Rosalind Franklin |
John, mi amigo y peluquero en España quería hacerse una prueba de ADN para averiguar de dónde provenían sus antepasados más lejanos. Por sus generaciones próximas no sentía la misma curiosidad. Soy tan inglés, decía, que seguro desciendo de una tarta de frutas y un bate de cricket.
También mi amiga Alison debería remontarse mucho en el tiempo para encontrar ascendientes suyos fuera de las islas británicas; es por eso que me resultaba raro hacerle de cicerone en una ciudad que puede que ella lleve engarzada en la estructura helicoidal de sus moléculas.
No por nada la conduje a tomar unas cervezas al pub The Eagle, el mismo al que el veintiocho de febrero de mil novecientos cincuenta y tres entraron dos de sus parroquianos, el biólogo estadounidense James Watson y el biofísico británico Francis Crick, anunciando que habían descubierto el secreto de la vida, y alterando menos con la buena nueva el ambiente que si hubiese asomado por la puerta una mujer atractiva, como es natural.
Esos dos jóvenes investigadores teóricos del Laboratorio Cavendish, apoyados en los cruciales resultados experimentales logrados por la biofísica y cristalógrafa Rosalind Franklin y el biofísico Maurice Wilkins, descifraron la estructura molecular del ácido desoxiribonucleico (ADN), la sustancia química que lleva codificada la información genética según la cual cada organismo vivo se desarrolla, funciona y se perpetúa en su especie.
Rosalind Franklin, nacida y enterrada en Londres a sus treinta y ocho años, se graduó y obtuvo el doctorado en física química en la Universidad de Cambridge. Maurice Wilkins, británico de origen neozelandés, cursó sus estudios de física en dicha universidad también.
Así que esta ciudad tiene que ver y mucho con toda la movida que hubo hasta llegar al mayor descubrimiento biológico del Siglo XX, base del desarrollo de la biología molecular y del mapa del genoma humano. El "clic" que dio encaje a todas las piezas del puzzle aconteció a pocos minutos caminando de la mesa del pub en la que nos sentamos Alison y yo, a cuya pared está adherida la placa dorada que reza: "En este lugar se hizo público por primera vez el anunciamiento.....".
Con nuestras pintas de cerveza en la mano y en ese ambiente evocador de tantos hechos de real importancia Alison me contaba de su ex suegra la historia que yo quería volver a escucharle.
Ojalá Rosalind hubiese podido tomarse unas cervezas con una amiga en este pub tan relajadamente como nosotras lo hicimos ese día.
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