martes, 6 de noviembre de 2012

Negra y Chufo



El primer día me levanté y ya tenía enfrente a Chufo, el perro de Simón mirándome a los ojos. Me dio lástima y lo saqué a pasear. Al día siguiente repetimos. Al tercero ya lo había tomado como un hábito y en cuanto me vio con la taza final del desayuno en la mano empezó a mover cuerpo y cola reclamando la salida.

Antes de ayer estuvo en casa Julián, un amigo de Simón con su perra labrador retriever, como la anterior que tuvo, Negra, la que andaba siempre por casa, muy querida de mi hijo, la que murió en la carretera hace hoy exactamente un año.
Estábamos mirando el espectáculo de los dos crecidos cachorros desplegando una energía colosal mientras se revolcaban en la escasa hierba como dos croquetas una encima de la otra chocándose los dientes sin romperse en un juego frenético de mordidas juguetonas.
Con razón me veía impulsada a sacar a Chufo a desfogarse, pensé.
-Estás muy guapo Julián, cómo te encuentras.
-Muy bien, gracias.
-Ya hará un año ¿verdad?.
-Si, pasado mañana.

En el día de hoy del año pasado llamó otro amigo a mi hijo avisando del accidente. A Julián se lo habían llevado en ambulancia, la perra había quedado tendida al borde de la calzada, había que ir a buscarla.
Entre varios la llevaron hasta El Mirador, un lugar elevado al borde de un camino secundario desde donde se contempla una de las mejores vistas de la comarca. El terreno es tan pedregoso en esas montañas que le dieron sepultura bajo unas rocas, sin excavar un hoyo.
Julián había sufrido rotura craneo-encefálica y no sé cuantas cosas más. Los padres tuvieron que pasar varios meses en el hospital con el hijo bajo coma inducido esperando el momento del despertar para saber que tipo de daños cerebrales o de columna vertebral podía haber sufrido, aparte los órganos internos que se habían visto afectados; los padres, la familia y los amigos.

Yo antes me preguntaba cómo podía andar Julián con su perra siempre en la moto de aquí para allá.
Por la perra seguro que no habrá sido el accidente, ella se quedaba inmóvil, clavada, más que cualquier otra chica que hubiera transportado con él. Lo que me intrigaba es cómo salvaba los controles, porque aquí todos andan con el casco, pero a los guardias de tráfico puedes encontrártelos en cualquier rotonda guardando que los muchos motoristas que hay por la zona circulen con todas las de la ley.
O a lo mejor es que no hay leyes para perros circulando en scooter.

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