jueves, 17 de enero de 2013

Dinero


De haber llevado el billetero con algún billete me hubiera angustiado más al notar su desaparición, pero con calderilla y la tarjeta del banco a cero, me bastó con anular esta y esperar, en la única intranquilidad de no saber, hasta que apareció bajo el colchón del sofá-cama en el piso de nuestros hijos en Madrid. Por contra, de haber ido pertrechada con papel moneda, nos hubiéramos ahorrado un buen rato de tensión en el viaje de ida.
A elegir optaría por ser rica bajo todas las circunstancias y en todo momento, asumiendo las desventajas y consciente de que problemas seguiría teniendo en la misma cantidad que a cualquiera se le presentan, igual más complejos, y dependiendo de la suerte, que esa ya se sabe, se le presenta a cada cual como se le presenta, buena o mala, de sopetón y teniendo que atenerse a la fuerza a sus consecuencias. 
En el caso concreto del billetero tener mucho también me hubiera librado del problema, como en otros múltiples casos que se me ocurren, porque de habérmelo robado, me compro otro, y de habérseme volcado el contenido del bolso por la calle sin advertirlo, pues me voy de inmediato a un doctor pago a  preguntarle si la cosa tiene remedio y punto. 
En el fondo no hay tanta diferencia, lo cierto es que estamos todos pringados deambulando por este mundo camino de la disolución, al menos la corporal, y casi lo mejor que nos puede tocar es un buen ánimo, buena salud y una vista en perspectiva para tomarse la vida  a cuento.
Así que a sabiendas reitero, preferiría tener mucho dinero a no tenerlo, o a tener el justo y suficiente; sobre todo para poder repartirles a mis chicos.

Hace trece años mi marido fue invitado a una pequeña ciudad de la costa levantina por motivo de la concesión de un premio de novela no destinado a él pero muy bien dotado económicamente. Fuimos y resultó que en la cena donde se destapó al ganador este estaba sentado a nuestra misma  mesa. Un comentarista con el  micro se le acercó a los postres y le preguntó a que pensaba dedicar el dinero del premio, a lo que el escritor respondió que a ayudar a sus hijos.
Me quedé un poco desconcertada.
Vaya con el  hombre, pensé, ¡que desprendido!, ¿sería posible que el se quedara igual, igual?.
Pero claro, por aquel entonces nosotros todavía teníamos a nuestra cría por emancipar, asistiendo a la escuela pública y dándole al balón ovalado en canchas cedidas. 

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