jueves, 30 de mayo de 2013

Verdades de Perogrullo

Óleo de Susanna Morell
La justicia divina está en manos de la naturaleza que nos gobierna, ella juega a los grandes números y es en esa medida donde se alcanza la proporción. Esta sentencia que me atribuyo resulta bastante intranquilizadora, pero qué le vamos a hacer, a nuestros ojos rige el azar y no hay que matarse para entender, que ni borrachos comprenderíamos desde nuestra escala de  micropulgas cósmicas de que va todo esto.
Salvo que nos pegáramos un buen castañazo que nos abriera la brecha por la que mirar hacia adentro y descubriéramos de repente el universo entero y su significado; pero eso es solo una contingencia que nombro para alejar el fantasma del desconocimiento y el de saberse a merced.
Puestos en tierra llana lo que a mi siempre me ha llamado la atención es ver lo bien que se distribuyen en este mundo los oficios. Las vocaciones parecen surgidas como para cubrir las vacantes en cada sociedad. Puede que en un momento dado resulte complicado dar con un operario, pero eso será siempre circunstancial, al acto siguiente seguro que se lo encuentra. 
Lo mismo sucede con los nacimientos. La técnica ha adelantado para saber de antemano si va a ser niño o niña, pero como individuales nos viene otorgado de momento como por lotería el sexo de nuestros descendientes. Sin embargo, según el Census Bureau norteamericano, habríamos llegado en febrero del año 2012 a una población mundial de  siete mil millones de seres humanos, mitad hembras mitad varones, con un ligero desajuste de cincuenta millones a favor de los machos, que quedaría aún más reducido de sacar a medir la cantidad de fetos y neonatos del sexo rechazado que termina fuera de cualquier lista en algunas sociedades.
Allá por mis dieciocho años le discutía a un profesor de yoga por cuya guía entré en cierto estado de trance, que si todos nos echáramos in aeternum a hacer posturas y a meditar, no habría quien moviera el mundo. Pese a lo convulsionante de la experiencia, yo abandoné la actividad; así que ahí mismo estaba la respuesta. Dejé de preocuparme. El mundo se movía por si mismo. Los humanos dejados como individuales elegir a nuestro aire, salíamos en conjunto más semejantes a una caja de galletas surtidas que a otra con todas de las mismas.
Lo uniforme es impropio de la naturaleza; obra únicamente del pensamiento abstracto, empecinado en reproducir hacia afuera lo que ni siquiera en una elucubración mental es posible sostener para siempre.
La naturaleza observada en crudo por los hombres es injusta por definición. La mayoría elige del árbol la manzana más hermosa, porque a regaño de lo que se comenta a extendidas para consuelo del personal, el aspecto suele corresponderse bastante fielmente con el sabor. Cierto es que a veces las apariencias no dan la pauta exacta, y los entendidos saben que por ejemplo las tocadas por el russeting van a estar más dulces, aunque siguen siendo lindas, y algunos las prefieren, incluso físicamente, por su singularidad. Ahora bien, no nos engañemos, hay algunas de aspecto y sabor desustanciado total, y las pobres no han hecho nada para crecer de esa manera. Por mi parte me las como igual; en compota, con azucar moreno, con yogurt, con miel y canela, se pueden arreglar de mil maneras antes que dejarlas pudrir en el canasto, pero a ver.
Menos mal que pareciera, visto de otro ángulo, que la naturaleza compensara con otras leyes sus propios desaguisados.
De pequeñita pedí un muñeco a los Reyes Magos, lo había visto anunciado por la tele,  Lloroncete se llamaba, muy mono y muy de moda, por ello se habrá agotado pronto en el comercio y a mi me llegó en forma de la Pucheritos, una bebé mucho más feuchita, me pareció, y a la quise enseguida más que a ninguna, de hecho solo la recuerdo a ella por el afecto que me despertó; la tomé como a una hija auténtica, a esa huérfana, tan preciosa como la veía luego y que nadie tenía igual.

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