jueves, 24 de marzo de 2011

Protección natural

A bigger Splash - David Hockney
Mi marido me ha contado que en las clases de inglés a las que asiste el profesor les ha proyectado un corto con una historia horrible en la que un padre guardagujas, o algo parecido, se encuentra en el trance de tener que elegir en cuestión de segundos entre salvar de la muerte a todo un vagón de pasajeros o salvar la vida de su propio hijo. Decide accionar la palanca en favor de los viajeros del tren, que encima son pocos y no muy de fiar, pero que ante la magnanimidad del gesto de su salvador se redimen para comenzar de nuevo adecuadamente. Y el niño, que era precioso y que quería mucho a su papá, se tuvo que ir a otro lado, a filmar otro corto si lo llamaban, porque en ese ya no tenía cabida.
Yo tengo clarísimo que es lo que hubiese hecho ante la disyuntiva.  La humanidad para mí es la que conozco.
Antes de venirme a Inglaterra, al igual que tanta gente solía acompañar el desayuno con las noticias de los diarios y sin ser una desalmanda el pan tostado con tomate y aceite que me preparaba me sentaba de maravilla en tanto me ponía al corriente de las adversidades ajenas.
Creo que estoy dotada como la mayoría de un mecanismo de protección natural que me impide sucumbir al dolor que no vea y sienta muy cerca de mi.
Que no sienta su dolor como en carne propia no significa que no esté con los que tienen motivos para sufrir; los suelo tener bastante presentes y eso me ayuda en muchos momentos, igual que me ayuda saber de gente que pareciera que la pasa muy bien.
Ahora mismo estoy con Japón. Ayer me acordaba con Jamie de un numeroso grupo de karatekas de esta nacionalidad que se alojo recientemente  en el hostel y que eran un encanto. Aunque por más que tenga presentes a los damnificados por el terremoto, el tsunami o la contaminación nuclear, lo que más me preocupa ahora, nos preocupa a todos en casa y mucho, es un serio problema de salud con el que acaba de toparse el sobrino o primo nuestro que estaba viviendo también en Cambridge.

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