miércoles, 22 de junio de 2011

Break III

S.M.
Por fin se ha hecho el silencio. Acaba de irse el señor filipino que estaba hablando por teléfono. Por el tono y el volumen que usaba diría que su interlocutor era un pariente cercano que lo atendía desde mucho más allá.
Estoy sola y bien arrellanada en un sofá del salón social del hostel. Me conforta el calorcito del sol que pega en el ventanal. Hoy no he ido hasta la biblioteca para ahorrar energía.
El hombre de ojos rasgados ha hecho que acudiera a mi cabeza las siguientes anécdotas:
  1. Alison me contó que su madre al ver la reproducción no del todo nítida del mapa de su pueblo que salió de la impresora recién conectada al ordenador de su casa, le dijo a mi amiga que en ese caso no era problema, pero que si teniendo el pueblo ahí mismo sacaba ese plano medio borroso, qué iba a pasar cuando quisiese imprimir el mapa de algún lugar lejano.
  2. Mi abuela, al poco de instalar el primer televisor en casa, se quedó desilusionada cuando fue de visita a la de una amiga y se encontró con que la misma mujer que se le presentaba a ella cada día para darle las noticias se aparecía también en el salón de la otra. Su cabeza bullía tratando de analizar los trajes de la presentadora para dilucidar en cual de los dos aparatos lucía más elegante.

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