martes, 30 de noviembre de 2010

Crash


Newmarket Road - S.M.
 Desde que me operaron de cataratas hace  unos años mi visión nocturna quedó algo distorsionada con respecto a lo que veía antes. Creo que es por eso que en verano le temía tanto al invierno que estaba por llegar y me desvelaba en la cama de mi recién alquilada habitación imaginándo el frío atroz y la total oscuridad que reinarían en las calles cuando tuviera que salir con mi bicicleta a trabajar desde esa, mi nueva casa, tan terriblemente alejada del centro; luego me venía a la cabeza el contrato de tres meses que había firmado y se me pasaban los nervios de golpe; desde luego que no me iba a pillar el invierno en ese lugar.
Ahora pedaleo de noche y como si nada por lugares apenas iluminados, con las calles convertidas en pistas de hielo y cruzando insospechadas zonas del extrarradio sin un alma a la vista. Todavía es noviembre y estamos viviendo un temporal de frío y nieve puramente invernal; a las cuatro y media de la tarde ya está anocheciendo. De cinco a siete tengo un trabajo de limpiadora en unas oficinas situadas en el Cambridge Science Park, un polígono al norte de la ciudad,  próximo a la intersección de Milton Road con la autovía A14.
No fue fácil al principio. Andaba ya bastante segura cuando volví a resbalar en otro bordillo mojado,de milagro caí de pie, pero fue traumático; la bicicleta rodó sola hasta no se cuantos metros más allá.
Al final de Milton Road los vehículos circulaban a mi lado casi rozándome y rogaba al cielo por no morir aplastada como una cucaracha. En la oscuridad del polígono la cosa no mejoraba; si el coche que se estaba acercando no advertía mi presencia, ya me podía despedir, pensaba.
Los ciclistas, para ser vistos, adosamos a nuestras bicicletas unas luces de lets intermitentes de quita y pon que funcionan a pilas.  Sirven para que te vean, pero no te iluminan el camino.
Al mes descubrí un sendero que mejoró mucho las cosas. En apariencia es una ruta más larga y complicada, pero en la práctica me aleja de los riesgos y llego antes.
Excepto ayer.

Crash - Cronenberg
Yo pedaleaba por una acera de King's Hedges Road en dirección al Cambridge Regional College cuando delante mio y a mi derecha, vi que un coche se salía de la calzada principal y se empotraba contra la parte trasera de otro auto aparcado en el lateral. Pensé que habría resbalado con el hielo, me detuve un momento a mirar si el conductor había salido ileso. De repente este hizo rugir el motor de su auto y embistió de nuevo al coche que había chocado arrastrándolo metros y metros hacia adelante. Me puse a pedalear sin mirar hacia el costado tratando de alejarme del desastre que se avecinaba. Escuché un estruendo de chapas retorciéndose, y a continuación otro. Yo seguía pedaleando con fuerza; me gustan las películas de acción, pero en esa no quería participar. Nunca hubiera pensado que un solo coche pudiera arramblar con tanto. Desde luego que ese tío iría muy cargado; de droga, de alcohol, de ira; quién sabe, puede que de todo junto. 
A la vuelta miré de reojo y sin acercarme demasiado los coches dañados, no fuera que el maleante estuviera todavía por ahí; vi que dos de ellos tenían el capó salido de su quicio. Menuda sorpresa les esperaba a sus dueños a la mañana siguiente. Vaya jugarreta del azar.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La nieve

Bruegel
Una ola de frío y nieve se ha abatido sobre esta isla, algo inhabitual para Inglaterra y más en esta época del año. Ayer a las ocho de la mañana el termómetro marcaba siete grados bajo cero. De camino hacia el hostel me abrigué bien y no sentí ningún frío en el cuerpo, sin embargo los dedos de las manos se me quedaron helados al poco de salir de casa; tanto que llegué a temer que tuvieran que amputarme alguna falange; descarté esa idea al calcular que  media humanidad andaría con los dedos recortados si bastaran treinta minutos a menos pocos grados para congelar sin remedio unas manos enguantadas.
El  parque de Midsummer Common es camaleónico, no se que tiene que cada mañana me sorprende de una manera diferente, pero ayer, claro, no era solo una cuestión de matiz.
Estaba en la mitad de su recorrido cuando lo imaginé como una pintura. La tela debería embadurnarse con colores sombra y  cubrir  luego casi toda la superficie con diferentes blancos superpuestos a lo oscuro. Se tendría después  que rallar  la pintura blanca con alguna herramienta cortante para que a través de los raspones reapareciera los tonos del fondo. Arriba iría una franja de gris azulado con algunos tonos cálidos hacia la derecha. Alguna mínima mancha de color animaría ese cuadro casi blanco; eramos pocos los que nos hallábamos en el parque a esas horas tempranas y frías de domingo.
Hoy el neumático de mi bicicleta ha sido el primero en romper con su huella la blancura del suelo de  nuestra calle. Cuando he salido de casa estaba nevando. Era precioso. Los copos al caer crean un silencio especial. Circulaba con lentitud y cierto temor, tratando de no resbalar.

jueves, 25 de noviembre de 2010

En casa del herrero cuchillo de palo


Dibujo de neuronas -  Ramon y Cajal

Mi tío Ángel murió. Al final le descubrieron una enfermedad degenerativa no demasiado frecuente que le fue minando sin saberlo el sistema digestivo. Es curioso; en los últimos años se había vuelto muy maniático con la comida; sospechaba de los alimentos en los supermercados, se hacía cuidar un huerto y cocinaba personalmente mucho de lo que ingería.
Supimos también de otras tristes noticias. Se suicidó un hijo del jefe de la secta donde militamos y murió hace poco el presidente del Club de Rugby de nuestro pueblo.
Mi hijo Simón ya no quiere escuchar más novedades; está aturdido por la cantidad de conocidos que de repente están desapareciendo. El presidente del Club de Rugby tenía dos hijos de la edad de los mios, jugadores también, y su mujer es una hincha incondicional que no se perdía partido; la familia ideal del club ha quedado truncada.
El hijo del jefe de nuestra ex secta tenía sólo veintiocho años y era integrante de un dúo musical bastante conocido en su ambiente y en plena ascensión a la fama. Cayó desde el piso catorce del hotel brasileño donde se alojaban; él y su banda estaban de gira internacional y tenían previsto actuar a las pocas horas en un festival importante. Lo he visto ahora en fotos; era un chico guapo, rubio y con rastas. La madre y el hermano han tenido que viajar al país vecino para reconocer el cadáver y poder repatriarlo.
Mi marido se quedó muy consternado porque lo conoció de pequeñito, a él y a su hermano mayor, en algunas de las visitas que hizo a la casa del maestro. Ahora recuerda a los chiquitos en bañador en una tarde de verano al borde de la piscina, con la madre al lado repartiéndoles la merienda. Quién podría imaginar.
A mi me vino a la memoria el psiquiatra Carlos Castilla del Pino y todo su drama familiar.
Carlos Castilla del Pino, ya fallecido, fue un investigador  reconocido como una de las mayores figuras de la neuropsiquiatría y la neuropatologia en España.
Recuerdo una entrevista que le hizo el periodista Arcadi Espada para El País Semanal donde declaraba, entre otras cosas, que  tuvo con su mujer siete hijos no deseados.
Castilla del Pino pasó consulta durante casi toda su vida profesional, por lo cual acumuló más de cien mil historias clínicas que le proveyeron de una enorme experiencia práctica, sin embargo a sus hijos no pudo ayudarles; vio morir a cinco de ellos, por suicidio o por conductas autodestructivas; y los dos restantes no acudieron a su entierro.
Le dijo a Arcadi Espada en la entrevista que no obtener en mil novecientos sesenta la cátedra de Psiquiatria de la Universidad de Córdoba que tanto anhelaba causó mayor pesar en su vida que la pérdida de sus hijos. Matizó luego esta declaración, pero no la borró.
Continuó diciendo que sus niños dejaban de interesarle a los seis o siete años y que a partir de ahí eran un estorbo para el descanso del guerrero. No obstante que hiciese este tipo de declaraciones, sería insensato pensar que los conflictos con el padre, por si solos y si los había, pudieran llevar a sus hijos hasta el punto de desear salirse de la escena, como también lo sería pensar que el hijo de nuestro ex gurú saltara al vacío por algún trauma  ligado a su progenitor.
Lo constatable en ambos casos es que son familias que se salen de lo normal. No todo el mundo tiene a un prócer de la psiquiatría como padre, que además se atreva a ser tan sincero en las entrevistas, tampoco es de lo más común que tu papá elija como oficio generar un movimiento social de talla planetaria.
Castilla del Pino hizo suya de jovencito la expresión de Goethe "llegar a ser el que eres" y según dijo, esta máxima siempre le acompañó; él resumió el éxito de la vida en descubrir quién se es y tener el valor de serlo.
Desde luego que tuvo el valor de hacer unas declaraciones muy arriesgadas. A lo mejor descubrió en algún momento cierta locura en si mismo y la capacidad de ayudar con su trabajo obsesivo a otros, a los que podía captar. No todos los locos lo parecen y no tiene porque ser algo necesariamente malo; hay muchos tipos de locuras, algunas geniales.
La naturaleza es muy poderosa. Leí hace tiempo la primera parte de la autobiografía de Castilla del Pino, Pretérito Imperfecto,  donde cuenta la muerte directa de varios de sus parientes en la Guerra Civil Española, de un bando y de otro. Murió mucha gente en esa contienda, pero no era lo normal que mataran a tantos de una misma familia. Habría allí ya unos genes muy revoltosos.
Cuando hay mucho movimiento saltan las chispas, saltan para todos lados, algunas van para arriba y otras van para abajo, son impredecibles y no se pueden controlar.
Cinco hijos son muchos hijos, pero tampoco es tan raro, siguiendo la teoría de la probabilidad, que a una persona que se sale del patrón le nazcan cinco hijos excepcionales.
Seguir viviendo, pase lo que pase, es el impulso natural de la vida. El sufrimiento ha campado a sus anchas durante toda la historia de la humanidad, si todos los que lo han padecido en grado sumo a lo largo de los siglos se hubieran tenido que retirar, este mundo que habitamos estaría hoy medio despoblado.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La gente

Está muy guapa la gente montada en bicicleta. No hay uno solo que no tenga su gracia. Los miro de espaldas delante mío esperando que se abra la luz verde del semáforo, observo las vestimentas y sus diferentes estilos personales. Les miro las caras y su aire cuando vienen de frente y pasan a mi lado en sentido contrario. Me gustaría fotografiarlos tal como los estoy viendo, de uno en uno o en manadas, y captar además los colores de las diferentes escenas.
Mientras aparcaba la bicicleta en el jardincito del hostel pensaba que el día que no tenga que hacer esta ruta matinal  la voy a echar de menos.
Iba a abrir la puerta del jardín que da al salón social cuando un hombre de unos sesenta años y rasgos orientales me ha franqueado la entrada. He notado que tenía ganas de charlar; su mujer se ha sumado a la conversación. Entre los dos me han conducido hasta el tema que les interesaba, mi bicicleta. Me habrán visto por la ventana echándole el candado. Les he dicho que estaba muy satisfecha con ella y que el primer dia que la monté tuve la sensación de andar subida en una nube. Sus ojos expectantes se han llenado de orgullo. Sin hacerme una pregunta directa han conseguido la respuesta que buscaban. Sí, me han dicho, es una muy buena compañía de Taiwán, tiene delegaciones en casi todos los paises del mundo, y han seguido hablando sobre el tema.
La gente es parecida en todos lados; no es dificil adivinar de dónde era ellos.
Por cierto, mi vieja Universal la está usando ahora mi hijo Simón.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Rocky y Dama

Cuando todavía no teníamos hijos mi marido trajo a casa desde un pueblo de la montaña, a donde fue a buscarlos, una pareja de gossos d'atura, perros pastores catalanes, macho y hembra, de color canela, preciosos y recién destetados. Ya desde cachorito él despuntó por su inteligencia y por su agresividad hacia sus congéneres. Ella era mucho más tranquila. Con el tiempo nació Lucas, y luego Simón. Los padres, los niños, los perros y los gatos, que también teníamos, formábamos juntos una gran y caótica familia. Hasta que el macho en el espacio de quince días agredió por dos veces en la cara  a nuestro hijo mayor, de dos años en ese momento. Él era nuestro perro y tuvimos que sacrificarlo.
Lucas estuvo una semana ingresado en el hospital.
Qué le habrás hecho tu al perrito, le decía el doctor a mi hijo mientras lo estaba curando. 
Era un médico encantador,  pero sus creencias no le dejaban admitir que un perro pudiese atacar a un niño sin que previamente este le hubiese molestado.
Nunca perdíamos de vista a nuestros hijos  y la agresión fue repentina y en presencia de mi marido. No hubo una causa y un efecto, fue  pura manifestación de la naturaleza del animal: juguetón y cariñoso con los humanos adultos; peleón y agresivo con cualquier otro bicho que se le pusiera a su altura; mi hijo había crecido y ya tenía la medida apropiada. No fue más que eso.
La perra siguió lánguida y tranquila toda su vida. Las heridas de mi hijo cicatrizaron bien y casi no se le notaron luego.
Hay manifestaciones en la vida que resultan decisivas, para bien o para mal, y que no tienen vuelta atrás.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La naturaleza es muy poderosa

Cada vez estoy más convencida de que la esencia de una persona no cambia nunca. La naturaleza es muy poderosa.
Creo que la esencia de un niño y  la del hombre que después será es exactamente la misma.
Lo que sucede es que a lo largo de la vida las personas nos vamos manifestando, y eso puede interpretarse como que vamos cambiando, pero no, creo que no, en esencia estaba todo ahí desde el principio.
Lo que si podemos ir variando son los disfraces. Algunos permanecen toda su vida con el mismo, otros lo van modificando y unos pocos hacen cambios radicales;  pero esos son cambios de fachada, no de esencia.

Me acuerdo ahora de dos fábulas muy parecidas que siempre me llamaron  la atención. Voy a tratar de resumirlas:
  • En medio de un crudo invierno un bondadoso granjero dio cobijó a una serpiente que encontró en el bosque medio muerta de frío. Al calor del hogar la serpiente se repuso y una noche en que el granjero dormía placidamente se le acercó con sigilo y le hincó sus colmillos repletos de veneno. Con la mordida el hombre despertó y la miró estupefacto. Lo siento, le dijo la serpiente, es mi naturaleza. El granjero falleció, la casa dejó de calentarse y la serpiente murió congelada. Creo que esta es de Esopo.
  • Lo siento, es mi naturaleza, le dijo también el escorpión a la rana cuando estaban a punto de hundirse los dos en el río. La buena rana accedió a los ruegos del escorpión para que le ayudase a cruzar el río montado en sus lomos y en mitad del curso él la retribuyó clavándole su aguijón venenoso.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ratas en el hostel


S.M.
Bolsas gigantes de plástico negro llenas hasta rebosar de ropa, zapatos y objetos personales; si no las hubiese visto con mis propios ojos en los gimnasios, en las piscinas y ahora en el hostel no me creería lo despegada que es la gente con respecto a sus pertenencias. Se dejan olvidado algo y ya está, lo dan por perdido o ni siquiera reparan en su falta. Pocos son los que regresan para recuperarlo.
Se entiende que a un hostel no vuelvan, no van a desandar un viaje por un jersey o una bufanda.
Son varias las bolsas al mes que llenamos con las prendas encontradas en las habitaciones ya vacías, sin embargo a ninguno de nosotros se le ocurre quedarse con algo de eso, pero los champús y cosméticos olvidados en las duchas son muy codiciados, noto que se ha establecido entre nosotros una competencia velada para hacerse con el mejor tarro. Lo normal es que los dejemos dos días en reserva por si alguien pregunta por ellos, pero la veda se abre pasado ese tiempo y el único frasco que resiste en los estantes del cuartito de la limpieza es un champú de henna que promete tintar el pelo de castaño, los demás desaparecen sin remisión.
Como todos, tengo jabón para mucho tiempo. Ahora mismo estoy usando un acondicionador de fabulosa marca, que no se que voy a hacer cuando se me acabe; mi pelo notará la diferencia.
Diarios, revistas y libros de tapa blanda también los recogemos a menudo del suelo y los echamos a la basura, salvo algunas excepciones. Ahora por ejemplo tengo sobre mi escritorio un número especial de la revista Q Magazine que conmemora el que hubiese sido el setenta aniversario de John Lennon.
Un día me llevé a casa un libro de instrucción física para soldados americanos y resultó que el propietario no se había ido del hostel, sino que se había mudado a otra  habitación y lo reclamó. Imaginé que un hombre fornido y cabreando; corrí a devolverle el libro al día siguiente.
Gané en aprecio entre el personal al saberse de mi sustracción. ¡Un libro para soldados en la mochila de la mejor limpiadora del hostel!. Ha venido la policía a preguntar por ti, me decían en guasa, te vendremos a visitar cuando estés en la cárcel.
De repente una mañana Nick, el jefe,  no vino a trabajar. A las doce del mediodía pasé por la recepción y me encontré a unos cuantos de mis compañeros saltando y abrazándose los unos a los otros tal cual como si su equipo de fútbol favorito hubiese ganado un partido importante.
Entra, entra, mira, me dijeron.
Leí en el ordenador una nota que Nick acababa de mandar en la que en dos lineas comunicaba a los trabajadores su renuncia a la gerencia del hostel por motivos personales y un inminente regreso a Londres.
Me sumé al jolgorio.
No se fue, lo echaron. Resulta que ese hombre es un ladrón, un ladrón de poca monta encima. Lo pillaron robando y la mandaron a la cruda calle. Quince días atrás andaba él atribulado y azuzándonos para que el hostel brillase al paso de los inspectores que iban a venir. Me pareció muy raro verlo pintar con sus propias manos una pared del comedor. Ahora lo entiendo. La gente no cambia tan facilmente. 
Cuando me dijeron que lo habían echado por robar comida de la cocina,  imagíné que estaría metido en alguna mafia y que estaría sacando en camiones el género de los almacenes de abasto de la HNA. Pero no, es literal que se llevaba la comida de la cocina; parece que el hombre se casó hace tres meses y que coincidiendo con las fechas de la boda desapareció una cantidad mucho mayor de la que venía siendo habitual. Los de la cocina tenían sus sospechas, pero no se atrevían a decir nada. Fue miserable hasta el final tratando de echarles la culpa a ellos.
James ya anda pensando en un posible poema rimado en honor a su ex jefe.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Mi marido y el blog

S.M.
Le he contado a mi marido que estoy escribiendo un blog, pero le he pedido que no lo mire; necesito saberme sola para poder expresarme.
Trato de no mostrarle la importancia que para mi tiene esto. Lo aligero diciéndole que mis pretensiones al montarlo son económicas.
Nunca en los treinta años que llevamos juntos me ha lanzado una imagen negativa sobre algún proyecto que yo haya tenido, sin embargo esta vez me ha dicho que no cree que pueda sacarme un sueldo contando mis batallitas por Internet. Se va a quedar sorprendido el día que lo consiga; un sueldo y mucho más.
No es que mi marido niegue mis posibilidades; él me dijo también que estaba seguro de que fuera lo que fuera lo que estuviese haciendo en la red sería algo inteligente.
Yo vierto en mi marido todos los lamentos con los que no agobio a los demás y no le cuento las locuras que bullen dentro de mi cabeza; vaya maravilla de mujer que tiene, menos mal que de tanto en tanto lo compenso con algunas otras habilidades mías. No obstante mi marido es muy intuitivo; me ha dicho que parece que mi vida está tomado los tintes de una novela de iniciación, como si hubiese estado metida en un capullo y empezara ahora a desplegar las alas. Me he quedado muda.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Talento de mujer

Hace un rato hablé con mi marido por Skipe. Ayer me mandó por e-mail un pack de fotos de Sharon Stone que a su vez le había remitido un amigo.
Esa mujer es impresionante, le digo, ¡que belleza! ¡que manera de posar! ¡cuanta inteligencia concentrada en un solo cuerpo, dios mio!.
Mi marido me lo mandó porque estaba seguro de que me iba a encantar. Él me habla de la cantidad de mujeres talentosas que hay en este mundo; caras inteligentes de mujer por todos lados, dice.


Nicola Benedetti
Cada tarde después del trabajo tengo una cita con mi gimnasio. Extiendo una toalla sobre la moqueta del dormitorio, me pongo los auriculares en los oídos y comienza para mi un auténtico festín de música y movimiento. 
No puedo casi creer lo que estoy escuchando en estos días en radio Classic FM.
Hoy el concierto era algo maravilloso, y había ahí un violín...... un violín estremecedor que me paralizaba por momentos. Pensé si sería la violinista alemana Anne-Sophie Mutter. Yo no entiendo de música, pero intuía a una mujer tras esos acordes.
Luego me enteré de que había estado escuchando el Concierto en D Mayor para Violín Opus 35 de Peter Llich Tchaikousky  a cargo de la Orquesta Filarmónica Checa. El violín era el de Nicola Benedetti.
La busqué en la red. Otra mujer impresionante. Nació en Escocia en 1987, de padre italiano y madre escocesa, allí creció para la música. Me quedé pegada al ordenador viéndola moverse en los videos, tan natural y tan mágica.

martes, 9 de noviembre de 2010

Carta de mi amiga de la infancia

Carta de mi amiga Carlota:
¿Qué tal, guapísima? ¿Cómo estás?
Hace días que estoy en Barcelona en medio de mi propia marabunta personal. Que le vamos a hacer, cada uno es víctima de si mismo.
Muchas veces pienso en ti, pero no me pongo a escribirte. Me paso la vida corriendo de aquí para allá. Las cosas este año están más difíciles que nunca; he decidido presentarme a oposiciones de dibujo. A ver que pasa.
Tengo muchas ganas de que me expliques como te va la vida y me hables de tus impresiones en Cambridge.
A ver si nos vemos estas Navidades.
Un beso y un abrazo muy fuertes,
Carlota.

Mi respuesta:
Carlota, ¡que bien que haya recibido noticias tuyas!.
No nos vamos a ver en Navidad, no creo que pueda viajar a Barcelona en mucho tiempo, así que estaría muy contenta si vinieras, o vinierais, a verme en alguna ocasión. Estoy segura de que esto te gustaría mucho.
Venirme aquí sola está resultando la mejor decisión de mi vida.
Ahora tengo en Cambridge dos trabajos de limpiadora, un hijo mayor viviendo por su cuenta, un hijo menor instalado de momento en mi casa, un sobrino recién llegado al que todavía no he visto y una bicicleta.
Te preguntarás qué soledad es esa. 
Otro día te escribo más largo. Espero que te vaya bien con las oposiciones.
Un beso y un abrazo, tu amiga
Susanna.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Mejor me voy a la cama


S.M.
¿Tan difícil resulta poner una lavadora? Ayer consumí una hora de mi tiempo libre explicándole a mi marido vía Skipe como realizar la colada, y eso que antes de irme lo instruí en la cuestión al menos en dos ocasiones. Colocó  la web-cam frente a los mandos de la máquina para que yo pudiera verlos y lo fuera guiando paso a paso. Le resultaba complicadísimo y se alteró igual que si le estuvieran pinchando los nervios con una aguja, palabras suyas.
Cuando ya llevaba seis semanas fuera de mi casa les pregunté, a mi marido y a mi hijo, como se arreglaban con la ropa.
Muy bien, me contestaron. Simón había lavado algunas prendas, pero las sábanas en las camas seguían siendo las mismas que yo dejé puestas.
He entrado en un  estado de semi abandono que hasta me resulta agradable, dijo mi marido.
Vaya, yo creí que mi marcha os estimularía a solucionar los asuntos domésticos, le dije. Me inquieta pensar que los estáis relegando para mejor ocasión, puede que hasta mi regreso.
Mi marido se enfadó mucho por mi comentario.
Al final sábanas y toallas terminaron en la lavandería. Así da gusto, las llevas y al día siguiente te las entregan dobladitas y recién planchadas.
A mi marido no le gustó que torciera el gesto por el derroche, pero ahora, con las arcas ya vacías, ha sido él quién me ha pedido intrucciones de lavado.
También puse mala cara al contemplar a través de la cámara su lucha con la lavadora, o eso le pareció a mi marido.
Vaya sesión de Skipe más desestabilizadora. Había empezado a escribir y ya no pude continuar. El resfriado que me abatía tres días atrás regresó de nuevo.

Mi marido y yo no nos tomamos demasiado en serio nuestras discusiones domésticas; sin ellas no seríamos una auténtica pareja. En realidad no fue él quién más me perturbó ayer. Minutos antes de su llamada había estado hablando con mi hermana Agnès.
Otro tío mio, esta vez un hermano de mi padre, está a punto de morir.
Gozaba de buena salud, pero lo encontré bastante desmejorado la última vez que lo vi, cuando viniendo de la calle entró a sentarse un rato al jardín de la casa de mi madre. Me llamó la atención esa visita no acostumbrada. 
Dijo mi madre que últimamente venía y se quedaba mirando con detenimiento las estancias inhabitadas de los bajos de la vivienda y el patio. Ese cambio de actitudes no me auguró nada bueno. Esa era la casa de su infancia y de su juventud y él me confirmó que venía a reencontrarse con sus recuerdos. Comentó que en su recorrido pasaba la mano por las argollas que penden de las paredes de los antiguos establos. Pensé que con el gesto evocaría antiguas vivencias que allí le habian quedado, amarradas a los aros igual que los caballos que dejaron de comerciar casi cincuenta años atrás.

Mi hermana cree que debo ir para allá en el caso de que fallezca.
Me insistió en que pidiese un fin de semana si no puedo llegar para el velorio. 
No tengo fines de semana, ni días libres, ni dinero, ni energía suficiente para viajar.
Mi hermana no entendería que yo no fuera porque no se hace cargo de mi situación. Ella ve a través de mis ojos la película que yo le he querido mostrar sobre mi emocionante aventura y no se da cuenta, como yo tampoco la mayor parte del tiempo, de que en este país no soy más que una emigrante iletrada y que la búsqueda de mi oportunidad requiere esfuerzo, dedicación y ninguna ñoñería.
Si llega el caso, ya escribiré yo a mi tía María.
Cerré el ordenador y me acosté. Es lo mejor que podía haber hecho. Tras dormir nueve horas me he levantado hoy con las energías renovadas.