domingo, 10 de julio de 2011

Buena chica


Ilustración de una pin-up

Mi marido está en la habitación de al lado. Una pared de por medio impide que los ruidos de nuestros ordenadores se fundan en una misma musiquilla, o bien que los cables se nos cruzen y muramos electrocutados. Él anda enfrascado en una novela que va a ser la que nos va a sacar de apuros económicos. Llevará como siempre la impronta de su genio, aunque en esta nueva vuelta temo que esté virando hacia el disparate total y nos deje a todos pasmados con una novedad absoluta. No he leído una línea, pero puedo palparlo en el ambiente.
Digo esto aquí con antelación para que quede constancia.
¿Para qué se iba a enrollar él ahora en dar clases de español si tenía todo el impulso  adentro?, que se las monté al terminar si todavía sigue empeñado. Le dije esto porque sabía que  solo lo tomaría en consideración en el caso de que coincidiera como un calco con lo que ya tenía pensado hacer. Por suerte o por desgracia, en nuestra familia somos todos alérgicos a los consejos maestriles.
                                                
                                                         
Volviendo a lo de la buena mujer de ayer, a mi marido ni siquiera se le ocurriría pensar que soy una buena chica. Señal de que algo de mi debe de captar. Ni en broma se me ocurriría pensar que me conoce, o que yo a él. Conocerse es un supuesto inalcanzable para la especie humana en su fase actual.
Ahora bien, si a una mujer le sale un marido capaz de imaginársela a la noche como a una pin-up y despertarla a la mañana siguiente llamándola princesa proletaria, yo creo que ese hombre bien se merece de tanto en tanto una buena chica a su lado, una buena chica complaciente.

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