Dios quiera que nunca me falte mi marido, porque entonces echaría terriblemente de menos los chorreones de agua mezclados con pasta dentífrica que llevan recorrida toda nuestra vida en común por el lavabo hasta el estante donde reposa su cepillo de dientes a pilas, y los sempiternos reaparecidos círculos gelatinosos marcados en azul o verde rodeando los bajos de su botella de enjuague bucal.
Ahora bien, estando juntos y sin asistencia doméstica, reniego por lo bajo cada vez que me veo pasando el paño por la cerámica.
Cada una tiene su táctica, y yo opto por guardarme las reivindicaciones en estos casos, porque me quedaría agotada, y se nos arruinaría la armonía. Bastante tiene mi marido con contemplar mi rostro a veces transformado mientras acometo la limpieza general. Además de que él ya tiene autoasignadas algunas otras tareas.
Sin ser una obsesa de la pulcritud, como tampoco del orden, pero llega un punto en que se hace imperioso ponerse, sobre todo cuando están por llegar hijos, familia o invitados; entonces me entra la urgencia y aprovecho el tirón; de otro modo me resulta una actividad sin sentido.
Porque nuestra casa es como una señorita bastante descangallada que bien arreglada lograra lucir hermosa, pero librada al vaivén de los elementos, una semana le bastara para lograr aire decrépito. Tanto papel al aire, tanta acumulación sin cajón. Mi marido no lo entiende y piensa que estoy majara cada vez que me entra la fiebre; por eso me encantó vivir en Inglaterra.
Allí, en la primera casa, Monika y Seweryn se encargaban de las zonas comunes, incluido el jardín, y todo lucía de continuo impóluto sin que yo tuviera que mover un dedo. Encima Monika me libraba del estigma, pues cada vez que mi marido escuchaba puertas afuera de nuestro cuarto el ruido de un motor recorriendo las demás piezas, exclamaba: "Ya está la loca dándole al aspirador"*. Entonces yo, cómodamente sentada frente a la pantalla, sonreía para mis adentros, y me sentía como la Reina de Saba liberada de las arenas del desierto.Porque nuestra casa es como una señorita bastante descangallada que bien arreglada lograra lucir hermosa, pero librada al vaivén de los elementos, una semana le bastara para lograr aire decrépito. Tanto papel al aire, tanta acumulación sin cajón. Mi marido no lo entiende y piensa que estoy majara cada vez que me entra la fiebre; por eso me encantó vivir en Inglaterra.
*Que sepa Monika, por si algún día lee esto, que los nacidos al sur del Rio de la Plata suelen expresarse muy libremente, pero que, pasado el momento peliagudo, mi marido la seguía considerando a ella un encanto de chica.
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