Óleo de Susanna Morell |
Nada más levantarme he salido a pasear al perro, así decidí que lo haría cada mañana, y van dos, porque si desayuno antes, y entonces seguro me entretengo por largo con las noticias de la BBC, cuando salimos ya tenemos el sol dando fuerte, y como después de tantos años tumbada a ponerme de color marrón, ahora estoy tratando de compensar, por eso que dicen de que "el sol guarda memoria sobre la piel", pues en adelante pretendo quedarme blanca todo el verano, como un vampiro del ordenador británíco a quien no le hubiera dado un rayo en la vida.
Simón, el hijo que vive con nosotros, se ha ido por dos meses al Caribe con su hermano Daniel, a sacar tomas para la publicidad de una larga serie de hoteles vacacionales sitos en Cuba y la República Dominicana. así que me he quedado a cargo casi completo de su perro; y digo casi porque mi marido también lo contempla a Tai, lo tiene echado a sus pies en la cena y le tira pelotas de tenis en el jardín para que vaya tras ellas.
Por lo que hace a nuestro otro vástago en común, Lucas vino de inmediato desde Madrid a sustituir a su hermano en cuanto este se hubo ido, quizá atraído por la oferta materna de ser tratado como hijo único, con habitación propia en el cuarto compartido de sus antiguos sueños, juegos y peleas; o puede que solo coincidiera la marcha de Simón con la llegada de un puente largo, cuando también pasaron por casa mi madre y mi hermana Agnès, para encontrarse con el que normalmente está afuera.
Cuando todos se hubieron ido me sobrevino por un instante esa sensación que llaman de "nido vacío", la reconocí enseguida, algo nunca antes percibido y que me duró precisamente eso, un instante.
Terminado el paseo con el perro entré a la cocina dispuesta a prepararme el desayuno, cuando noté que las suelas de las deportivas se me iban adhiriendo al piso; a fin de eliminar la sensación pegajosa fui en busca de la fregona, que de paso pasé por demás zonas. Ya libre del jugo almibarado que luego mi marido dijo que fue, entré de vuelta a meter unos panes en la tostadora, los cuales de seguido se vieron envueltos en llama y humareda negra, procedentes del incendiado de unos pedazos ya medio carbonizados que se habrían quedado adentro en la noche anterior.
Terminado el paseo con el perro entré a la cocina dispuesta a prepararme el desayuno, cuando noté que las suelas de las deportivas se me iban adhiriendo al piso; a fin de eliminar la sensación pegajosa fui en busca de la fregona, que de paso pasé por demás zonas. Ya libre del jugo almibarado que luego mi marido dijo que fue, entré de vuelta a meter unos panes en la tostadora, los cuales de seguido se vieron envueltos en llama y humareda negra, procedentes del incendiado de unos pedazos ya medio carbonizados que se habrían quedado adentro en la noche anterior.
Entonces, estando en la máximo de abrir ventanas y de liberar los restos renegridos de entre las varillas del artefacto, entró mi marido recién levantado a plantarme su beso matinal, y yo, en lugar corresponderle con toda la atención puesta en el cariño, lo hice más fijada en la labor que en devolverle el gesto.
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