Los hijos de la tía Mati tenían el paraíso del juguete en su casa, en la mía también había bastantes, pero los de ellos eran otros, por eso esperábamos sus fiestas de cumpleaños. Allí me veía con Carlota y existen fotos de ambas montadas sobre un caballo de cartón con complementos de cowboy sobre nuestros vestidos de fiesta, pistolas al cinto y flechas en el arco a punto de matar indios perdedores con sus propias armas.
Mientras tanto la tía Mati triunfaba con su moño a lo Grace Kelly y su aire de buena mamá ejerciendo de anfitriona, hasta que se cansó de plancharle las camisas al marido para que se fuera con otras y se plantearon la separación.
El problema venía de antiguo.
Resulta que el marido de la tía Mati estuvo enamorado de una chica del pueblo que a pesar de ser muy mona y de familia respetable a sus padres no les gustaba para su hijo, y con el fin de remediarlo se fueron a la alta montaña a llamar a las puertas de unos amigos con hija casadera y sí de su agrado.
La pareja fue presentada con éxito y pronto contrajeron matrimonio, hasta que tras doce años y cinco alumbramientos sucedió lo que sucedió.
Para tratar de frenar lo inevitable se fueron a vivir a la ciudad, y cuando la ruptura se hizo definitiva, ella regresó sola con los niños a la antigua vivienda familiar, sita en la misma casa de la madre de él, en al mismo pueblo de antes, hasta que no lo pudo soportar más.
Por el otro lado de la historia la tía Mati creció muy apegada a su padre, que le era cariñoso y con el que compartía el gusto por los prados, las vacas, la preocupación por el negocio y el cuidado de su masía montañesa. Pese a eso, cuando el padre murió dejó todo a su otro hijo y único hermano de ella, un varón que encima era sonso redomado y que siempre se había mostrado ajeno a la idea de conservar algo. Lo difícil de asimilar para la tía Mati, según Carlota, es que su padre pudiera ni siquiera pestañear ante el facto consumado por él de dejarla tan desprotegida. Así que se sintió abandonada por múltiples francos, siendo el más doloroso el emocional con respecto a su progenitor.
La tía Mati hizo las maletas y se fue definitivamente a Barcelona con los cinco hijos a fin de rebuscarse la vida como fuera con tal de tirar con ellos hacia adelante lejos de su vida anterior. Para ello tomó ejemplo de mi tía Elvira y tras un cursito se puso a dar masajes, a señoras, así que tan rápido no habrá incrementado sus ingresos, y posiblemente siempre le fueran justos por más que se deslomara en oficios diversos, pero la cuestión es que lo consiguió.
La tía Mati hizo las maletas y se fue definitivamente a Barcelona con los cinco hijos a fin de rebuscarse la vida como fuera con tal de tirar con ellos hacia adelante lejos de su vida anterior. Para ello tomó ejemplo de mi tía Elvira y tras un cursito se puso a dar masajes, a señoras, así que tan rápido no habrá incrementado sus ingresos, y posiblemente siempre le fueran justos por más que se deslomara en oficios diversos, pero la cuestión es que lo consiguió.
Por una de esas casualidades de la vida me crucé una vez con su ex marido. Estaba yo viviendo en Madrid cuando entré a una charcutería del barrio de Prosperidad y se me dio una pequeña charla con el tendero y otro cliente de último minuto que me preguntó con gesto animado de dónde era yo. Afinando, afinando se quedó alucinando al descubrir que la moza era la niña que el tiraba junto a otros renacuajos "patos al agua" en su piscina de pequeña.
A ella la vi el año pasado en la presentación de la película que hizo su sobrina, di vuelta a la cabeza y la reconocí enseguida sentada unas filas atrás mio al lado de su cuñada, la madre de Carlota. Salvo en el aspecto físico en nada se parecía a la vieja mujer que recordaba, su aire era otro, más juvenil, aunque ahora era cuando realmente tenía más años. Pensé que los inconvenientes la había beneficiado, aunque si se lo digo, igual me pega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario