Hará un mes acudí en Coventry a un encuentro que organizó la dirección general de los hosteles HNA a fin de adoctrinar a su plantilla. Tras arduos alegatos por parte de los cuadros directivos nos amenizaron la jornada con la actuación de un numeroso grupo de niños y niñas de rasgos indúes que bailaron para nosotros todo un repertorio de coreografías, mezcla de baile moderno con danza tradicional india. Iban todos muy guapos vestidos de raso de vivos colores. Me gustaba mirarles las caras. Se sabían contemplados y cada cual estaba poniendo sobre el escenario toda la energía y la gracia que le estaba disponible.
Yo también me subí de niña a los escenarios.
Mientras tuve la edad adecuada me elegían indefectiblemente en el pueblo para representar a María allá donde una Virgen necesitaran, así que destaqué por un tiempo como estatua viviente en la obra teatral navideña catalana de Els Pastorets o paseándome al frente de procesiones varias.
Este éxito tuvo su contraparte.
En mi pueblo acontecía también un festival de música en play-back que anhelaba cada año para saber a que cantante tendría que prestarle figura. Los que decidían quién tenía que interpretar a quién nunca satisfacieron mis expectativas. Su visión no les alcanzaba para dar a la Madre de Dios un vuelco de ciento ochenta grados en su papel. Tampoco yo daba remota señal.
Mis pasos en dirección a los escenarios acabaron de desviarse cuando en mi afán por emular a mis artistas favoritas, pasaba más tiempo decorando los altavoces de mano que me fabricaba para las actuaciones que ensayando los números musicales.
Desde luego que en mi no se ha perdido a una cantante. En la última actuación que recuerdo en la terraza de mi casa, me largué del escenario ante las quejas de los concurrentes por no hacer más que recomenzar una canción de Julio Iglesias que llevaba muy preparada , mientras que los niñatos de mi familia se alzaban con la palma a base de improvisación. Me encerré en mi habitación; me daba mucha rabia por mi misma, por ser tan perfeccionista.
¿Por qué me metí en una secta a los veinte años?
Aunque nunca me he parado a darle vueltas a la cuestión , bajo el prisma que aquí me ocupa diría que fue por haber vislumbrado la posibilidad de mi regreso a las tablas.
Yo era hasta ese entonces una estudiante ejemplar que repartía monocordemente su tiempo entre las clases, la biblioteca y la piscina. Plantarme en una tarima en mitad de una rambla a arengar a los paseantes, o salir de noche en comando a empapelar Barcelona de carteles, para terminar de madrugada en pandilla comiéndonos unos pulpitos encebollados en un bar de mercado, suponía para mi una especie de actuación.
Els Pastorets de Calaf |
Yo también me subí de niña a los escenarios.
Mientras tuve la edad adecuada me elegían indefectiblemente en el pueblo para representar a María allá donde una Virgen necesitaran, así que destaqué por un tiempo como estatua viviente en la obra teatral navideña catalana de Els Pastorets o paseándome al frente de procesiones varias.
Este éxito tuvo su contraparte.
En mi pueblo acontecía también un festival de música en play-back que anhelaba cada año para saber a que cantante tendría que prestarle figura. Los que decidían quién tenía que interpretar a quién nunca satisfacieron mis expectativas. Su visión no les alcanzaba para dar a la Madre de Dios un vuelco de ciento ochenta grados en su papel. Tampoco yo daba remota señal.
Mis pasos en dirección a los escenarios acabaron de desviarse cuando en mi afán por emular a mis artistas favoritas, pasaba más tiempo decorando los altavoces de mano que me fabricaba para las actuaciones que ensayando los números musicales.
Desde luego que en mi no se ha perdido a una cantante. En la última actuación que recuerdo en la terraza de mi casa, me largué del escenario ante las quejas de los concurrentes por no hacer más que recomenzar una canción de Julio Iglesias que llevaba muy preparada , mientras que los niñatos de mi familia se alzaban con la palma a base de improvisación. Me encerré en mi habitación; me daba mucha rabia por mi misma, por ser tan perfeccionista.
¿Por qué me metí en una secta a los veinte años?
Aunque nunca me he parado a darle vueltas a la cuestión , bajo el prisma que aquí me ocupa diría que fue por haber vislumbrado la posibilidad de mi regreso a las tablas.
Yo era hasta ese entonces una estudiante ejemplar que repartía monocordemente su tiempo entre las clases, la biblioteca y la piscina. Plantarme en una tarima en mitad de una rambla a arengar a los paseantes, o salir de noche en comando a empapelar Barcelona de carteles, para terminar de madrugada en pandilla comiéndonos unos pulpitos encebollados en un bar de mercado, suponía para mi una especie de actuación.
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