina a preguntar si podía ayudar en algo y después de pensárselo me ha mandado a limpiar a fondo el aseo.
He dado media vuelta y  he desaparecido sin regresar.
El bueno de Chris haciéndome eso, ¡a mí!.
Así que aquí me encuentro. Varada al filo del mundo, laboral.

A veces, tras una tanda de intentos sin éxito necesito de unos días de cura y recuperación para volver a la carga. Eso se lo decía ayer a Betty Boo y coincidía por completo.
Encuentro que Betty, la húngara, mi amiga de los pasillos y más allá, capta rápido el sentido de las cosas que le cuento. Por eso es que está al tanto de esta historia y se emociona capítulo a capítulo.
No es mérito mio el conmoverla, es que Betty es así. La estampa de un cachorro en una postal puede llevarla al borde de las lágrimas, así como un peluche olvidado, un disfraz gracioso o un inflable con la estampa grabada de los Duques de Cambridge.
Ambas estamos consideradas por el hostel potentes artefactos sin problemas ni averías y nos tienen destinadas a las mismas ocupaciones.
Porque recuerdo a mi hermano q.e.p.d. citando a mi suegra q.e.p.d. que una vez dijo que "nadie es imprescindible", sino pensaría que este hostel lo va a notar de veras cuando nosotras nos hayamos ido. 

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