Kitaj - Oak Tree |
Llevo días mirándome las manos como si no fuesen las mías. Mi marido me dice que estoy loca, que me las ve igual que siempre, pero yo se bien que no estoy alucinando. Menudo susto se va a pegar el día que el alienígena ese que anda por ahí adentro descuajeringándomelas decida salir a la superficie. Espero que no suceda estando sentados a la mesa, porque nos puede dar un corte de digestión, y tampoco en la noche, porque entonces sería a mi que me agarraría algo si me levanto por la mañana y me lo encuentro rondando por el cuarto.
-¿Recuerdas cuando te caíste en el local de la calle Ecuador?, me dice mi marido.
Echada en el suelo empezaste a decir que te habías roto la pierna, que te habías roto la pierna. Eso también era de loca.
-No cariño, no. Tenía toda la razón. Escuché un crujido exactamente igual a cuando me partí la tibia esquiando. Lo raro hubiese sido que me hubiese levantado tan tranquila.
De lo que no me acuerdo es de si llegué a salvar las copas de cristal que llevaba en la mano con el maldito postre que se me había ocurrido hacer.
-Sí, lo salvaste, pero no era el postre ese de tu madre, era un paté de champiñones.
-¡Champiñones!.
-¿Te acuerdas que me gustaba mucho?
-Si, pero no llevaba champiñones, ¿cómo iba a llevar champiñones si siempre me he visto aterrizando delante de todos con las copas de los tres colores en la mano?
-Nunca más lo has vuelto a hacer.
-¿El postre?.
-No, el paté de champiñones.
-No, no eran champiñones, ahora lo veo. Era una bandeja de nata montada y unas guindas que acababa de ir a comprar a la granja de la esquina para culminar las copas que tenía a medio hacer. El paté vino después, lo servimos en la misma fiesta, pero ese ya estaba listo desde temprano.
-¡Y lo del blog!. No me digas que eso no es una locura. ¡Un blog para hacerse millonaria!, me dice.
-De acuerdo. En eso te doy toda la razón.
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